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del

Pedro Bracamonte y Sosa*
Foto: Fernando Aceves
La Jornada Maya

Jueves 28 de julio, 2016

El año 2016 transcurre y los cambios económicos son casi imperceptibles en la ciudad de La Habana, al tiempo que la población asume que no hay mucho que espearar, por lo pronto. Y es que las recientes visitas del papa Francisco, del presidente de los Estados Unidos y de los Rolling Stones parecían anunciar, al fin, el final del bloqueo comercial norteamericano y, quizá, con ello una mejoría perceptible en la producción y en el consumo cotidiano. Con el Papa, miles de católicos desbordaron los actos públicos y aplaudieron su mensaje. Con Obama, el acceso fue restringido al protocolo y a dos mensajes, uno junto a Raúl Castro y el otro solo, que se difundieron por la televisión, casi en vivo. La magia de los Stones pasó sin pena ni gloria.

Está claro que el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre La Habana y Washington no se traduce, para el ciudadano de a pié, que en Cuba casi todos lo son, en la entrada de tecnología, medicamentos y mercancías diversas. Pero, por lo visto, comida hay e incluso los precios de los productos agropecuarios han disminuido levemente, quizá como un mensaje popular después del último congreso del Partido Comunista Cubano, posterior a las visitas; la medicina social preventiva y la educación formal y artística se tienen por grandes logros de la revolución y no parece haber quienes, dentro de la isla, pretendan un regreso al pasado en esos ámbitos. La generación actual no quiere ni merece repetir la amarga experiencia de los periodos especiales que enfrentaron sus padres, con las tarjetas de racionamiento. Las remesas de los cubano-norteamericanos están dando para una pequeña inversión en restauración de departamentos y casas antiguas de alquiler, y en el acceso a la cultura del móvil y de las películas y series extranjeras, que se consiguen de manera legal a costo irrisorio. En contrapartida, los ingenios de la caña de azúcar laboran con la vieja maquinaria y los campos se aran aún con yuntas de bueyes, y es que de una industria no se puede hablar. El problema evidente es que un segmento de la población educada, los técnicos y profesionales, no encuentra opciones de futuro con mejores ingresos y consumo de bienes industrializados e incluso de lujo.

Pero para un país formado por conquistadores castellanos, esclavos negros, colonos asiáticos y de otras latitudes, incluyendo canarios, gallegos y yucatecos, la igualdad y el respeto entre los grupos socio-raciales es una evidente realidad, excepto que el racismo se anide de forma soterrada e imperceptible para los foráneos. Otra fuente que brinda leve mejoría es el turismo, con más vuelos y algunos cruceros que ya casi rebasan la capacidad de la vetusta infraestructura hotelera y de servicios con, claro, el aumento en los precios para los turistas que se afanan por vivir la experiencia cubana antes del regreso de los norteamericanos y del capital.

La imagen de las grandes y arboladas avenidas y calles resguardadas por casonas y edificios despostillados, en las que circulan los almendrones que dejó la oligarquía en 1959 y los autos Lada que dejaron los soviéticos, es certera y se expresa en el arte popular como suvenir para los visitantes. Fidel sigue siendo un héroe para la inmensa mayoría. El Che es un ícono cada vez más lejano, como su mausoleo a la entrada de Santa Clara. En el entorno de los hoteles internacionales, igual que hace décadas, las jineteras y los cuentapropistas de los giros negros seducen y esquilman a los turistas, de los cuales muchos regresan por más con maletas llenas de artículos para tal fin. Son breves islas en la ciudad. No existe crimen organizado.

Por el régimen político, en la calle no se habla casi nada de política, no así en el interior de las viviendas, y aún sin prensa libre las noticias vuelan. Hay algo que impresiona a cualquiera, sin embargo, en especial si se es mexicano: un clima de seguridad y tranquilidad que, por mucho, se envidia. Tuve ocasión de estar en La Habana cuando sucedieron esos eventos y después. He caminado mucho en esa ciudad e intercambiado pláticas y opiniones con gente sencilla y con algunos científicos. Y lo que percibí es que La Habana casi contuvo la respiración en los días que Obama la visitó. Y luego, en un contrapunteo, siguió el mismo ritmo de su aliento de ciudad caribeña en espera de nuevas oportunidades. Trabajando, porque los habaneros trabajan mucho. Me explico. Se esperaba un acuerdo de impacto histórico o, al menos, uno simbólico pero efectivo de cambio. La gente lo esperaba con ilusión, de su gobierno y de su enemigo. Ese convenio para preservar lo que consideran sus logros sociales, para romper el aislamiento lacerante, par ser dueños de su destino.

Más abierto estuvo el hermano del héroe. El extraño visitante de buenas intenciones, me temo, quedó corto en su discurso liberal con tres postulados defendidos apelando más a las emociones que a la comprensión: el futuro de los cubanos debe ser decidido por ellos mismos, el embargo es un asunto del congreso estadounidense en el que el presidente poco puede hacer y la recomendación de que la isla evolucione hacia el sistema de mercado con un proyecto económico cuentapropista, esto es, de micro-inversiones. Los funcionarios cubanos no aplaudieron; en la calle los rostros decepcionados. Para darme a entender: algo similar al programa changarrero que propuso Vicente Fox en 2000; un país de tenderos de esquina. Muchos dicen que detrás se esconden intereses imperiales, o que el liderazgo cubano no supo aprovechar la ocasión. Por mi parte, me quedo con las arboledas de enredadas raíces que dan sombra para caminar al medio día, con la impresionante seguridad que permite caminar también de noche y con la expresión valiosa de Obama, cuando dijo: que los cubanos decidirán su futuro, sin intervención externa.

*Investigador del CIESAS-Peninsular

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