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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Captura de Google Images sobre la agresión del 4 de julio de 2011
La Jornada Maya

Me interrogaron toda la noche, me amenazaron incluso con deportarme. "Sabemos lo que haces en el periódico, mexicanito", me gritaban. "Aquí no puedes venir y publicar lo que te plazca". El separo era de mampostería y escuchaba con claridad lo que sucedía fuera de él. Golpes, gritos, incluso algo que pareció un disparo. "¡Ya lo mataste, cojudo!", escuché. No sé si era parte de un macabro teatro para amedrentarme. No sé si a unos metros la libertad de prensa en ese país sudamericano acababa de morir. Salí, desvelado y asustado, dudando de aquella decisión que me motivó a embarcarme en esa aventura equinoccial. Días después, supe que Yucatán no era tan distinta a aquella república bananera.

"Veo a unos ciudadanos pisando el césped ¿será nueva terraza?". Sesenta caracteres de ironía para cambiar un futuro. Lo anterior lo compartió Mauricio Sahuí Rivero en su cuenta de Twitter el 3 de julio de 2011. Se refería a la vigilia ciudadana que horas después se convertiría en violento enfrentamiento. El entonces presidente de la Junta de Gobierno del Congreso del Estado reaccionó y pidió disculpas en el mismo medio, pero el daño ya estaba hecho. Con esas diez palabras se convirtió, a la vista de muchos, en cómplice de uno de los hechos más recordados de los últimos años; con esas diez palabras truncó sus sueños, los de entonces y los actuales.

El 4 de julio de 2011 fue un parteaguas para la política yucateca. Si no se hubieran registrado los violentos hechos en la glorieta de Burger King, el proyecto Ibónica (Ivonne Ortega Pacheco-Angélica Araujo Lara) habría alcanzado todas sus metas, entre ellas mantener la alcaldía de Mérida y la gubernatura de Yucatán. Angélica Araujo no hubiera llegado por rebote y por sarcasmo divino al Senado: sería gobernadora. Pero no. El castillo de naipes fue machacado a golpes de puños y patadas en un episodio surrealista que aún indigna. Hace cinco años, al recordar que en muchos políticos yucatecos aún era opción la violencia, y hoy día, al restregarnos en el rostro la impunidad de la que gozan los protagonistas de ese triste capítulo. En un lustro han corrido ríos de tinta; un cauce que aún exuda resentimiento y rencor. Y no es para menos. Ver las fotos de esa jornada dejan un vacío de impotencia. Observar las caras de odio, los puñetazos, los jaloneos; la sangre y los rostros de dolor. Nada justifica la violencia. Nada justifica esa violencia.

No sólo fue dolor físico lo que se sembró en la glorieta de Burger King; fue un malestar que se regó con la falta de castigo a los culpables. La lección que ese día brindó a quienes aplastan el diálogo a golpes nos define como país. En estos días en los que incluso el gobierno federal se debate entre usar o no la fuerza pública en Oaxaca y Chiapas para desbloquear las carreteras se nos hace aún más ilógica la decisión que tomaron las autoridades de entonces. ¿Quién dio la orden a los golpeadores liderados por Calín Herrera Chalé?

Muchas dudas que no se han respondido —ni se responderán— serán repetidas en estos días, mostrando que la amnesia que nos achacan como sociedad no es del todo cierta. Los hechos traumáticos persisten, grabados incómodamente en nuestro espíritu. Ante esta condición, los náufragos de aquel 4 de julio intentarán, de nuevo, pasar desapercibidos, ya que su sola presencia causa escozor.

Es verdad que también hubo políticos que lucraron con este episodio, que aceleraron el curso de los acontecimientos por el azar de ese destino caprichoso. Sin embargo, los ciudadanos ya depuraron, y son pocos los que hoy día se acuerdan de ellos.

Reitero: hay un antes y un después del 4 de julio de 2011; un AC/DC: Antes y Después de Calín. Unos optan por el olvido, otros le echan sal a las heridas, leños a la hoguera. La mayoría, olvidó el tema a las pocas semanas. En ese escenario de veleidades y superlativos que son las redes sociales recuerdo un caso paradigmático: un conocido que airadamente protestaba por la represión, compartiendo imágenes de una de las víctimas, a las pocas semanas mendigaba por un boleto del concierto de Shakira: "¿Alguien con palancas en el Ayuntamiento que me consiga un lugar en el VIP?". Frente a esos desmemoriados, y ya decantados los sentimientos, un grupo le apuesta a encauzar el compromiso ciudadano que fue bautizado ese día, viendo más allá del episodio. El malestar inicial por la obra que a pesar de todo se realizó fue que los vecinos no estaban seguros de su beneficio; el tiempo, como se puede comprobar, les dio la razón. En la actualidad, como ciudadanos escuchamos de nuevas obras y proyectos en vísperas de su realización, cuando ya se tomaron todas las decisiones importantes. Los ciudadanos no somos escuchados ni tomados en cuenta en la toma de decisiones que nos afectan de manera directa. Y eso no estaría tan mal si esas obras fueran benéficas. Pero no. No hay un proyecto integral en el que se planteen las necesidades actuales y futuras de un pueblo que está en la crisálida para convertirse en ciudad; parches con el que se remeda una urbe que aspira a ser más. La cosecha de aquel violento día de 2011 fue el despertar de una conciencia ciudadana, la necesidad de hacer escuchar la voz de quienes aquí vivimos, sufrimos y amamos. Después del 4 de Mérida ahora es de todos. no sólo de los golpeadores y los golpeados.

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Mérida, Yucatán
Martes 5 de julio, 2016


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