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Rafael Roble de Benito
Foto: Felipe Escalante Tió
La Jornada Maya

Miércoles 22 de junio, 2016

Hace alrededor de treinta años, antes de que contáramos con una Ley General de Vida Silvestre, la cacería se regulaba a través de un instrumento que se llamaba “Calendario Cinegético”, donde año con año el gobierno federal publicaba la lista de especies que se podían cazar, y las épocas de veda vigentes para cada una de ellas. En ese documento aparecía todos los años el venado cola blanca, como una presa que se podía cobrar legalmente en la mayor parte del país; pero aparecía prohibida para el estado de Yucatán “tierra del faisán y del venado”.

Para entonces, a finales de la década de los ochenta del siglo pasado, había varias confusiones alrededor de la fauna silvestre en el estado de Yucatán: el símbolo con que se identificaba la empresa paraestatal responsable de la industrialización y comercialización del henequén –otrora el oro verde de la península– era, en efecto, un faisán; pero era un faisán chino. Y el venado cola blanca, uno de los que se encuentran en la región, era considerado en extinción, a raíz de una petición bienintencionada pero no del todo bien informada, hecho por un grupo de biólogos al entonces gobernador del estado, quien gestionó que apareciera como especie permanentemente vedada para el estado en el calendario cinegético.

No obstante, se siguieron cazando venados en prácticamente todo el estado, desde la clandestinidad y el furtivismo. Y en la simulación, también; porque se sabía de la cacería de subsistencia en las comunidades rurales y la autoridad hacía como si no existiera; y se sabía también de la cacería furtiva de personas adineradas, que la llevaban a cabo como “deporte”, y de otros que la ejercían como actividad comercial. De vez en cuando se decomisaban las escopetas de los campesinos más pobres.

En este panorama de dejar hacer, de “prohibir, pero no”, nadie se preocupó por contar los venados en el campo. Nadie contó los venados que se cazaban. O al menos, nadie llevó a cabo un monitoreo consistente acerca de quiénes cazaban, dónde o de cómo se distribuían los venados por el territorio de la entidad. Hoy nadie sabe lo suficiente como para decir cuál es el estado de salud de la población de venados cola blanca en Yucatán, ni si se pueden continuar cazando sin comprometer su supervivencia y mucho menos cuántos se podrían cazar y dónde.

Quedó, para mal de todos, y especialmente para mal de los venados, la idea de que se encuentran en peligro de extinción en Yucatán. Eso no tiene pies ni cabeza, pero queda como un obstáculo para que se ordene su aprovechamiento, a través de la creación de diferentes modalidades de Unidades de Manejo para la Conservación y Aprovechamiento de la Vida Silvestre, UMA extensivas (ejidales, privadas y comunitarias) que bien puede ser sustentable, y convertirse en fuente de ingresos para los campesinos yucatecos, devolviendo al estado su condición de tierra, si no del faisán, sí del venado.

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Mérida, Yucatán


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