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Pedro Bracamonte y Sosa
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Martes 2 de agosto, 2016

Inegi y Coneval no se encuentran en disputa, ni mucho menos. Lo que parece distanciar a esas dos instituciones es un método y su aplicación a una realidad. Un ejercicio estadístico (encuesta o muestreo y la estimación) es una especie de fotografía. Y cualquier aficionado sabe que puede seleccionar su imagen, trabajar en la luminosidad, el ángulo y en muchos efectos. En las estadísticas sucede lo mismo. Los investigadores las pueden usar o, mejor dicho, operar a consciencia. Ello no es responsabilidad del instrumento, sino de quién lo utiliza. Pero es verdad que un buen método reduce las interpretaciones a modo. En otras palabras: la ética debe presidir siempre el uso del método y de los datos, sobre todo cuando de la vida de millones de personas se trata, en este caso mexicanos. La disputa acabará pronto en un acuerdo entre parientes: hermanos políticos que cobran del mismo fondo. Y hasta ahí. Pues ¿qué hace la diferencia?, ¿dos, cinco, diez millones, más o menos, de personas en grados de pobreza? ¡Cuando estamos hablando de sesenta o más!

Lo que escuchamos es el distorsionado sonido del análisis de violín: subió, está a la baja, se mantiene relativamente: o es unidimensional o multidimensional, según los parámetros gubernamentales. Los términos de la medición llevan siglos, como: pobres por naturaleza, pobres de solemnidad, pobres de alimentación, pobres de patrimonio, e incluso ni son pobres, sólo están en situación de pobreza. No los ofendáis: no son niños de la calle, nada más están en situación de calle, que es distinto. Como si nombrar la realidad de otro modo la cambiara. Cualquiera puede inventar sus conceptos. El doctor Jesús Lizama Quijano y quien esto escribe creamos nuestra propia manera de medir la pobreza (de los mexicanos originarios), ante la indigente veracidad de los datos gubernamentales, que hoy se exhibe. El lector podrá sacar sus conclusiones con la información que encontramos, por ejemplo, sobre ingresos monetarios, escolaridad y bienes industriales en la vivienda. Durante ocho años aplicamos seis muestreos a jefes de familia hablantes de lengua maya yucateca y en 2010-11 a hablantes de lenguas indígenas en tres regiones mexicanas: península de Yucatán, Oaxaca y La Huasteca, desde luego con la participación de colegas del CIESAS nacional. No partimos del supuesto de que ser “indígena” significaba ser pobre, pues no sería una hipótesis seria. Pero, amable lector, usted no lo va a creer. Resulta que sí, de acuerdo con nuestros datos, que se pueden consultar en la página del CIESAS, la relación no es casual sino causal.

El resultado es concluyente: cuando tratamos con población originaria de México que conserva la característica de seguir hablando su lengua, independientemente de que se halle en un lugar rural o urbano, se presentará necesariamente un nivel extraordinariamente escaso de ingreso monetario, de bienes de consumo industrial y de escolaridad. Una situación que no cambia en forma positiva para la siguiente generación. Más del 85 por ciento de los jefes de familia hablantes de lenguas originarias acaso concluyeron la primaria, tienen a lo sumo cuatro bienes industrializados en sus viviendas (de tecnologías vetustas) y recibieron el máximo de un salario mínimo en la semana anterior a la aplicación de los cuestionarios. Se pueden notar variaciones regionales pues en La Huasteca hay más carencias. Y también se puede ver que las peores circunstancias se hallan en las localidades menores a los 2 mil habitantes. La lección es obvia: en este grupo de jefes de familia que son personas mayores a los 15 años acaso alrededor de un 10 por ciento cuenta con algo de posibilidades de solventar, junto con los otros miembros, las necesidades materiales de una familia. No se trata sólo de pobreza, sino de la negación histórica y ostensible de oportunidades. Y, es obvio, todos contemplamos día a día no sólo la pobreza extrema sino la depauperación. Sin engaños. Damas y caballeros: estamos atestiguando un etnocidio, del que la miseria económica es apenas una parte. Sobre ello volveré después.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
[b][email protected][/b]


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