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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Viernes 8 de julio, 2016

En las últimas semanas se han intensificado los apagones en la ciudad. La Comisión Federal de Electricidad (CFE) justifica esas fallas por las lluvias, aunque la gran mayoría de estas se debe a sus vetustas instalaciones y equipos y a la paquidérmica lentitud de sus cuadrillas. Para echarle leña a esa hoguera de descontento, los cortes coinciden con la noticia del aumento de las tarifas. Pongo el dedo en la llaga: según datos dados a conocer recientemente por la delegación en Yucatán de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), esta “empresa de clase mundial” es la reina de las reclamaciones, con doscientas veintinueve en lo que va del año. En el país, los reclamos a la CFE ascienden a nueve mil ochocientos.

La paraestatal es el ejemplo más fehaciente de la urgente necesidad de cambiar el esquema energético en el país. Las reformas a las leyes, que se presentaron como panacea, ahora generan fuertes dudas. El gasolinazo y el alza de las tarifas desmienten las afirmaciones peregrinas con las que se presumían los cambios. De nuevo, los mexicanos sentimos que nos vieron la cara. Otra vez. Las autoridades han asegurado que los hogares no pagarán más por la energía eléctrica que consuman; el golpe es directo a las empresas e industrias. El cuento chino que lo simplifica todo, hasta alcanzar niveles de ridícula caricatura.

Los bienes y servicios que generan las compañías costarán más, aumento que en parte absorberemos los consumidores. Así funciona la inflación, algo que hasta yo, escribidor de folletines, sé. Aunado al alza está el mal servicio que se ofrece. La CFE ha destacado por su ineficacia. Así lo demuestran las lluvias de quejas que cosecha cada año, que sin embargo parece traer a sus ejecutivos sin cuidado; valemadrismo institucional. Hemos nacido siendo clientes de una empresa mediocre, autista, blindada por una norma obsoleta que hoy se resquebraja. A diferencia de nuestros padres, no moriremos bajo este esquema., Aun así, deberán pasar varios años para que este panorama cambie, ya que los cambios se realizarán de manera paulatina. Paso a pasito.

La “empresa de clase mundial” ofrece un pésimo servicio. Sin eufemismos. Incluso pagarle es un calvario: cajeros defectuosos, muchos, irónicamente, desconectados; domicializaciones defectuosas y bizantinamente complicadas de realizar, cortes arbitrarios… Esclavos del monopolio, rumiamos la desventura de haber nacido en México y estar amarrados a esa situación. El escozor que produce esta aberración monopólica incluso se siente en el tráfico de la ciudad; hace unas semanas, ejecutivos de la CFE juraron y perjuraron que los prolongados trabajos que se realizaron en la avenida Andrés García Lavín ya habían terminado. ¡Sorpresa! Ayer, de nuevo, una cuadrilla subcontratada por la CFE estorbaba el tráfico en esa complicada arteria. Una pesadilla recurrente. Un deja vú desesperante.

La eficacia de la CFE únicamente se puede constatar a la hora de los cortes que se realizan por atrasos de pagos. Ahí sí, sin tardanzas, la empresa corta cables a diestra y siniestra, tornándose sorda, ciega y muda; sin cuartel, despiadada. Esa rapidez al esgrimir el sable no se vuelve a ver, incluso si el cliente paga de manera inmediata. La reacción no es recíproca, y orilla a muchos a abonar el ecosistema corrupto que ha crecido, frondoso, bajo la sombra de la vulgar medianía de ese ente.

En este espacio he abordado con anterioridad el tema de las energías renovables, y el papel protagónico que están jugando en este nuevo escenario empresas yucatecas. En el panorama que ya se vislumbra tenemos que prepararnos como consumidores y hacer valer nuestros derechos. Es muy probable que el servicio mejore, incluso que los precios bajen. De nuevo, recurro en este vaticino a las leyes del mercado; la competencia siempre es benéfica para el cliente. Además, y lo escribo sin temor a equivocarme, está muy difícil que alguien preste un peor servicio que la CFE. Esto no nos debe impedir clamar por un servicio de excelencia: nos lo merecemos y pagamos por él. Que los cambios que vengan no se conviertan en la elección del menos peor, del mal menor. Las empresas privadas que se aventuren en este territorio inexplorado aún, deben tener la atención al cliente como piedra angular de sus servicios. De no ser así, de poco servirá la cacareada reforma, que nonata ya a muchos desilusiona.

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Mérida, Yucatán


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