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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Fernando Eloy
La Jornada Maya

Martes 26 de julio, 2016

[i]Manolo el Gitano abrió los ojos, miró la débil luz que se filtraba por las rendijas de la chabola y se levantó, procurando no hacer ruido. ¿Qué hace el Rey a estas horas, alma en pena de nuestros muertos andaluces? Su mujer tenía la voz pastosa de insegura de alguien que empieza a despertarse. Ella le hablaba siempre en geringonca, una mezcla de los gitanos, de portugués y de andaluz. Y le llamaba Rey. Rey de una mierda, tuvo ganas de replicar Manolo, pero no dijo nada. Rey de una mierda, cierto, antaño sí que era el rey, cuando los gitanos eran respetados. Voy a mear, respondió lacónicamente Manolo. Eso es bueno, dijo su mujer. ¿Me llevo a Monolito?, susurró a su mujer. Deja dormir al pobre niño, respondió ella. A Monolito le gusta mear con el abuelo. Déjalo dormir; pobre criatura. Manolo el Gitano abrió la puerta de la chabola y salió al aire de la mañana. Todo el campamento dormía. Para mear había escogido una gruesa encina que proyectaba su ancha sombra sobre una explana de hierba justo afuera de la pineda. Quién sabe por qué, le consolaba mear contra el tronco de aquella encina, quizá porque era un árbol mucho más viejo que él y a Manolo le gustaba que en el mundo hubieran seres vivos más viejos que él. Se acercó al grueso tronco y orinó con alivio. Y en aquel momento vio un zapato. Manolo se acercó con cautela. Su experiencia le enseñaba que podía ser un borracho. Al zapato, que resultó ser un botín, le seguían dos piernas cubiertas de unos vaqueros ceñidos. El cinturón era de cuero claro. El tronco llevaba una camiseta azul… Manolo prosiguió su inspección: llegó hasta el cuello y no pudo seguir. Porque el cuerpo no tenía cabeza.[/i]

El 24 de mayo de 1996, Damasceno Monteiro fue asesinado y su cuerpo se halló en un parque público, decapitado y con señales de tortura. Firminio, un joven periodista, inseguro y de cultura escasa, es enviado a Oporto como corresponsal de un diario. Ahí se encuentra con Fernando de Mello Sequeira, abogado que se hará cargo del caso. En mancuerna con las notas de Firminio, y con la ayuda que ofrece a la gente más baja de los barrios de Oporto, Fernando logra resolver el misterio. Ese, en un párrafo, es la trama de la novela La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, escrita por Antonio Tabucchi. Y, como siempre, la realidad siempre supera la ficción. El domingo, por la tarde, una pareja de motociclistas, que se detuvo para hacer sus necesidades fisiológicas —a [i]mear[/i], como el rey gitano de Tabucchi— , se llevaron un fuerte susto al encontrar siete calaveras. Estas se encontraban en un tenebroso montículo en la maleza en la lateral exterior del kilómetro 36.5 del anillo periférico.

El 28 de agosto de 2008, a alba un campesino halló los cadáveres decapitados de 11 hombres en Chichí Suárez. Los cuerpos estaban apilados, 10 de ellos totalmente desnudos y sólo uno con ropa. Horas después, otro cadáver, igual sin cabeza, fue encontrado en el municipio de Buctzotz. Esta docena trágica conmocionó al estado, hasta entonces inmune al virus de violencia que había comenzado a infectar a todos los otros estados del país. Meses antes, en enero de ese año, fue localizado el cuerpo decapitado de Juan Carlos Alvarado Naal, [i]El Calochas[/i], conocido narcomenudista de Progreso. La cabeza fue arrojada al día siguiente del crimen en la repetidora local de TV Azteca. Por medio de sus huellas dactilares, las autoridades pudieron identificar a diez de los decapitados de agosto. Todos ellos estaban vinculados al crimen organizado. Eran Eusebio Rosado Fernández, Manuel René Mena Espinoza, Julio Mendoza Hernández, Félix Jesús Herrera Solís, José Luis Rodríguez Chin, Luis Adolfo Romero Dzib, Miguel Ángel Puerto Gutiérrez, Luis Fernando Pech Chan, Rosendo Pech Dzul y Luis Alfonso Canul Chan. Asimismo, en el terror posterior comenzó a circular un vídeo en el que se veía las cabezas perdidas. Puestas una al lado de otra, con pintadas y cortadas, se hablaba de que ese video contenía un mensaje para el comandante Luis Felipe Saidén Ojeda. El material fue bajado de la Internet.

Se dio, igual, con el lugar donde se realizó la carnicería: una casa ubicada a pocos metros de un concurrido restaurante de Prolongación Paseo de Montejo. Esa casa estuvo durante mucho tiempo precintada, y posteriormente fue remodelada por sus propietarios. Fue hasta hace poco que se volvió a rentar. Según la publicidad de los vehículos de los nuevos, valientes inquilinos, además venden carnitas.

Las cabezas nunca fueron encontradas, o por lo menos nunca se informó a la población de su hallazgo. Este fue un caso en el que se tuvo un sigilo extraordinario, y en parte se comprende, ya que precisamente el objetivo de esta matanza fue causar terror. Su sola mención aún causa escalofríos, y es por eso que a pesar de las versiones que circularon ante el hallazgo dominical de siete calaveras las autoridades negaron que sean las de los muertos de Chichí Suárez y Buctzotz. Condenados a penar por siempre si cabeza, es muy probable que nunca sepamos los pormenores de este suceso. “Macabro hallazgo”. Fórmula trillada que aún produce escalofríos. Por siete. Lo del domingo se saldará con una anécdota, como un titular de la prensa popular. Las autoridades prefieren sepultar con silencio el episodio que nos conmocionó en 2008.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
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