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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Miércoles 10 de agosto, 2016

[i]Constituía un placer especial ver las cosas consumidas, ver los objetos ennegrecidos y cambiados. Con la punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le latía en la cabeza y sus manos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia. [/i]

Sin lugar a dudas, éste es uno de los inicios más candentes de la literatura. Se trata de las primeras líneas de la novela [i]Fahrenheit 451[/i], escrita por Ray Bradbury. En este flamígero párrafo se presenta al protagonista pirómano Montag, cuyo trabajo es quemar libros en un futuro peligrosamente parecido a nuestro presente.

[i]Fahrenheit 451[/i] es una analogía de la intolerancia política. Nuestra historia está repleta de personajes de un sólo libro, que temen ideas incendiarias y precisamente con fuego las combaten. Las piras nazis donde ardieron obras de arte son sólo un ejemplo de la incapacidad de pensar en frío de las mentes débiles pero empoderadas por las circunstancias. Las hogueras de papel son alimentadas por la censura, que en estos áridos días siguen dejando en cenizas la libertad de expresión. Uno de los estados del país en donde no hay noticias de prensa libre es precisamente Quintana Roo; ahí, ahora gravitan sin sustancia una serie de publicaciones que bebían en un sucio abrevadero.

Nerón llevó al extremo la pirotecnia política. Ese adiposo emperador, producto del endogámico ocaso de un mundo que le puso cimientos al nuestro, no sólo hizo arder pergaminos, sino a su ciudad completa. Las llamas no sólo se devoraron a la entonces capital del mundo, sino también su futuro. La leyenda cincelada en épica se desdibujó en esperpéntico guión escrito por Tinto Brass; opaca, áspera escoria de la gloria que en su época iluminó una cavernaria oscuridad. El fuego y el hechizo que éste provoca en el ser humano.

El pirómano quintanarroense. Este papel que tienes en tus manos arde a los 233 grados Celsius —451 Fahrenheit—. El cuerpo humano, a los mil. Ese proceso de ignición se estaba registrando en el cadáver de la última víctima de la violencia en Cancún, cuando se dio aviso a la policía. El lunes, amaneciendo, fue hallada en dicha ciudad una persona sin vida, consumiéndose en fuego; de sus entrañas salían fuegos fatuos y humo. Yacía en la Supermanzana 77, manzana 4, a un costado del encierro de la empresa Turicún, en una calle de terracería. Era un hombre, envuelto con un plástico y una toalla de color rojo a su alrededor y con cinta canela. Un día antes, el domingo, un hombre fue encontrado degollado en la colonia El Pedregal, también en Cancún. Quintana Roo arde.

El único que no se ha dado cuenta es su gobernador, Roberto Borge Angulo. Mientras aún ardían rescoldos de ese hombre sin nombre, con el rostro calcinado, por medio de un comunicado, Borge Angulo se congratulaba de que en materia de seguridad, Quintana Roo registró la segunda mayor baja nacional en el número de homicidios dolosos durante el primer semestre del año, con 51 casos contra 92 en el mismo periodo del año pasado. “Las estadísticas muestran los buenos resultados del trabajo que mi administración desarrolló, bajo lineamientos del gobierno del presidente Enrique Peña Nieto y en coordinación con los 11 ayuntamientos, para brindar mayor tranquilidad a las familias quintanarroenses”, dijo el mandatario. Horas después de enviar ese boletín, en la noche del mismo lunes, elementos de los servicios de emergencia fueron alertados sobre la presencia de un cuerpo humano sin vida dentro de una bolsa, en un predio de la Supermanzana 516 de Cancún.

Cualquier otro estado ardería de indignación ante la ceguera o el cinismo de su mandatario. Quintana Roo no. Pareciera que los ciudadanos de esa entidad ya quemaron todos sus cartuchos, que se conformaron con no votar por el candidato de Borge. Fríos, como los pies de los muertos que se cosechan día y noche en sus calles, escuchan los mutilados datos con los que celebra el próximo a irse y asienten. Nada más. Piensan que cerrando los ojos con fuerza no verán cómo fracasa la sociedad en la que viven. Guiados hacia un precipicio, marchan con la ingenuidad de los indolentes.

Nerón fue un buen emperador… Al principio. A su lado tenía al filósofo Séneca, quien se empeñaba en forjarlo. Tenía madera. Hizo cosas positivas. Pero la corte que lo rodeó se empeñó en hacerle creer que no era un hombre, sino un dios. Y le aplaudía sus excesos. Y le pedía más. Y cuando recitaba lo atribulaban de loas. Y cuando cantaba lloraban de una falsa, zalamera emoción. Ellos le dieron la antorcha con la que este trágico personaje convirtió en hoguera a Roma. Y fue hasta entonces que le dejaron de aplaudir. Así pasa con nuestros gobernantes: no son ellos, sino nosotros.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
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