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Jorge Miguel Cocom Pech
La Jornada Maya

[i]A los valientes maestros de Nochixtlán, Oaxaca[/i]

¿Cómo es posible que un dirigente del magisterio, sin la comprobación material y testimonial pertinente, se le acuse de “robo de libros” y, por sólo esa presunción, se le envíe a una cárcel de alta seguridad? Prisión en donde se hallan los presos más temibles, acusados de homicidios, delincuencia organizada, tráfico y posesión de drogas, entre otros delitos.

Ser maestro, luchar para que no sean atropellados tus derechos académicos y laborales, resulta ser mucho más peligroso que formar parte de la delincuencia organizada que trafica con personas y estupefacientes; y, desde luego, se sospecha, cuenta con la complicidad de algunos funcionarios del gobierno, ubicados en las más altas esferas decisorias; unos, encargados de la “impartición de la justicia”; otros, la de hacerla cumplir.

De manera que pasar del discurso a la práctica política, como lo están haciendo los maestros de Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Michoacán, se le considera un agravio, un delito en contra de las instituciones del estado que éste, en aras de la salvaguarda de la “paz social, dispone de la fuerza para disuadir a quienes se le oponen en las calles o en sus centros de trabajo. Sí, mantener el orden establecido, orden hegemónico de unos cuantos, asegura el dominio de los poderes fácticos emboscados al interior gobierno. Ir más allá, como lo han hecho los maestros que se oponen a la reforma laboral, revestida de “reforma educativa”, que responsabiliza únicamente a los maestros del desastre del sistema nacional educativo, representa un riesgo que, incluso, atenta contra la seguridad y la propia vida, si cualquier ciudadano, aún cree en la vigencia de las leyes y la “justicia mexicana” y lucha por ella; sin embargo, en los últimos años, ni los tiempos ni los ciudadanos son los mismos. El “Estado de Derecho”, soporte del sistema político mexicano, recibió el pasado domingo 5 de junio una derrota nunca vista en procesos electorales. Ese rechazo de los votantes, que convirtieron la boleta electoral en un arma que les devuelve al pueblo la soberanía nacional, referida en el artículo 39 de la Constitución Política de los Estados Mexicanos que al calce dice: “… la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo… El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”. Y eso fue lo que, en parte, hicieron los ciudadanos votantes en donde los candidatos a gobernador del partido oficial perdió. Con esa “victoria” los ciudadanos se han dado cuenta de que sí se puede derrotar al PRI, solo que, esta vez, han alcanzado una victoria pírrica: PAN y PRD ya no son los partidos de oposición que alguna vez fueron. En los últimos años se han convertido en partidos colaboracionistas con el gobierno de turno. Les importa más el acceso al poder, que ese poder para favorecer a los ciudadano.

Sí, en efecto, ese veredicto que algunos llaman “voto de castigo”, mostró el hartazgo de los ciudadanos en contra de las políticas del gobierno federal y estatales. En Chihuahua, Tamaulipas, Veracruz, Quintana Roo, tres de los nueve estados en donde se celebraron elecciones, los votantes decidieron por candidatos distintos a los del partido oficial. Aunque a decir verdad, no serán muy profundos los cambios que puedan llevarse a cabo; en ese sentido, hay quienes creen ver, en los resultados de las elecciones pasadas, el inicio de la alternancia política, pospuesta desde hace cerca de quince años. Y no fue posible esa alternancia, cacareada en los medios de comunicación social, porque el Partido Acción Nacional se ciñó a continuar con la política priísta. Solamente hubo cambio de colores y de máscaras, por cierto, más caras; además, con el retorno del partido oficial en la persona de peña nieto en 2012, PRI, PAN y PRD, por señalar a los partidos más visibles, aliados hicieron posible, tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados, la política de “cambios estructurales” requeridos por la actual administración federal. Y los resultados están a la vista: por una parte, a quienes se han opuesto a esa política, (maestros) decidida por esos tres partidos a través del Pacto por México, hoy reciben linchamiento, desde la televisión, la radio y la prensa escrita, aliada al gobierno; y, por la otra, represión manifiesta en ser disuadido con gas lacrimógeno, golpes de la fuerza de pública, desapariciones. Durante los tres años que lleva el actual gobierno federal, disentir en México, pese a la existencia de leyes e instituciones que debieran auspiciarla y protegerla, muestra peligrosidad para el gobierno que debe ser contenida a golpes y en las cárceles. Sin embargo, perseguir, desaparecer o encerrar a luchadores sociales, “arguyendo” cualquier pretexto legaloide o nimio, recurso coercitivo abierto o encubierto en manos del estado tiene la finalidad de infundir temor a la sociedad con el fin de ésta permanezca desmovilizada. Pedro Canché, por Roberto Borge, gobernador de Quintana Roo, hoy libre; José Manuel Mireles Valverde, pionero organizador de los autodefensas en Michoacán, aún preso en la cárcel, con el riesgo de que no pueda salir libre, y con vida, debido a su delicada salud, es entre otros, la evidencia del destino fatal de los luchadores sociales. La rebeldía de un pueblo, una manifestación de su conciencia política, no se liquida a golpes; la persistencia de ésta, evidencia en manos de quienes deben hacer cumplir la ley a través del diálogo y la negociación, intolerancia e la incapacidad para ejercer el gobierno, mandatado por el pueblo.

