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Tabacón B. Linus
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Lunes 27 de junio, 2016

Vivimos en una era de gratificación inmediata. Si nos sentimos solos, ahí están las decenas de contactos en el smartphone y el Facebook para iniciar algún diálogo, un chisme, un pleito o un romance de medianoche con viejas o nuevas flamas. Si buscamos escuchar alguna canción, ahí están todas disponibles de inmediato en la nube, con la versión o artista que nuestros caprichos dicten. Si queremos ver una película, un documental o conocer cualquier historia por frívola, profunda o pornográfica que sea, todo está al alcance inmediato. Si queremos comprar el más inimaginable de los productos, ahí están las tiendas virtuales para satisfacer nuestros impulsos consumistas, muchas veces con entrega inmediata.

Sin embargo, junto a esa aparente gratificación inmediata y al alcance de todos –o casi todos- subsiste la más evidente y escandalosa de las desigualdades. Hoy más que nunca podemos enterarnos de las riquezas obscenas de unos cuantos, prosperidades y abundancias inalcanzables para las clases medias y las mayorías. Todos podemos leer sobre los lugares a los que nuestros presupuestos nunca nos permitirán viajar, los yates de súper lujo que no compraremos y los relojes, vinos, comidas y hasta cuerpos que nunca tendremos o disfrutaremos. La gratificación al alcance de todos, hace también pública la brecha entre los muy pocos que lo tienen todo y los muchos que deben resignarse a sólo ser espectadores, seguidores, fans.

A esa ecuación de por sí peligrosa, se suma una élite -específicamente la política- que es la más inepta e incompetente en décadas. No es inepta o incompetente por su falta de formación o conocimientos; hoy como nunca, esa élite acumula títulos de las grandes universidades del mundo, listas interminables de cargos, apellidos que llevan décadas en el poder o trayectorias en la grilla “de a pie” que iniciaron en la preparatoria o la universidad. Es una élite política con muchas limitaciones porque ha renunciado a ser una élite de líderes, para convertirse en una élite de personajes que buscan ser simpáticos, caer bien, hacernos creer que son como nosotros.

Y, obvio, las elecciones, referéndums o similares, gracias al marketing, la frivolidad y superficialidad de las redes sociales y la pereza de los políticos, se han convertido en simples concursos de simpatía, escándalos y posicionamiento de imagen. Todo, hasta el lema de campaña, la imagen del candidato (si la hay) y las propuestas de política pública, se simplifican hasta lo infantil para que “penetren” en un público amplio. Los candidatos y partidos no proponen nada serio ni complejo, nada que no pueda comunicarse con una frase corta (en el espacio de un Twitter, de preferencia). Los gobernantes no quieren líos -líos como ponerse a pensar o aprender- quieren salir en la prensa con una bonita foto y ya, estar bien evaluados, verse delgados, tener el cariño y la simpatía de la gente, antes que su respeto o admiración. Un buen gobernante, según las reglas de hoy, tiene que “caer bien”, se mide por sus seguidores y las encuestas de popularidad.

El drama es que un mundo de gratificación barata e inmediata, desigualdad escandalosa y visible, además de una clase gobernante que quiere ser popular como los Kardashians, se combina con un mundo cada vez más complejo, frágil e interdependiente. Un mundo de problemas muy complicados que requiere soluciones complejas, graduales y sabias. Pero eso no importa, la generación del ahorita, del aquí, del ahora; la generación del “en este instante y en mi celular”, quiere -exige- soluciones simples para problemas complejos. Y los políticos y gobernantes no tienen el valor para decirles que eso no se puede, no existe, nunca ha existido.

El mundo moderno no tiene soluciones fáciles y menos seguras, cualquier solución tomará tiempo y no será completa, pero eso nadie quiere decirlo y menos escucharlo.

Entonces surgen los populistas, los neofascistas, los neo-comunistas, los que ofrecen soluciones que suenan bien, que se escuchan mágicas y que una ciudadanía perezosa y de gratificación inmediata quiere. Nos volvemos como niños que ante un escenario que no nos favorece, en el que nos sentimos perdedores. Queremos arreglar todo de un plumazo, patear la mesa, desquitarnos.

En ese escenario nos convertimos en ciudadanos anti-sistema, así el sistema sea de izquierda, derecha, o centro. Queremos arreglar el mundo con un hashtag, un WhatsApp, un nuevo profile en el Facebook. Optamos por soluciones cómodas que sólo requieren un click, porque no tenemos tiempo ni ganas de proponer, leer, razonar, escribir largo o esperar los tiempos de procesos complejos. Eso lo sentimos como cosas “de otra época”. Lo nuestro es lo inmediato, el botoncito del like y que después pase lo que tenga que pasar.

Los gobiernos no aguantan nada; le temen a las redes. Las redes ya están hartas de los expertos que suenan complicados y no ofrecen soluciones sexys y breves. Cosechamos lo que sembramos: Trump, Brexit, el nuevo gobierno filipino, la 3 de 3, soluciones Uber, Peña Nieto, El Bronco.
Son días de furia, de berrinche, de arranques y arrebatos. No damos para más.

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Mérida, Yucatán


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