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Carlos Fernández-Vega
Foto: Francisco Olvera
La Jornada Maya

Lunes 20 de junio, 2016

Ahora que escasean los billetes verdes, que la caja registradora de Pemex no tintinea como antaño y que el estómago nacional no espera, México destina crecientes sumas de dólares a la importación de alimentos, y tan sólo en lo que va del sexenio peñanietista se han canalizado alrededor de 50 mil millones de la preciada divisa, de los que 75 por ciento han terminado en las arcas de los agroproductores estadunidenses.

A estas alturas más de 50 por ciento de lo mucho o poco que se sirve en las mesas mexicanas proviene del exterior, y ya nuestro país es catalogado por la FAO como importador neto de alimentos, es decir, lo que produce internamente no alcanza para satisfacer la demanda interna de tales productos. Y para hacerlo se requieren billetes verdes, muchísimos, y cada día son más y cuestan más.

Los siempre sonrientes funcionarios de la administración peñanietista (como antes en la salinista, zedillista, foxista o calderonista; del TLCAN para acá, pues) gustan de presumir que México es una potencia exportadora de alimentos, por mucho que desde 2011 la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (la FAO) tenga etiquetado al país como importador neto de los mismos.

Pero, ¿qué alimentos exporta el país? Los aumentos más importantes, detalla la Cámara de Diputados, se registran en aguacate, fresas, pimiento, legumbres, hortalizas, jitomate, cebollas y ajos. ¿Y qué importa mayoritariamente? Maíz, trigo, arroz, huevo, café, leche, frijol, pescado (¡en una país con más de 11 mil kilómetros de costas!), leche en polvo, carne de bovinos, aves y muchísimo más, en el entendido de que los mexicanos pueden sobrevivir sin fresas, lechugas, cebollas y conexos, pero nunca sin maíz, frijol, leche, carne y todo lo demás.

La propia Cámara de Diputados documenta que en varios productos México recurre al mercado externo de manera significativa y ello es motivo de preocupación, por la dependencia que hay en oleaginosas y granos, cuyas importaciones van, por ejemplo, de 51.3 por ciento en trigo a 89.2 por ciento en arroz y 95.5 por ciento en soya. ¿Y qué produce el campo mexicano? Fundamentalmente pobres y migrantes.

Los analistas de San Lázaro encienden los focos rojos, porque es inquietante que para satisfacer la demanda interna de alimentos se tenga que recurrir cada vez más a las importaciones, sin que se definan metas productivas ni el grado de autonomía que se quiere alcanzar como país. Sobre todo por la incertidumbre de fenómenos asociados al cambio climático, los conflictos bélicos y los mercados financieros internacionales, entre otros.

Pero como en el caso de la vigorosa devaluación del peso frente al dólar (producto, dice, de una volatilidad pasajera), el gobierno asegura que la cada día más grave dependencia externa del estómago nacional no es más que una coyuntura alimentaria (Calderón dixit), la cual, dicho sea de paso, se prolonga más de tres décadas, y contando, especialmente a partir de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (desde su vigencia, las importaciones de alimentos provenientes de Estados Unidos se han multiplicado por cinco).

Con el campo nacional olvidado y destrozado, la producción en el suelo, el billete verde cada día más caro y las políticas públicas siempre orientadas a favorecer a los grandes agroexportadores que operan en el país (trasnacionales no pocos de ellos, que a la vez venden a México los alimentos que éste dejó de producir), el futuro promisorio (Videgaray dixit) ofrecido por los genios gubernamentales apunta directamente a una dependencia total de la comida proveniente del exterior, con lo que otro renglón de la soberanía quedará para el anecdotario.

Allá por mayo de 2010 el Inegi informaba que sólo en el primer cuatrimestre de ese año la importación de pescado fresco o refrigerado se había incrementado casi 50 por ciento, la de café (siendo México un país cafetalero por excelencia, con granos de calidad mundial) reportó un crecimiento de 105 por ciento, la de maíz más de 20 por ciento y la de azúcar casi 260 por ciento.

Por aquellos cercanos ayeres se conoció –también por la información del Inegi– que en la primera década del siglo XXI México erogó alrededor de 150 mil millones de dólares (250 mil millones desde el arranque del TLCAN) para adquirir alimentos en el exterior y comercializarlos en un país en el que se producía prácticamente todo lo que ahora se compra allende nuestras fronteras, en dólares y a precios cada día más elevados.

El gobierno y sus amigos decidieron olvidarse de la producción interna de alimentos básicos para dar prioridad a la exportación de hortalizas y similares. ¿Qué hubiera sido del campo mexicano con una inversión de 250 mil millones de dólares en dos décadas, orientada a la tecnificación y a elevar la productividad para satisfacer la demanda interna y contar con excedentes exportables? La gloria, pero como hubiera no existe, los campesinos están en la miseria, el campo en el olvido y cada día importamos más.

En 1980 José López Portillo, entonces inquilino de Los Pinos, anunció el Sistema Alimentario Mexicano, que buscaba aumentar rápidamente la producción de alimentos básicos y otorgar apoyos múltiples al consumo de las mayorías empobrecidas del país, no sólo con fines de reivindicación social, sino para evitar concesiones innecesarias y sentar bases sólidas de soberanía y de una economía eficiente y poderosa.

Todo se fue al caño, y la importación de alimentos comenzó a crecer. Miguel de la Madrid prometió, por medio del Programa Nacional de Alimentación, autosuficiencia alimentaria para resguardar la soberanía nacional, elevar el nivel de vida de los campesinos y reducir, cuando menos, 30 por ciento la compra de alimentos en el exterior.

Obvio es que sucedió lo contrario y sus sucesores ya ni siquiera perdieron el tiempo en tocar el tema. Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y ahora Peña Nieto se pasaron por el arco del triunfo el asunto de la soberanía alimentaria y la importación de alimentos creció a pasos agigantados, al igual que el uso de divisas para adquirirlos. El problema se agrava, porque ahora los dólares escasean y los pocos que hay se destinan al pago de la deuda.

Entonces, el futuro promisorio que le han construido a los mexicanos se vislumbra espléndidamente terrorífico.

[b]Las rebanadas del pastel[/b]

De cereza, la OCDE generosamente reporta que el gobierno mexicano está rezagado en apoyar al agro nacional. En realidad, hace años que se olvidó de su existencia, salvo para los amigos del régimen.

Twitter: @cafevega

D.R. [email protected]


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