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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Michael Sohn / Ap
La Jornada Maya

Miércoles 17 de agosto, 2016

En estos momentos, el hombre más odiado del país se llama Alfredo Castillo Cervantes, director de la Comisión Nacional del Deporte (Conade). En él se descarga la frustración de millones de mexicanos, que califican de gris —tirando a negra— la actuación de la delegación del país en las Olimpiadas. El funcionario tampoco ayuda, esquivando —según él— las críticas con declaraciones soberbias o refutaciones cínicas, como con las que negó que haya llevado a su novia a Río.

[i]Altius. Fortius. Citius. Mierdus[/i]. Más alto. Más fuerte. Más rápido. Más mierda. Castillo se ha esmerado. Desde su desastroso papel en el caso de la niña Paulette, a su estéril protagonismo en Michoacán, este funcionario parece empeñado en caer mal; muy mal. En este cáeme-mal recae, entonces, todo el mal humor del país, mismo que su amigo, el presidente Enrique Peña Nieto, ya sufrió en carne propia. Castillo es el chivo expiatorio, la válvula de escape de una nación frustrada que ni en los deportes encuentra la vía para sobresalir.

Sin embargo, y a pesar de Castillo, hay que reconocer que no todo se ha hecho mal. Sería injusto y mezquino. Encontramos el origen del mal sabor que hasta ahora nos dejan las Olimpíadas a las gestiones políticas del deporte mexicano. Antítesis del rey Midas, la gran mayoría de los funcionarios que se han hecho cargo del deporte han sido, más bien, un lastre. Los atletas mexicanos sobresalen a pesar de ellos. Generalizamos, con la misma pasión que despiertan en nosotros las competiciones y el nacionalismo.

Hay, empero, claroscuros. Y Yucatán ha brillado en esa oscura noche del deporte. Ayer, todos estuvimos atentos de la actuación de Rommel Pacheco, y de Karem Achach. Ellos no surgieron por generación espontánea, sino son frutos, precisamente, de una afortunada coincidencia. Nuestro estado se ha consolidado como uno de los mejores en las competencias del país. Este 2016, el estado terminó la Olimpiada Nacional 2016 en la sexta posición por puntos y por medallas. Cosechó 35 mil 774 puntos y 92 medallas de oro, 89 de plata y 110 bronces entre olimpiada, campeonato nacional y paralimpiada.

En la universiada nacional, que se realizó en Jalisco, nuestro estado igual tuvo un destacado papel. Tres instituciones de educación superior —Anáhuac Mayab, Marista de Mérida y UADY— estuvieron entre los veinte primeros lugares, en un disputadísimo medallero en el que, para que tengas una idea, la UNAM ocupó el sitio trece. Participaron más de cien universidades de todo el país. Así, los esfuerzos de estas instituciones educativas igual se suman a los del gobierno estatal, que son visibles y concretos. Por ejemplo, el Centro Acuático del Complejo Kukulcán, la casa de Rommel, fue erigido con una inversión de quince millones de pesos, a los que se las ha sacado jugo.

En el deporte, la política juega. Y eso está mucho más claro que las turbias, verduscas aguas de Río. Por el resultado de los atletas se puede calificar a funcionarios. Tanto nacionales como estatales. La conclusión es lógica: en la caótica administración de Castillo, Yucatán logró sobrevivir y destacar. Un brote verde tras la estampida de la horda de ese moderno Atila. Aquí, se están haciendo bien las cosas; hay personas preocupadas por el deporte y por los resultados. Tómese este elogio con las debidas reservas, ya que regímenes como el cubano nos han demostrado que no siempre el éxito en los deportes significa libertad, o democracia, o progreso.

Sin embargo, cada deportista que destaca es un joven arrancado de la pobreza y de la delincuencia; recibe, por sus aptitudes, una nueva oportunidad. En el caso de los chicos y chicas que participan en las universiadas, además de la posibilidad de destacar en una disciplina, pueden concluir la licenciatura que nunca soñaron estudiar, en una institución que ni en sus más lejanos sueños contemplaron. El deporte genera esperanzas; en nosotros, al sentirnos nación, y en ellos, al sentirse únicos. No se trata sólo de medallas, sino de vidas forjadas con esfuerzo y dedicación. Y de las personas que están detrás de cada uno de estos atletas, desde sus familias y amigos hasta los anónimos rectores que ven la manera de hacer posible lo imposible. Ellos, que nunca serán reconocidos con trofeos, son los campeones de este país, tan cabreado por los récords impuestos por políticos como Castillo.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
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