Por René Ramírez Beníntez

René Ramírez Benítez
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 7 de julio, 2016

Hechos recientes en nuestra entidad, como son las pobres actuaciones en el Congreso por los legisladores para “regular Uber”, invitan a repensar y reflexionar sobre el papel que juegan los jóvenes en la consolidación de un régimen democrático efectivo.

En términos numéricos, de acuerdo al último censo poblacional en Mérida somos 285,715 jóvenes, esto significa que en términos porcentuales representamos el 29 por ciento de la población en la ciudad. De este sector demográfico en el plano político existen datos otorgados por el Instituto Municipal de la Juventud en su Diagnóstico y Análisis sociodemográfico de las Juventudes del Municipio de Mérida, en el cual la participación política es considerada importante por los jóvenes, sin embargo, el 90 por ciento de ellos tiene poco o nulo interés en la “cosa pública”, el 14.79 por ciento los jóvenes de 12 a 24 y el 7.6 por ciento de 25 a 29 participa en alguna asociación, club u organización de manera no obligatoria. Como vemos, conforme a mayor edad es menor la participación en organizaciones que podrían ser de índole política.

Existe poca participación de los jóvenes en la política, ya sea en su expresión ciudadana (activismo o inconformidad pública) o institucionalizada (entiéndase partidos políticos); lo anterior se debe en cierta medida a dos factores: en primer término a la falta de organización y, en segundo, a la falta de espacios. Sobre la falta de organización, el antropólogo Rodrigo Llanes ha delimitado, a partir del estudio de tres movimientos contemporáneos en Mérida: el Comité General de Estudiantes, que surgió en 2009 como respuesta al proceso de credencialización para el uso de transporte urbano; Yo Soy 132 Yucatán en el 2012; y las asambleas interuniversitarias y populares de Yucatán, que nacieron a partir de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa.

En estos movimientos pudo encontrar 5 características principales: son movimientos reactivos, surgiendo como respuesta a determinado suceso; son apartdisitas, no anitpartidistas; poseen una estructura horizontal (no tienen líderes) o no exaltad una figura homóloga; son movimientos pacíficos y, por último, usan las tecnologías de la Información (redes sociales) para convocar y manifestarse.

Interpretando esas características, nos damos cuenta de que los jóvenes se organizan para combatir un fenómeno específico, son parte de una consecuencia social organizada, pero no tienen una participación constante en la vida política y social. Somos efímeros; somos reacción pero no obligación. Esto no es necesariamente negativo, Invita a la reflexión para “pasar de la protesta a la propuesta”, como afirma Sergio Aguayo sobre Marta Lamas y su capacidad de reorientar el feminismo mexicano. Las juventudes yucatecas debemos, efectivamente, reorientar nuestros esfuerzos y capacidades para formular la crítica y aportar sin la necesidad de un detonante o catalizador.

La falta de espacios es una realidad en nuestra ciudad y en toda la entidad, pues no existe donde conducir a la participación política, ya sea para generar un debate o para realizar acciones colectivas, esa condición impide una correcta canalización de sus inquietudes latentes de los jóvenes.

No podemos olvidar a los partidos políticos y la escasa participación en sus filas de jóvenes innovadores. Esto se debe quizá a esa especie de monarquía política que se traduce en la herencia de posiciones a hijos o familiares, ejercida por los políticos de siempre que conforman una clase privilegiada.

Los intereses y representación de los jóvenes que, bajo esas condiciones ocupan puestos o cargos públicos, sucumben a la agenda de sus respectivos partidos y se ven en la incapacidad de generar una propia, dirigida a sus contemporáneos.

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