Cámara-trampa

Texto y foto: Juan Carlos Faller Menéndez
La Jornada Maya

Martes 28 de junio, 2016

La historia del uso de las cámaras fotográficas automáticas (llamadas “cámaras-trampa”) para el estudio de fauna silvestre es muy reciente: a inicios de los años 90 del siglo pasado, el indio Ullas Karanth empezó a utilizar dicha herramienta para tratar de calcular cuántos tigres había en ciertas regiones de su país. Pocos años después, la técnica se popularizó y simplificó enormemente con el desarrollo de aparatos más sencillos y baratos, lo que, aunado al desarrollo de los sistemas de posicionamiento global (GPS, por sus siglas en Inglés), permite ahora hacer investigaciones fáciles, económicas y bien fundamentadas para muchas otras especies de fauna silvestre, inclusive para el jaguar, que por lo complicado de su comportamiento (nocturno, elusivo y tímido), y de su hábitat preferido (selva densa y bien conservada), era muy difícil estudiarlo, pero que gracias a la nueva tecnología, nuestro conocimiento sobre este felino se ha incrementado exponencialmente. En Yucatán, por ejemplo, la primera imagen de un jaguar libre tomada con una cámara-trampa se obtuvo en febrero de 2004. Hoy es algo relativamente común.

Por otro lado, y con el avance de la tecnología digital, ya casi todas las cámaras-trampa que se ofrecen en el mercado tienen la opción de tomar imágenes de video. Lo cual, aunado a las sencillas herramientas para la edición digital en computadoras personales, han hecho que la creación de documentales caseros sobre vida silvestre sea una actividad muy popular. Hoy por hoy, cualquier persona medianamente capacitada puede elaborar, con poco dinero y algo de tiempo e imaginación, un mini-documental de vida silvestre con un enorme potencial de divulgación. Aunque también es cierto que siempre se necesitará algo de intuición y buena suerte para encontrar un sitio adecuado donde podamos instalar las cámaras-trampa y captar imágenes de fauna variada y de buena calidad.

En Youtube es posible encontrar dos ejemplos de mini-documentales caseros sobre fauna silvestre yucateca que se elaboraron siguiendo una técnica sencilla y básica: las imágenes se editaron en secuencia cronológica (es decir, según el orden con que fueron captadas por la cámara-trampa), buscando luego que su tiempo de exposición se adaptara al ritmo de las canciones del músico mexicano Jorge Reyes (1952-2009). En ambos trabajos, a partir de ciertos ajustes mínimos se buscó que voces, silbidos e intensidades de las canciones dieran realce a las imágenes mostradas.

Hay, sin embargo, algunos elementos que vale la pena mencionar. En el primer mini-documental (“En tierra de jaguares”) hay un guión subyacente: se busca crear el ambiente de una aventura cuyos protagonistas son las personas que se internan en la selva para buscar imágenes del mítico jaguar. Al comienzo se muestran imágenes tomadas de Google Earth, en movimiento de aproximación (entre voces que nos recuerdan el tráfico de información en las comunicaciones satelitales) que van llevándonos al sitio donde se desarrollan los hechos. Fotos aéreas nos dan un mejor panorama de la zona, y pronto estamos ya a nivel del suelo, con sonidos acuáticos en una zona inundada. Una flauta prehispánica marca el inicio de la narración, mientras el envejecimiento artificial de las imágenes da a entender que estamos adentrándonos en otro tiempo, que no es el humano sino el de la vida silvestre, misma que va adquiriendo un papel protagónico con el ritmo de la canción, y que fluye mostrando distintos personajes de la fauna yucateca. El sitio frente a la cámara, que da marco a todas las escenas, cambia su iluminación y su aspecto (se inunda y se seca conforme pasan los días), pero siempre es el mismo. El rincón selvático al que nos asomamos también tiene personalidad propia.

Las imágenes de jaguar dan realce al documental, pero no lo definen. Es el conjunto de las imágenes de fauna (y del cambiante escenario), junto con la música mágica de Jorge Reyes, los que lo definen.

Cinco minutos dura el desfile de imágenes silvestres, al cabo de los cuales los investigadores regresan a buscar la cámara-trampa y empieza a cerrarse el ciclo. La canción vuelve a mostrar voces y ritmo humanos, como si fueran de quienes van de regreso a su mundo, contándose ellos mismos su aventura, satisfechos después de haber incursionado en el ámbito de un tiempo ajeno y ancestral, llevando consigo un cargamento de imágenes de ese otro mundo, el de lo silvestre que por sí mismo existe. Las imágenes envejecidas adquieren color, y pasan del carro que se tambalea en zona inundada a la avioneta en el aire y de allí al espacio, alejándonos, como mostrando que la vida silvestre y los humanos compartimos un mismo origen y un mismo destino. (En relación con esto, y como dato anecdótico, el documental está dedicado a Fernando y Dalia, que así fueron nombrados los jaguares que aparecen en el documental, pero también son los nombres de una pareja humana que iniciaba una larga lucha contra la leucemia en los mismos días en que fueron captados los felinos.)

El segundo mini-documental (“Fauna del nor-poniente yucateco, 2014-2015”) es menos pretencioso y su objetivo más sencillo: lograr una sincronización entre la música y las imágenes, para mostrar en siete minutos, de manera amena y clara, toda la información sobre la fauna silvestre captada en más de 300 días de operación de dos cámaras-trampa ubicadas en sendos sitios de muestreo de una reserva privada yucateca. Aquí los silbidos en la canción de Jorge Reyes juegan un papel importantísimo, pues en casos notables parecen darle vida a imágenes estáticas, o parecen ser emitidos por numerosos grupos de animales (un acto de magia atribuible a Jorge Reyes en conjunción con los espíritus de la selva).

Estos dos ejemplos son una muestra de lo que el lector puede encontrar hoy en día a manos llenas en Internet: mini-documentales caseros cuya materia prima son imágenes de fauna silvestre tomadas con cámaras-trampa, en los que la calidad depende casi exclusivamente de la imaginación, el sentido común, el gusto, la práctica y el sentimiento.

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Yucatán