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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

No te darás cuenta, pero un día te verás en el espejo y tu rostro estará completamente surcado por recuerdos, y tendrás que peinar nieve; tus ojos estarán nublados de tanto haber visto, espero que cosas buenas.Tus manos tendrán manchas de años —flores del camposanto, les llaman— y temblarán; se te caerán las cosas, y te sentirás torpe, como ese niño que ya no recuerdas haber sido.

No tendrás dientes; implantes le darán estructura a tu rostro cansado. Sin ellos, tu rostro se contraerá, y parecerá que no tiene cimientos. Dirás frases incoherentes o repetirás, y repetirás, y repetirás ante la juvenil impaciencia de tus interlocutores.
No querrás deshacerte de tus cosas; tesoros que otros menosprecian y llaman basura. No saben que esa pluma te la regaló tu nieta. No conocen la historia de esa agenda de 1987. No son capaces de admirar la belleza de esas canicas. Te dolerán las rodillas, los tobillos; habrá días en los que te dé mucho trabajo caminar. Te dará pena, primero, utilizar bastón, pero después ese pedazo de madera se convertirá en un apéndice de tu cuerpo.

Tus amigos se morirán. Uno a uno. Y con cada obituario que leas, con cada pésame que des, te irás despidiendo tú igual, alimentando en tu interior esa sensación que sólo viniste al mundo a ocupar espacio; que tu legado es tan nimio que nadie te echará de menos.

Te sentirás triste y esa melancolía te amarrará al lecho. No querrás levantarte, no tendrás hambre ni sed; no te importará lo que está pasando; nada, ni adentro ni afuera de ese vetusto armatoste en el que te ha postrado la batalla con los años. Te alejarás del presente y viajarás al pasado, escarbando los instantes en los que fuiste feliz. Sonreirás de repente, en las tardes, cuando naufrague en la erosión de tu memoria aquella primera vez en que tu hijo te dijo papá.

O llorarás, arrancándote las costras de tus errores; lamentando, por ejemplo, aquella graduación que te perdiste o cuando te fuiste de casa sin decirle te quiero a tu mujer, que desde hace años ya no está contigo… Que ya no está contigo. Dormirás poco y mal. Orinarás con dificultad, al grado de que cada gota será una victoria, algo para celebrar. Tomarás más drogas que Amy Winehouse, pero éstas sólo te servirán para nivelar tu azúcar, marcarle el paso a tu corazón, mantener a raya tu presión… Se te olvidarán las cosas. Primero, las insignificantes, como dónde dejaste las llaves, o si cerraste al salir; luego, las trascendentales, como si ya comiste, o cómo te llamas, o cuántos hijos tienes; te perderás en las marismas de esa memoria mermada por las décadas y los lustros.

Tus hijos te tratarán como a un incapaz, como a un lisiado. ¡Tus hijos! A los que tú les cambiaste pañales y les enseñaste a caminar; a los que les pagaste sus estudios y los ayudaste aún casados. Te hablarán como si no entendieras, como si fueras un recién nacido. Y lo más triste, pensarás en medio de esa tormenta de indignación, es que lo eres, que te has convertido en un incapaz, en un lisiado; que eres de nuevo un recién nacido, con la diferencia de que tu futuro es mucho, muchísimo más breve. Y le das gracias a Dios porque no estás solo.

Dentro de muchos años —espero— abrirás un cajón, que chirriará al despertar de su inmovilidad. Ahí encontrarás un polvoriento, lánguido ejemplar de La Jornada Maya, con fecha jueves 21 de julio de 2016. Y leerás estas líneas tituladas “Para el anciano que seré”.

***

Ese mismo día se inauguró el Centro Integral para la Plenitud del Adulto Mayor Renacer. Ahí, el Ayuntamiento de Mérida invirtió más de 14 millones; en ese sitio se ofrecen servicios que promueven el mantenimiento y la mejora de la salud física de los ancianos, su alimentación, su salud mental, la cultura, el micro emprendimiento y la accesibilidad universal.

Este centro se encuentra en el fraccionamiento Juan Pablo II y permitirá al DIF municipal duplicar su atención, al pasar su cobertura de 15 mil a 30 mil adultos mayores. En Mérida, según el Consejo Nacional de Población, hay 88 mil ancianos. De estos, 44 mil viven en condiciones precarias; no cuentan con jubilación ni pensión, y requieren trabajar para vivir en difíciles condiciones para obtener empleo.

Renacer cierra el ciclo que abran, por ejemplo, los cursos de verano para niños que ofrece el gobierno del estado y el Ayuntamiento. Estos programas nos muestran la importante, constante presencia de las instituciones en nuestras vidas, que en muchos casos las moldean. Como beneficiarios de estos programas, debemos ser partícipes en la implementación de los mismos. Esto requiere un sincero ejercicio de empatía, como el que acaso de realizar. No es sino hasta que somos adultos mayores —o tenemos a uno cerca— cuando realmente valoramos centros como el Renacer. O cuando nuestros hijos son pequeños y por cuestiones de trabajo no podemos atenderlos en sus vacaciones cuando damos gracias por los cursos extraescolares. Después de esta catarsis creo con mayor firmeza que son estos programas por los que valen la pena las instituciones.

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Jueves 21 de julio, 2016
Mérida, Yucatán


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