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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Francisco Olvera/ Archivo La Jornada
La Jornada Maya

La incongruencia de que una escuela indígena tenga el nombre de Hernán Cortés, hecho denunciado ayer por mi vecino de los lunes Tabacón B. Linus, me recordó aquel bizarro juego de Belbo, Diotallevi y Casaubon, personajes de [i]El péndulo de Foucault[/i], de Umberto Eco.

Ellos inventaban imposibles asignaturas universitarias, como Urbanística Gitana, Hípica Azteca, Tripodología Felina, Morfemática del Morse, Historia de la Agricultura Antártica, Historia de la Pintura en la Isla de Pascua y Literatura Sumeria Contemporánea.

Fundamentos de Examenología Montessoriana, Filatelia Asiriobabilónica, Tecnología de la Rueda en los Imperios Precolombinos, Iconología Braille, Fonética del Cine Mudo, Psicología de las Masas en el Sahara…

Su objetivo era crear la currícula de una Facultad de Trivialidad Comparada, “donde se estudien asignaturas inútiles o imposibles. La facultad tiende a reproducir estudiosos capaces de aumentar al infinito el número de temas triviales”, como le explicó Belbo a Casaubon.

De lo que Eco se burlaba por boca de sus personajes es en México una realidad. Ahí tenemos el caso de la escuela con el nombre del conquistador en donde indígenas estudian la visión de los vencedores. Ahí, el partido en el poder que exuda incongruencias desde su propio nombre: Revolucionario Institucional.

La incongruencia en México tuvo ayer su clímax, con la renuncia del empleado que debía investigar al patrón, ambos, asumo por la pantomima, egresados de esa facultad ideada por Eco. El surrealismo continuó en esa jornada de antología, cuando ese patrón pidió un perdón matizado, hueco, señalando que aunque no había violado la ley había herido las susceptibilidades de muchísimos mexicanos, llegando a dañar incluso la investidura presidencial, esa que se ha reducido a la burla desde hace varios sexenios.

Incongruencia. Incongruencia total. Un perdón diluido en soberbia, que de poco sirve y que sólo busca acaparar titulares. Una confesión sin penitencia, convertida en fuego de artificio, como el anuncio realizado por el mismo Peña Nieto en la ONU de la legalización de la mariguana o la propuesta de reformar las leyes para permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Declaraciones escandalosas que expiran segundos después de pronunciarse. Un quémese después de leer, olvídese y siga caminando; migajas a grupos de presión para entretenerlos un buen rato. La única constante, lo único congruente en este país es la cínica capacidad de algunos de nuestros políticos para hacer lo que les plazca. Y esa impunidad, además de estar enraizada en un sistema fértil para la corrupción, es regada con nuestra alegre indiferencia, que permitimos episodios como el de ayer. Permitimos y aplaudimos. Sólo como recordatorio: el 18 de noviembre, Angélica Rivera anunció que vendería la casa en discordia, la blanca de negra memoria. Que no haya cumplido su promesa, no pensemos mal, es sólo un indicador de que el mercado de los bienes raíces en México está mal.

Como un cáncer en metástasis, casos de malos manejos del dinero público supuran todos los días, en las páginas de una prensa agónica de credibilidad. Leemos esos titulares con una capacidad de asombro entumida, ensimismada en nuestra propia culpa, y en silencio, sin que nadie nos escuche, entonamos igual un mea culpa, tanto por nuestros pecados de acción como los de omisión.

Nos hemos adaptado a la perfección a este ecosistema que asfixia a la honestidad y a la lógica, donde, por ejemplo, el líder de los obreros es un príncipe que lleva un cuarto de siglo hablando de proletariado y lucha de clases, y que el fin de semana fue reelegido por aclamación, como los primeros papas de la Iglesia. Así la incongruencia.

[i]Respuesta a Gastón Ramírez Cueva: Si leyera lo que Federico García Lorca y Mario Vargas Llosa escribieron sobre el toreo ¿me gustaría? ¿Me emocionaría al ver entrar a un sujeto [/i][i]vestido con mallas y chaquiras, muy bling bling mostrando paquete? ¿Le gritaría ‹¡olé, matador!›, tal vez creyéndome descendiente de ese Cortés que le da nombre a la [/i][i]preescolar de Abalá? ¿Me pondría boina? ¿Mi concepción cambiaría? ¿Pensaría entonces que el toreo es una tradición ancestral y mágica, como la ablación femenina y el vudú? [/i][i]¿Qué sensación me causaría ver que le claven banderillas al animal? ¿Se me enchinaría la piel? ¿Me excitaría? ¿Me retorcería a escalofríos? ¿Babearía? ¿Tendría acaso [/i][i]otra concepción sobre la valentía de un hombre? Si leyera a García Lorca y Vargas Llosa ¿empezaría a creer que el valor de un hombre se mide por una inútil, fútil temeridad? [/i][i]¿Calificaría a un hombre de valiente únicamente por su desprecio a la vida para saciar el apetito sensual de aquellos que a metros los admiran y que están [/i][i]dispuestos a defenderlos banderilleando calificativos contra los que no han leído lo que García Lorca y Vargas Llosa escribieron sobre el toreo?[/i]

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Martes 19 de julio, 2016
Mérida, Yucatán


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