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Manuel Alejandro Escoffié
Foto: Tomada de la web
La Jornada Maya

Sábado 24 de junio, 2016

Al igual que muchos, sentí indignación y tristeza con la noticia de los trágicos acontecimientos acontecidos el pasado 12 de junio en Orlando. Al mismo tiempo, los detalles de la masacre me llegaron con la plena conciencia de que, en el transcurso de los últimos meses, tanto en nuestro territorio como en el del norte, la homofobia ha encontrado caldo de cultivo en ciertos debates públicos (la segregación en baños públicos hacia la población transexual, la posible aprobación de la reforma federal para reconocer al matrimonio igualitario, etc.) Justamente el viernes antes de la masacre, abordé en esta columna la visión hetero-normativa de las variadas representaciones con que la comunidad LGBT ha contado, a través del cine hollywoodense. Entre las películas citadas, destaca una en particular que, considerando las circunstancias de tan lamentable suceso, al igual que los tiempos ideológicamente sensibles en los cuales vivimos, no dejo de preguntarme si existiría hoy en carteleras. Una obra con la tendencia de figurar como una más en la trayectoria de su realizador; a la vez que militantes de la diversidad sexual, por motivos variablemente legítimos, insisten en recordar como infame.

Cruising (1980), es un thriller del subgénero slasher con tintes de noir (si no tienen idea de lo que hablo den gracias al Dios, o en el que crean, por la existencia de Google), dirigido por William Friedkin (El Exorcista, The Exorcist, 1973) y basado libremente en la novela homónima de Gerald Walker. Al Pacino interpreta a un policía de Nueva York llevando a cabo una misión como agente infiltrado en los antros sadomasoquistas gay mientras va en búsqueda de un asesino que elige sistemáticamente a sus víctimas de acuerdo a su preferencia sexual. Para obtener la mayor autenticidad posible, se ve en la necesidad de asimilar los códigos de conducta y convivencia dentro de dicho mundo. Como resultado, termina gradual y psicológicamente afectado; llegando inclusive a cuestionar su identidad.

Considerando lo que acabo de describir (y otras cosas en la película propiamente dicha), no es necesario tener un I.Q. de 139 para imaginar el motivo por el cual agrupaciones anti-difamatorias de la época decidieron boicotear activamente el rodaje. Ante los irritados y resentidos ojos de sus detractores, la puesta en escena de Cruising, sostenida en gran parte por la mirada predominantemente heterosexual con la que era común que el cine norteamericano se dirigiese a temáticas de este mismo calibre, de ningún modo la hacía inmune a preconcepciones típicas respecto al entorno que pretendía representarse. Entre ellas, la visión de éste a la manera de un inframundo oculto entre los rincones sombríos y periféricos del resto de la sociedad humana; donde la atracción por el mismo sexo opera en función de un contagio por convivencia o como causa para ser brutalmente asesinado.

Tres décadas más adelante, con la neblina de aquella controversia disipada, así como un mayor número de alternativas en los medios para encontrar ejemplos más dignos de vida LGBT, se hace preciso echarle una segunda mirada al filme; en esta ocasión a la luz de ciertas consideraciones. Por ejemplo, que en vez de limitarse a ser una adaptación del libro de Walker, el producto final apenas conserva su premisa original y la adereza con reportes periodísticos de “homo-cidios” en la zona oeste de Manhattan; así como con la experiencia del agente Randy Jurgensen, quien, igual que el personaje de Pacino, trabajó encubierto en clubes nocturnos con el objetivo de atraer al autor de estos crímenes. Sin embargo, el más significativo de todos probablemente sea el hecho de que Cruising no adopta como sede a este mundo debido a su periferia homosexual, sino a pesar de ella. Lejos de pretender elaborar un elaborado comentario social al respecto, la decisión de hacer avanzar la trama en este entorno obedece al interés de Friedkin, en sus palabras, por “usar un mundo tan inusual como trasfondo de una historia de misterio y asesinato”. Si hemos de catalogar al filme como “homofóbico”, tendría que ser en la misma medida en que La Novicia Rebelde (The Sound of Music, 1965) merecería serlo como historia en torno al régimen Nazi, Lo que el Viento se Llevó (Gone With The Wind, 1939) como reportaje de la Guerra Civil Estadounidense y La Vida de Brian (Life of Brian, 1979) como biografía de Jesucristo. Se trata, descubrimos y entendemos entonces, de una elección más estética y accesoria que ideológica. Más cinematográfica que propiamente política.

Si William Friedkin hubiese tenido la más mínima intención de crear un retrato formal de la contracultura gay a fines de los años setentas, justo resulta asumir que lo habría hecho. Pero en su lugar, su intención iba encaminada hacia la creación de algo más interesante, complejo y trascendente: un ensayo sobre la frágil maleabilidad de la sexualidad humana, así como las maneras en que las rígidas actitudes culturales en torno a ellos contribuyen a la generación de conflictos tanto entre los individuos como entre las sociedades.

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Mérida, Yucatán


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