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Carlos Meade
Foto: Israel Mijares Arroyo
La Jornada Maya

Martes 28 de junio, 2016

Con estas líneas trataré de conectar la problemática del crecimiento urbano de Tulum con los diversos contextos geopolíticos, históricos, ambientales, económicos y culturales para ayudar a entender las causas de su desastre en curso. Dicho entendimiento, convertido en políticas públicas, permitiría frenar la inercia desarrollista y vislumbrar nuevas rutas para un Tulum sostenible, con el que todavía, quizá, es válido soñar.

A pesar de los horrores que se cometen con el argumento del “desarrollo”, el concepto, tristemente, sigue vigente. En Quintana Roo ha generado, casi de la nada, una sociedad desarticulada, multicultural, con un crecimiento demográfico vertiginoso que presenta grandes desigualdades y una capacidad depredadora impresionante.

Tulum, al extremo sur de la Riviera Maya, es ahora, desafortunadamente, el lugar escogido por los desarrolladores para hacer jugosos negocios a costa de lo que sea. Si, Cancún fue un ejemplo de crecimiento acelerado y desordenado, con grandes afectaciones al medio ambiente, y si Playa del Carmen replicó el modelo con mayor velocidad y mayores dosis de improvisación, Tulum se perfila, bajo el mismo esquema de desorden, prisa y corrupción, a un desastre anunciado. Y a diferencia de Cancún y de Playa del Carmen, donde al iniciarse los proyectos turísticos sólo había campamentos temporales de pescadores, en Tulum existe una comunidad maya que ha sido impunemente aplastada, anulada, casi aniquilada. Las 80 o 90 familias que componían la comunidad tradicional de Tulum hace apenas 25 años hoy han sido empujadas a las colonias de la periferia y sobreviven empleando su mano de obra no calificada y vendiendo, bajo la modalidad de lotes urbanos, su territorio ancestral. De las 25 mil hectáreas que originalmente tenía el ejido Tulum, más de 7 mil han sido desincorporadas y convertidas en terrenos con potencial urbano ya que, gobierno y desarrolladores, tienen la delirante expectativa de que esta pequeña población, con un entorno ambiental maravilloso pero extremadamente frágil, deberá alojar a más de 250 mil personas, mismas que serán requeridas para atender los miles de cuartos de hotel que se pretenden construir en los años venideros. Nadie parece inmutarse por este sordo pero fatal etnocidio. Y no han faltado los caciques locales que, a cambio de tierras, camionetas 4x4 y cuentas en dólares, han contribuido al despojo de su propio pueblo, como es el caso de Marciano Dzul, despiadado empresario y operador político, cobijado por el PRI y comprado por las cadenas hoteleras transnacionales.

Los nuevos pobladores, atraídos por la esperanza de empleo, sin duda ignoran que esta pequeña sociedad es heredera de una historia de lucha que se remonta a la época de la invasión española y que se vincula estrechamente con la gran rebelión de los mayas peninsulares conocida como La guerra de castas de Yucatán, iniciada a mediados del siglo XIX y finalizada, oficialmente, 50 años después, con la toma de la capital rebelde en 1902, aunque los últimos disparos se escucharon en 1933.

En un breve recuento sería necesario recordar que el conquistador Francisco de Montejo y luego su hijo del mismo nombre, necesitaron más de 30 años para someter a los mayas peninsulares, encabezando sangrientas campañas que, al final, sólo consiguieron el control de unos cuantos enclaves costeros y el establecimiento de algunas ciudades en el norte de Yucatán. El sometimiento de los poderosos mexicas, en cambio, tomó menos de dos años. En otra ocasión ahondaremos en las razones que explican esta aparente incongruencia. Por ahora sólo queremos resaltar que 300 años de dominio colonial no fueron suficientes para que los españoles tuvieran el control de la franja oriental de la península, la región donde la selva es más cerrada y la humedad es más alta. Aquí los mayas se mantuvieron de manera autónoma, aunque viviendo en gran precariedad, toda vez que su estructura política, económica y comercial fue resquebrajada.

Con la independencia de México, los yucatecos suspiraron por su propia independencia mientras los mayas orientales se mantuvieron en su autonomía de facto, que defendieron con la vida en el momento que las haciendas se extendían por fin hacia el oriente de la península. La llamada guerra de castas, el conflicto surgido de esta confrontación entre hacendados yucatecos y mayas orientales, es el origen más directo de la conformación del territorio y después estado de Quintana Roo.

Una historia apasionante late bajo la sombra de la selva, allí donde los empresarios sólo ven paisajes con alto potencial comercial. Este contraste entre la ambición individualizada y la larga lucha de un pueblo se da cita en el actual Tulum. En posteriores entregas trataremos de describir los conflictos en ese choque de visiones y cómo Tulum se juega allí su viabilidad y su futuro, mientras es impunemente vandalizado por los desarrolladores turísticos.

Tulum, Quintana Roo


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