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del

Pedro Joaquín Coldwell
Foto: Infoqroo
La Jornada Maya

Lunes 20 de junio, 2016

Mi padre fue un maestro de la vida, que enseñó a sus familiares a trabajar, a ser productivos, a no derrochar los frutos del trabajo, a no tener vicios, a no ser ostentosos ni arrogantes. En suma, nos legó la cultura del trabajo que él personificó mejor que nadie.
Un empresario creativo y eficaz que formó a espléndidos seres humanos. Carlos, mi hermano, se nutrió de esa savia paterna para formar su carácter y sus capacidades.

Es frecuente oír, incluso a sus amigos, decir que de él recibieron valiosos consejos y recomendaciones. Por eso lo llamaron cariñosamente Tatich.

Mi papá no quería que yo me dedicara a la política. Me decía “sólo te va a dar amarguras, no tienes ninguna necesidad de hacerlo”. Deseaba que yo fuera empresario y que lo ayudara en los negocios. Mi vocación por el servicio público y las circunstancias me llevaron por el camino que él no quería para mí.

El médico general Jesús Lozoya me ayudó a convencerlo. Aceptó a regañadientes y entonces se convirtió en el más entusiasta de mis partidarios, pero también en el más severo para juzgar mi trabajo.

Todavía resuenan en mí sus palabras cuando fui candidato a gobernador. Me dijo “quiero pedirte que seas un gobernador, como lo fue Javier Rojo Gómez, tienes que ser un gobernador honesto o de lo contrario prefiero que no lo seas”.

También recuerdo que cuando asumí el cargo, tenía apenas 30 años, muchos pensaban que mi padre iba a tomar las decisiones de mi gobierno. Así que días antes de tomar posesión, lo visité en las oficinas de la tienda donde solía despachar siempre con las puertas abiertas para todos. Me senté en una silla enfrente a su escritorio y sin mayor preámbulo le dije “papá, vine a decirte que no vas a tener ninguna deferencia en mi gobierno”. Me miró fijamente a los ojos y sin dudarlo me respondió “sí, señor gobernador. No tenga ninguna duda de que así será, no tendrá ni una sola queja de mí, no le solicitaré nada, ni influiré en lo más mínimo en las decisiones de su administración”.

Satisfecho yo, con la respuesta, me levanté de la silla y le dije “gracias papá, por tu respuesta”. Entonces me contestó, “un momento, no te vayas, que aún no termino. Yo también tengo algo que decirte; aquí , en mis negocios el gobernador no va a intervenir”.

De esa manera quedó trazada, de manera mutua, la frontera entre lo público y lo privado. Y nadie puede decir, que en aquel sexenio que comenzó en el muy distante año de 1981, se haya gobernado para favorecer intereses familiares.

Recuerdo como si hubiera sucedido hoy, aquel día en que mi papá se quedó pensativo y me dijo “antes los presidentes eran generales, recuerdo a Obregón, Calles, Cárdenas, Ávila Camacho; luego vinieron los licenciados Alemán...” Con esa frase, tomé consciencia de que la vida de mi padre había transcurrido entre siglos, de la Primera Guerra Mundial a la Tormenta del Desierto, o más recientemente de los atentados de Al Qaeda al surgimiento lamentable de ISIS.

Una de las grandes vocaciones de la vida de mi padre fueron los aviones. Él fomentó la aviación comercial en Quintana Roo, fue gerente, agente mercantil de Mexicana de Aviación, comandante del aeropuerto, dueño y fundador de Aerobus México, dueño de AeroCaribe. Cuando le pregunté por qué le gustaba tanto la aviación, me respondió que era un niño cuando observó acuatizar el avión de Lindbergh en Cozumel. Corrió emocionado con sus amigos hacia la rampa y lo vio descender de su aeroplano. Recordó cómo el legendario piloto, primero que cruzó por aire el Atlántico, caminó hacia él y cariñosamente le acarició la cabeza y le revolvió el cabello; desde ese momento anheló tener un avión.

También la aviación le ocasionó momentos dolorosos, cuando en una colonia ejemplar de la ciudad de Mérida, un domingo identificó entre los pedazos del avión estrellado, quemado, carbonizado, a su gran amigo el actor y cantante Pedro Infante. O como cuando bajo la intensa lluvia de una terrible noche de tormenta tropical, corrió hacia el aeropuerto de Cozumel y en un intento desesperado e infructuoso de iluminar la pista con la camioneta, para facilitar el aterrizaje del avión ecuatoriano que se destruyó en la laguna contigua. Mi padre tuvo que encabezar al grupo de voluntarios cozumeleños, que junto con el personal de la base militar, llevaron a cabo la penosa tarea de rescatar los restos de la tripulación, separándolo de los restos mutilados.

Su pasión por los aviones le llevaban a decir que deseaba morir en un accidente aéreo. Y el destino casi le toma la palabra, aquella madrugada en el aeropuerto de Mérida, cuando gravemente enfermo, y acompañado de ese estupendo médico mi amigo que es Rubén y de mi sobrina María Estela, salieron milagrosamente ilesos de la pérdida total del avión ambulancia en que se transportaba.

Mi padre trabajó desde que era pequeño. Le gustaba platicar que al cumplir el horario escolar, él quería jugar, pero su mamá, mi abuelita Rosa, le daba una caja con ropa y lo enviaba a vender casa por casa del antiguo Cozumel. Siempre he tenido la idea de que por ello mi papá aprendió primero a sumar y a restar, antes que a leer y a escribir; y que por ello con tanta lucidez analizaba los costos de cualquier bien en el mercado.

Decía que cuando sus papás le obsequiaron el primer triciclo, lo primero que hizo fue ir al parque de la isla y consiguió rentarlo a centavo la vuelta. Esa anécdota acredita que desde niño tuvo el instinto comercial.

Ciertamente fue amigo de grandes presidentes, artistas y personajes de la época, muchos de ellos que han brillado en la historia nacional. Sin embargo, quienes dicen que Joaquín nació político, no aciertan. Fue un empresario y particularmente un emprendedor que impulsó el turismo, la hotelería, el comercio, la aviación comercial, el abasto de combustibles y los bienes raíces, en Quintana Roo.

Desde la iniciativa privada encabezó el patronato que pavimentó la isla de Cozumel. Mi padre fue parte de esos mexicanos visionarios, que con su trabajo, relaciones públicas e intensa promoción, pusieron su nombre y el de Quintana Roo en el mapa turístico de México y del mundo.

Siempre fue un hombre de bien que ha dejado una huella profunda y fértil en su familia, en sus amigos, en esta isla que lo vio nacer y que tanto amó. Eso no lo va a quitar nada ni nadie.

Por eso siempre estaré orgulloso de mi padre y seré leal a su legado. Este día estamos con él sus hijos, sus nietos, sus bisnietos, sus sobrinos y sus amigos más queridos; todos quienes amamos a este ser excepcional que fue Nassim Joaquín Ibarra; don Nassi como también le llamaban.

Sí, aquí estamos hoy, en el umbral de su centenario de vida, paradójicamente en su funeral, diciéndole hasta siempre y dándole gracias a Dios por habernos conseguido por tanto tiempo, la brisa fresca y suave que nos acaricia, bajo la sombra del árbol robusto y frondoso fue mi padre.

*Fragmento del discurso pronunciado durante la misa de cuerpo presente en la iglesia de Corpus Christi, en Cozumel.


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