Por eso me llamó la atención de que al dirigente de los maestros de Oaxaca se le haya detenido, y preso después, acusándolo el gobierno de “robar libros”. ¿Y los gobernadores y otros funcionarios que roban y desvían recursos del erario, por qué con todas las evidencias de haber cometidos esos delitos, gozan de libertad? Además, resulta poco creíble la acusación de “robo de libros” en contra el profesor de Rubén Nuñez, dirigente magisterial de Oaxaca. Al parecer a los gobernantes se les olvida que Oaxaca no es una entidad en la que las madres indígenas den a luz a cobardes o gente acomodaticia que se contenta con la ausencia de libertad y justicia. Los maestros no empezaron a luchar hace pocos años, llevan décadas haciéndolo. Luego entonces, ¿ir a parar a prisión por robar libros? Pues, ¿a qué cantidad asciende el daño por ese robo que no se pueda pagar fianza?

Recuerdo que siendo joven y jodido alguna vez robaba libros en las librerías, hasta que un día fui descubierto. Disgustado el dueño, mandó traer una patrulla y se dispuso enviarme a la cárcel acusándome de robo; pero, antes, mucho antes de consignarme, me preguntó a que me dedicaba, aparte de ser un ladrón de libros.

Sin pensarlo le dije que era Maestro de Primaria del Grupo de Quinto Grado Grupo E en la Escuela “Abundio Gómez”, localizada en el centro de san Juan Ixhuatepec, población colindante del estado de México con el norte de la ciudad de México. Dicha población, mejor conocida como Sanjuanico, a fines de la década de los setentas, sufrió las consecuencias de la explosión de los almacenes de tanques de Petróleos Mexicanos, sin que hasta la fecha se tenga el número de muertos y desaparecidos.

–¡Maestro! ¿Y no le da vergüenza que lo mande a la cárcel por robo? –Yo le contesté:

–He cometido un delito. Sé que merezco una sanción. Ni modo, mañana lunes mis alumnos se quedarán sin maestro... –Entonces, mientras oía mi respuesta, lo vi muy pensativo.

De pronto, asombrándome, se levantó desde donde pacientemente me escuchaba. Se acercó a mí y, sin esperarlo, me dio un abrazo, ¡tan fuerte y cálido! como nunca nadie me había dado. De inmediato, señalando la puerta de salida de su oficina, exclamó:

–¡Váyase! ¡Llévese el libro! –Enseguida, sacó una bolsa del cajón de su escritorio de madera, metió el libro que pretendía robarle.

Cuando salí a la avenida Juárez, frente a la Alameda Central de la ciudad de México, sentí un alivio. Me sequé el sudor de mi frente, y fui en busca de un mingitorio para tirar el miedo.

El libro que pretendía robar, y que el propietario me obsequió, era un texto ilustrado para niños que llevaba por título, "Platero y yo", la historia de un borrico, escrito por Juan Ramón Jiménez, nacido en Moguer España.

Al otro día, estando en el salón de clases, y después de secarme un hilo tibio que me escurrió de mis ojos, leí con pasión inusitada un fragmento de las aventuras de Platero...

–"Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros, cuál dos escarabajos de cristal negro...

Isla de Tamalkab, República de Oniria, junio 20 de 2016


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