Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Notimex
La Jornada Maya
Jueves 23 de junio, 2016
Ayer, a la una de la tarde, estaba programada la promulgación del Sistema Nacional Anticorrupción en Palacio Nacional. Estaba, reitero, porque se canceló de última hora. No vengan. No habrá nada. En la víspera, el presidente Enrique Peña Nieto se reunió con los capitanes de empresa, a quienes incluso dio a entender que había la posibilidad de vetar las leyes que conforman ese sistema.
Un punto de quiebre: Peña Nieto se encuentra quizás en su mayor prueba de fuego. Acorralado, entre la espada y la pared, el mandatario tiene, por un lado, el malestar del motor productivo del país, génesis de este sistema anticorrupción que al llegar al Congreso —al Senado, específicamente— se caricaturizó. Por el otro, a integrantes de su propio partido, la vieja guardia.
Los senadores, liderados por Emilio Gamboa Patrón, no sólo desdibujaron la propuesta ciudadana sino que incluso deslizaron artículos en los que, frotándose las manos, dispararon su vendetta. Entonces esta ley, que pretendía vigilar a los funcionarios públicos, se tornó en inquisitiva para los particulares.
La caza de brujas a la que temían los legisladores priístas se revirtió, a golpe de mezquindad; las antorchas las portan ahora ellos; hacen piras alimentadas por la iniciativa ciudadana, avalada por más de 600 mil ciudadanos; bailan a su alrededor, borrachos del estertor de su poder; aquelarre de moribundos. En un contexto en el que el dinero de los empresarios es más importante que nunca para el gobierno federal, el ánimo de mantenerse opacos e impunes de la casta gobernante significa darse un tiro al pie. Los ingresos petroleros se han desplomado drásticamente, por lo que el oxígeno de la función pública se reduce a los impuestos que le cobran precisamente a las personas a quienes perjudicaron a manera de venganza infantil.
Peña Nieto en su encrucijada. Por lo que ha trascendido de la reunión que tuvo con los líderes de la iniciativa privada, el mandatario está dispuesto a remendar los entuertos senatoriales, vetando los artículos de la discordia. Esta acción implicaría un revés para sus compañeros de partido, específicamente para Emilio Gamboa, artífice de este paquete de leyes que aún no se promulga. Peña Nieto, en caso de cumplir con su palabra, se estaría distanciando de su partido y de sus barones. En contraste, esta decisión serían los anabólicos que necesitaría su lánguida, diafrana popularidad. El episodio que protagonizó hace años Ernesto Zedillo podría recrearse, sólo que con un actor no tan brillante, pero sí más astuto.
En el caso contrario, en el que su decisión obedezca a sus genes, la fisura con el sector empresarial se agravaría, lo que lo pondría al borde del precipicio de la ingobernabilidad. En el polvorín en el que se ha convertido el país, con varios frentes abiertos, el insomnio del presidente es inminente. Haga lo que haga, traerá repercusiones, y muy complicadas. Se la va a tener que jugar. Con dos cojones.
A diferencia de lo que sucedió con la iniciativa de modificar la Ley de Transporte en Yucatán, en la que se incluyó un impuesto con el objetivo de regatear, no estaba previsto cambiarle coma alguna al Sistema Nacional Anticorrupción. Ya todo estaba listo para la promulgación de ayer. El vino ya se estaba enfriando y los bocadillos, listos para servirse. La fiesta del triunfo del continuismo, a punto. La pausa, más que marcha atrás, se debió a las presiones. El gobierno está sitiado por una opinión pública que se ha erigido en potencial Torquemada.
En estos momentos, la corte parece hormiguero. Es una decisión que el Presidente no puede —ni debe— tomar en solitario. Hay demasiado en juego. Susurros, gritos, manotazos, desplantes. Habrá de todo en la elección del próximo movimiento de Los Pinos, en el que, sin temor a equivocarme, se juega presente y futuro. Un jaque mate. Ya sea que lo de él o se lo den a él. Mientras tanto, los ciudadanos esperamos impacientes, siendo testigos de quizás las crisis más llamativas y estridentes de los últimos años.
En la barrera hay miopes que entornan casi hasta el cierre sus ojos; como míster Magú. Dicen que vetar estas leyes aún nonatas sería algo así como convertirse en rehén del capital. La lucha contra la corrupción, aunque la lideró la iniciativa privada, la luchó un gran número de mexicanos, entre ellos, los más jodidos, los miserables, tal y como Víctor Hugo los describió. No es cuestión de billeteras, sino de dignidad. Los empresarios están convencidos que un freno del despegue del país es la corrupción, y por eso luchan por erradicarla.
Este cáncer a todos nos afecta, de una u otra forma. Los que más tienen se ven en la disyuntiva de perder contratos ante los cómplices de quienes los otorgan, o a ser parte de la corrupción dando moches cada vez más abusivos. Los que menos, ven que aún se puede tener menos, que la pobreza no tiene fondo. Mientras, una élite política se enriquece, paradójicamente, sin generar riqueza.
[b]Mérida, Yucatán[/b]
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