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Giovana Jaspersen y Olvido Álvarez
Fotos: Luis Pérez y Miguel Durán - INAH
La Jornada Maya

Jueves 28 de julio, 2016

Las preguntas surgían desde que se recibía la invitación ¿Por qué un museo convocaría a una reunión de vecinos? ¿Para qué regresar a la idea del barrio desdibujada por la modernidad y el desarrollo? ¿En 26 de julio, con qué sentido? ¿La comunidad directa en torno al museo, existe? ¿Los recuerdos de las personas, la nostalgia y la memoria, construyen el patrimonio cultural? ¿Quiénes son las voces que narran los lugares de la memoria y cómo toman forma? ¿En una reunión? Todas éstas seguían en el aire cuando el reloj estaba a punto de marcar las 19 horas. Los vecinos del Barrio de Santa Ana llegaron poco a poco a la Capilla del Palacio Cantón: el ingeniero, el músico, la burócrata, el empresario, el chef, la profesora, el licenciado, la escultora, los jóvenes recién asentados, el galerista, el maestro, el funcionario, los comerciantes, las amas de casa. Todos entraban y se iban acomodando en diferentes lugares; todos “Santaneros”, todos sentados junto a la memoria de su barrio e inquietos por el llamado. En la misma sala pero en el extremo, otros preparaban sus textos y sostenían en papeles su historia, que era también el puente para llegar a la de todos.

La licenciada Giovana Jaspersen, directora del Museo, dio la bienvenida mencionando el evento como un primer encuentro, directo y actual, entre el Palacio Cantón y el barrio de Santa Ana. El mismo barrio que cerraba su fiesta el 26 de julio y que desde los años 50 no reunía a su comunidad en la misma fecha. Habló de las transformaciones sociales y del desarrollo habitual en la ciudad, que suele traer como resultado la disgregación de la cohesión social de los barrios tradicionales; pero también de lo fundamental de las personas en la recuperación del tejido y la comunicación para el rescate del pasado y su proyección a futuro. La función comunitaria del museo como sitio de encuentro y socialización; como espacio cultural y académico; sitio de la memoria colectiva y escenario de gran diversidad de historias personales; fue sin duda la razón por la que el Palacio Cantón se ha transformado en el icónico del barrio y del Paseo Montejo. Si se observa el entorno desde cualquier azotea del barrio, el límite visual es el Palacio Cantón y el evento era un primer paso para ser también el horizonte comunitario, el escenario de encuentro para quienes construyen Santa Ana todos los días, expresó.

La maestra Celia Pedrero, quien recién había concluido su labor como facilitadora en el taller de escritura organizado por el propio museo, llamado Yo recuerdo… memorias sobre el Palacio Cantón, el barrio de Santa Ana y el Paseo de Montejo, tomó la palabra para explicar que previamente se trabajó en seis sesiones de dos horas cada una. En ellas, los participantes adquirieron herramientas para la elaboración de escritos, pero sobre todo se avivó la memoria de quienes más que escribir hablaban sobre las innumerables anécdotas, calles, nombres de personas, cines, casas, tiendas. El taller se convirtió en un anecdotario dirigido a la sistematización de la memoria. Así, la maestra Pedrero dio pie a la presentación de los participantes y la lectura de sus textos.

Inició Ivone Pompeyo, con dos relatos. El primero, sobre su asistencia en la infancia y por primera vez a una “fiesta de sociedad” del brazo de su padre y en la terraza del Palacio Cantón, describió con ello los ajuares de las damas, el ambiente, la riqueza y sus propio vestido amplio, con el que escuchó por primera vez una orquesta de cuerdas, en memorable escenario. El segundo relato se lo dedicó a los Helados Chantilly, famosos en el barrio, y la variedad de los sabores típicos que fueron delicia de adultos y niños, cuyo sabor quedó en el paladar de por lo menos tres generaciones.

