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Eduardo Lliteras Sentiés
Foto, Tomada de la web
La Jornada Maya

Martes 28 de junio, 2016

Brexit o Bregret, esa es la cuestión, si parafraseamos a Hamlet, tras el referéndum británico, mientras los viejos fantasmas, deambulan por el viejo continente al grito de “leave”, váyanse a su país, y construyamos muros, recuperemos nuestras fronteras.

“Tendremos una guerra en el 2020 entre Alemania y Francia”, vociferaba un político italiano durante los acalorados debates tras el resultado del referéndum en Gran Bretaña y el triunfo del Brexit. El euroescepticismo se contagió y elevó el tono al día siguiente del voto británico como un potente virus. Las razones son diversas, pero van desde la precarización del empleo, a la endémica falta de trabajo y la masiva migración de refugiados e inmigrantes que ha generado una oleada de xenofobia y racismo sin precedente en Europa. Por supuesto, los oídos sordos de los políticos, sus reformas de corte neoliberal (como la reforma laboral en Francia, rechazada con violencia en París en estos días) tienen mucho que ver, así como la oleada de atentados terroristas. Éste era el momento que las extremas derechas, siempre al acecho entre las sombras, esperaban. El descontento, los miedos, el terror y las angustias, el enojo ciudadano hacia quienes gobiernan en medio de la sordera imponiendo una Europa neoliberal, sin derechos laborales, sociales y ambientales, ha dado frutos. La Unión Europea, se tambalea ante el abismo.

En Italia hay quienes piden salirse de la moneda única de inmediato, tomar el control de las fronteras y de la totalidad de la política económica, abandonando la Unión Europea llamando a un referéndum.

Igual en Holanda, Austria, Francia, etcétera. La nave europea hace agua por todos lados y navega sin rumbo, en medio de la incertidumbre, tras el Brexit, lo que resulta aún más preocupante. Nadie sabe a ciencia cierta qué ocurrirá mañana, gritan, mientras otros se lamentan y piden realizar otro referéndum.

Bregret, le llaman, al arrepentimiento de haber votado por la salida de la Unión Europea. Recuerdo en el año 2002 el inicio del euro en la Unión Europea entre fuegos de artificio y promesas de mejor futuro para el exclusivo club de 12 naciones, y sus habitantes, que lo habían adoptado, con muchos esfuerzos y no sin el sacrificio de ceder crecientes parcelas de soberanía a las instituciones europeas, como el Banco Central Europeo.

La desaparición de la lira, con sus cuatro ceros y el cúmulo de inflación, era vivido con cierta nostalgia, pero la euforia y la esperanza ante la convicción de que el club europeo representaba un mejor futuro, se imponían.

El 1 de enero de 2002 despertamos con los primeros euros en los bolsillos y la sorpresa, inmediata, fue descubrir que los precios de un día para otro se habían doblado en muchos casos. Ese momento histórico lo viví en Roma, donde residía, trabajando como corresponsal. En las trattorias, por ejemplo, los precios se habían incrementado y no sería la única mala sorpresa de la moneda única. Vendrían otras.

Gran Bretaña, siempre fiera de su insularidad, había rechazado el euro y mantenido su libra. Nunca quiso el euro y aceptó, no sin polémicas y rezongando, el túnel bajo La Mancha.

Sin embargo, la UE parecía una realidad que había llegado para quedarse, que nadie podría mover, tras 50 años de esfuerzos, de tratados, de acuerdos, de negociaciones exhaustivas que en primer término pretendían dejar en el pasado las brutales guerras que la habían devastado sin cesar. Formar parte de la UE era un sueño para muchos de los países cercanos, fronterizos, los que paulatinamente se fueron sumando. La geopolítica juega también su parte. Precisamente, el cerco en torno a Rusia, con los planes del alargamiento de la UE como ariete geopolítico sin cesar hacia el este, ha mellado su propósito pacifista. Ucrania, el último en la lista, ha sido escenario de una confrontación con Rusia cercana al conflicto armado. Turquía, un país a mayoría islámica, por ejemplo, tiene tocando la puerta del exclusivo club desde hace años, pero ha servido más bien para operar la fallida intervención europea en Siria, mientras el respeto a los derechos humanos no se ve por ningún lado.

No cabe duda, de que estamos ante una Europa que ha perdido el rumbo, más frágil, más pobre, más asustada, que nunca, muy debilitada y ante el serio riesgo de la implosión y del retorno de los nacionalismos caníbales. Y de las guerras. Europa necesita más unión y fortaleza, un relanzamiento, dicen, para evitar su colapso, su fracaso. Pero ahora se encuentra más dividida que nunca. Y se ve difícil que las fuerzas neoliberales lo comprendan, empeñadas como están en su último proyecto: el TTIP (Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones), visto como el caballo de Troya en Europa, para aplastar los reductos sobrevivientes de derechos laborales, sociales y normativas ambientales. De esto, sabemos mucho en México y Yucatán.

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Mérida, Yucatán


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