Felipe Escalante Tió
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya
Jueves 11 de agosto, 2016
La capital yucateca, la[i] Ciudad blanca[/i], cuenta ya con unas “letras turísticas”, como se designa a las estructuras de fibra de vidrio y aglomerado de madera, acomodadas para formar el nombre de Mérida en la Plaza de la Independencia, mejor conocida como Plaza Grande.
Tanto el presidente municipal, Mauricio Vila Dosal, como su directora de promoción económica y turismo, Carolina Cárdenas Sosa, festinaron la llegada de las letras, presentándolas como un atractivo que “promoverá a Mérida como destino turístico de vanguardia”, según la nota publicada en [i]La Jornada Maya[/i].
Lo adelanto: no me gustan estas letras. Me parecen un esperpento. Claro, el sentido de la estética es subjetivo, pero bien dice el refrán, en gustos se rompen géneros, así que a alguien le parecerán bonitas. Independientemente de mi apreciación, me quedan otras observaciones a las letras en cuestión:
En sí, los colores chillones de “pueblitou mecsicanou muchou típicou” prefabricado, para consumo de turismo masivo, me resultan chocantes puestos en contraste con la primera Catedral construida en tierra firme americana, en un espacio cuyas principales construcciones son de la época colonial.
Las letras, a pesar del diseño, no dejan de ser un producto fabricado. Así como se hicieron las seis de Mérida, ya se hizo todo el abecedario. En conjunto, son una tipografía que se ha repartido en varias ciudades del país, con los mismos colores, de manera que como atractivo turístico carecen, precisamente, de atractivo; no son nada particular. Ni siquiera pueden atribuirse al talento de un escultor o artista gráfico.
Cuestión aparte es que existan letreros similares en el país, pues el hecho de que existan no significa que sean un atractivo para el turista. Reitero: si se les encuentra en cualquier lugar, dejan de ser llamativos, porque no le dan una distinción a la ciudad. Si para el turista no existe diferencia entre tomarse una foto junto a unas letras que digan Tulum, Cancún, Guanajuato, Acapulco, Oaxaca, La Paz o Salina Cruz, no se le está ofreciendo nada. En la imagen que tome, el paisaje al fondo será el mismo: letras de colores idénticos.
El único letrero en el mundo con el nombre de una ciudad, reconocible a nivel mundial, es el de Hollywood, California. Tampoco tiene algún mérito artístico; simplemente está asociado a la migración estadunidense hacia el oeste, y la aspiración a convertirse en artista de cine.
Promover las “letras turísticas” como atractivo, y de hecho haber gastado en ellas, así haya sido una ganga, significa dejar de dar recursos a sitios que sí poseen atractivo, que ofrecen un recorrido y le dan identidad a Mérida. Ahí está la misma Catedral, el Monumento a la Patria que espera una restauración que lleva años aplazándose, las iglesias de los barrios, lo que queda del Paseo Montejo, el teatro Peón Contreras, el edificio central de la UADY o, como opina el investigador Indalecio Cardeña, las mismas haciendas de Mérida; aunque en el propio Ayuntamiento no puedan responder cuántas son éstas y mucho menos cuáles.
Si se quisieran promover estas últimas, se podría empezar con Xcumpich, que fue sede de un escándalo nacional por una denuncia de esclavitud en su interior, y de ahí cruzar a Sodzil, la que visitó Porfirio Díaz en febrero de 1906.
Aprendamos a diferenciar qué podemos ofrecer como atractivo al turismo y qué es una ocurrencia. Entonces analicemos si promover la historia y riqueza patrimonial de la ciudad tiene como efecto que los visitantes permanezcan una noche más. De mi parte, estoy convencido de que las “letras turísticas” no son un factor para atraer turistas, mucho menos para que se decidan prolongar su estancia.
Supongo que las letras seguirán ahí, por voluntad de la administración municipal. Hace décadas, cuando el PAN aún no gobernaba la ciudad, estas ocurrencias recibían un mote, gracias a un folcklórico alcalde:[i] checheradas[/i].
[b]Mérida, Yucatán[/b]
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