Le siguió en la lectura Olvido Álvarez, con una anécdota sobre la visita de Hilary Clinton al Museo Palacio Cantón, en la que con exacto sentido del humor narró no sólo el evento, sino la preparación del museo, sus trabajadores e instalaciones para la importantísima visita, que regaló -además- los primeros equipos de aire acondicionado que tuvo el espacio. A continuación Pilar Canto, también trabajadora del museo, hizo honor a una colaboradora legendaria: doña Margarita Góngora, los años que trabajó, los personajes con los que convivió y los cambios que el Palacio Cantón tuvo en dicho periodo.

Rosa Martha Rivera relató primero los pormenores de un viaje a Mérida, al barrio de Santa Ana; después, de su cambio de residencia tras el terremoto del 85 en la Ciudad de México y la experiencia que consigo trajo el llegar a habitar en la calle 49 de Santa Ana, haciendo énfasis en lugares típicos del barrio, pero también en las diferencias encontradas y las anécdotas que como foráneo se cosechan en un barrio tradicional. Sandra López de la Portilla describió el trabajo de su abuelo carpintero, famoso en el barrio; así como la historia de su papá, quien estudiara en el Palacio Cantón cuando éste fue sede de la Escuela Hidalgo, compartiendo no sólo su historia familiar sino el recorrido, las calles, las travesuras de los niños en el espacio que fue su escuela e incluso las boletas de calificaciones de la época. Sergio Ceballos, joven de escasos 24 años y el menor del grupo, describió su acercamiento al barrio de Santa Ana, y compartió la vista contrastante del cambio de milenio, del pasado desde su presente.

Así, cerraron las lecturas y tomó la palabra doña Melba Rosa Peniche, quien con la voz que entrecortan los años, dijo estar muy contenta con poder participar en el taller y con la labor del museo de valorar la memoria de los vecinos de Santa Ana y rescatar los recuerdos de los participantes. Le siguió al habla su esposo, don Carlos Peniche, quien recordó la visita de Tongolele a tierras yucatecas, con Rosita Quintana, y que luego de presentarse en el teatro fueron detenidas por la policía en el Parque de las Américas, por llevar vestimenta que dejaba ver sus rodillas y estar faltando a la moral. Los asistentes festejaron éste, entre mucho de los recuerdos de don Carlos, que inició un viaje a través de las cantinas del barrio, distinguiendo entre ellas El Gallito, que a su parecer da la auténtica botana yucateca. También comentó el surgimiento de la frase “la hora cristal”, que promovió otra cantina. Su entusiasmo fue la muestra clara de lo que el taller logró en el octogenario, así como en los participantes del taller y los asistentes a esta reunión de vecinos del barrio, de “Santaneros”, como ellos mismos se nombran.

El tiempo dedicado a la exposición del taller finalizó recordando a quienes no pudieron acudir a la cita en el Museo, como don Mario Sosa y Cristina G. Cantón; ambos con aportaciones a lo largo de las sesiones para la delimitación espacial del barrio a través de la historia, y el reconocimientos de las familias que lo fueron construyendo al habitarlo.

La noche cerró con un espacio de convivencia, en ella vecinos y amigos de infancia se reencontraban, mientras otros asistentes conocían los nuevos rostros del barrio y presentaban su quehacer en él. Pero especialmente cerró en un ambiente festivo, como el que tuviera un 26 de julio hace más de 60 años, con una atmósfera llena de recuerdos, historias, pláticas de la niñez, jornadas de juego en los jardines del Palacio Cantón, visitas presidenciales y travesuras de infancia; todo con sus respectivos olores, sabores y sonidos. La reunión funcionó, sin duda, como un detonante para despertar aquello que en el barrio se creía perdido: el sentido de comunidad.

El Museo del Barrio recuperó así sus voces, pues se construye justo a partir de esta narrativa diversa. La identidad del barrio de Santa Ana y del Paseo Montejo no es un adentro y afuera del Museo, sino un conjunto patrimonial que suma todos estos factores y todas estas historias. Cada voz de los habitantes del barrio cumple la misma función que las piedras para levantar el icónico edificio; estas voces construyen la memoria y el valor simbólico del Palacio Cantón: El Museo de acá.


Mérida, Yucatán
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