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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Screen Shot tomado de la película La Ley de Herodes
La Jornada Maya

Miércoles 13 de julio, 2016

Quintana Roo, que conoce de huracanes, está actualmente sorteando uno. Es, quizás, el más intenso de la administración de Roberto Borge Angulo; el más intenso y el último. “Quintana Roo es hoy como el pueblo ese de la película [i]La Ley de Herodes[/i]”, me comenta un colega, en relación a la cita dirigida por Luis Estrada. “Igualito”.

Así lo han reportado los medios nacionales, que han dado puntual seguimiento de los amarres realizados por las administraciones salientes de Quintana Roo, Veracruz y Chihuahua para blindarse de un futuro que, para ellos, se vislumbra oscuro. Han sido tales los excesos reportados en este triste epílogo que incluso la Presidencia de la República tuvo que intervenir.

La acción legal presentada por la Procuraduría General de la República contra los congresos y gobernadores de Quintana Roo y Veracruz es una clara señal, una advertencia que deben ponerse detrás de la oreja los mandatarios, los que comienzan y los que están en la recta final.

El presidente Enrique Peña Nieto, en una desafortunada declaración de 2014, señaló que la corrupción de México es cultural, que la portamos en el ADN y que nos predetermina. Las acciones protagonizadas por los gobiernos en fuga nos demuestran que, como en pocas ocasiones, tuvo razón. Decir que la corrupción está en nuestra naturaleza, en parte, justifica ciertos actos.

Imaginémonos pues, el grado de descomposición a que han llegado Quintana Roo, Veracruz y Chihuahua para que el gobierno federal tome cartas en el asunto. Sí, el gobierno que pasará a la historia con el estigma de la Casa Blanca. Ya no se trata de políticos que “roban poquito”, o de corruptelas casi institucionalizadas, como el moche nuestro de cada día. No. En esos tres estados, ahora parias, se alcanzaron niveles inimaginables.

En Quintana Roo las noticias sobre desvíos e irregularidades salpican, revientan todos los días; no sólo estamos atestiguando el fin de una administración, sino el armagedón de una casta. Una corte caribeña, acostumbrada a ejercer el poder sin control ni freno, ahora se encuentra ante un escenario que nunca previó, que es el de abandonar su coto. Es consciente, además, que la historia la hacen los vencedores, y que estos tienen sed de venganza.

Esta situación, para ellos, es desesperante. No sólo se verán obligados al exilio sino que es muy probable que todo lo que hicieron —y dejaron de hacer— se fiscalice con furioso rencor. De ahí que todas sus energías estén enfocadas a preparar la huida. Todos los que en su oportunidad fueron considerados aliados ahora les dan la espalda. Entre las notas más duras aparecidas recientemente en la prensa se encuentra la publicada en La Jornada Maya, en la que uno de los hombres fuertes del motor de Quintana Roo —el turismo— arremete contra Borge, haciendo ya no leña sino astillas del árbol caído.

Casi mil 500 millones de pesos de los que nadie sabe nada, escondidos como el cofre de un filibustero. Los capítulos finales de la administración borgista están repletos de datos duros y de declaraciones contundentes, que no dan pie a interpretaciones o a matices vengativos. Los hechos ya están a la vista de todos. Carlos Joaquín González heredará a una población con ánimos de vendetta y a un estado hundido por las deudas. Una combinación complicada.

Desde ya podemos vislumbrar los primeros meses de la administración de Joaquín: se pondrá a toda la maquinaria a buscar irregularidades pasadas. Se bucearán archivos, se hará minería en expedientes, se girarán algunas órdenes de aprehensión. Sin embargo, serán sólo charalitos los que se atrapen en esa pesca de corruptos, ya que nuestra historia, nuestra deprimente historia, nos ha enseñado que los peces gordos siempre nadan en el mar de la impunidad. Así ha sucedido y así sucede, por ejemplo, en Nuevo León.

Mientras que la corrupción que se ejerza no sea descarada, desmedida, el pueblo estará calmado y puede que incluso hasta contento, encariñándose con políticos se muestran a sí mismos como Robin Hood. Está en nuestra cultura, como asegura el presidente Peña Nieto. Está en nuestro ADN, como los ojos oscuros. Tal vez, y en el caso específico de Quintana Roo, incluso hay también un poco de genética pirata. Mientras no aparezcan personajes que se asemejen a Nerón o a Calígula, está bien que roben, pero poquito.

¿Estamos determinados entonces a sufrir gobiernos y gobernantes como los que ahora se están por ir? No. Claro que no. Ellos nos quieren hacer creer que sí, que dar una “mordida” o una comisión es normal. El político corrupto sólo sobrevive en un ambiente corrupto. Ahí, y sólo ahí, está el gran reto de los candidatos que le arrebataron el poder a Roberto Borge y a Javier y César Duarte. Carlos Joaquín puede emprender una cruzada contra sus antecesores, los puede incluso meter a la cárcel. Pero eso de poco servirá si no hace los cambios institucionales para erradicar la corrupción que ha hecho de Quintana Roo una especie de Isla Tortuga, santuario de corsarios.

[b][email protected][/b]
[b]Mérida, Yucatán[/b]


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