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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Lunes 20 de junio, 2016

[i]"La maldad inteligente es mucho más nutritiva que la estupidez bondadosa"[/i]
Arturo Pérez Reverte

orge Luis Preciado, Héctor Larios, José María Martínez y Adriana Dávila. Recuerda esos nombres. Son senadores y son del PAN. Gran parte de las críticas por la aprobación de la versión light de la ley 3 de 3 recae sobre el PRI y sus satélites, pero poco se ha dicho del triste papel que jugaron los legisladores que encabezan esta columna.

Estos cuatro panistas y los perredistas Luz María Beristáin, Benjamín Robles y Alejandra Roldán Benítez jugaron ese rol en este episodio, al convertirse en una especie de esquiroles para que la versión propuesta por el priísmo prevaleciera. Al momento crucial, desaparecieron, como por arte de magia. Después, con cinismo inaudito, se justificaron.

Por ejemplo, Héctor Larios dijo que no estuvo en la votación, porque se ausentó para atender un asunto personal y no calculó bien los tiempos. «Salí unas dos horas antes a atender un asunto personal, no es justificable, calculé mal los tiempos, no estuve en dos o tres votaciones». Adriana Dávila indicó que no votó porque tuvo problemas de salud. Incluso subió una receta médica en la que se decía que tenía una infección en las vías urinarias.

Además de estos panistas y perredistas, no votaron los siete legisladores que tiene el PT en el Senado, entre ellos Layda Sansores y Manuel Bartlett. Sin embargo, ellos señalan que no lo hicieron porque consideran que el sistema anticorrupción discutido en el Congreso es una simulación. Con los votos que estos legisladores tiraron con excusas surrealistas se pudo haber inclinado la balanza hacia el otro lado. Es decir, en lugar de la propuesta del PRI, se habría aprobado la primera iniciativa de ley ciudadana, avalada por más de 600 mil mexicanos.

En nuestra opinocracia maniquea, sin embargo, se ha apuntado como al principal villano a Emilio Gamboa Patrón, que únicamente hizo lo que sabe hacer. «Yo prefiero a un malvado que a un estúpido. Un malvado inteligente, quiero decir, pues la maldad inteligente es mucho más nutritiva que la estupidez bondadosa», dijo en una entrevista el escritor Arturo Pérez Reverte. Y coincido. Nada más que aquí los que no votaron únicamente se intentaron escudar en una estupidez inexistente. La política mexicana es un juego sucio, y su abstención fue parte de la puesta en escena.

Es por esa razón que considero huecos los posicionamientos de otros senadores panistas, condenando al PRI y a los artífices de esta ley. Es esa la causa del extraño silencio de Ricardo Anaya, presidente nacional panista, cuya locuacidad se esfumó ante esta traición a la ciudadanía. Los senadores tránsfugas del PAN y el PRI fueron los peones de esa intensísima partida de ajedrez ideada por Emilio Gamboa, quien mostró por qué se le considera uno de los operadores más eficaces de nuestra política.

Jorge Luis Preciado, Héctor Larios, José María Martínez y Adriana Dávila. Recuerda esos nombres. Son senadores. Y son del PAN. En esta tragicomedia legislativa adoptaron el papel de los fariseos bíblicos, esos que recitan formas y se olvidan del fondo; los que apuntan y condenan hechos ajenos y, con total desparpajo, protagonizan otros peores, más mezquinos, más viles y serviles.

En el caso de los priístas que votaron a favor, era bola cantada. Está en su naturaleza: protegían sus intereses y ese status quo que es cimiento de la corrupción y la impunidad que ya hizo metástasis en nuestra sociedad. Resultaba ingenuo pensar que iban a votar por una ley que lo que buscaba era frenar sus insultantes excesos. Ellos mismos recibieron la propuesta a regañadientes, con el ceño fruncido.

Los panistas, por el contrario, arroparon la propuesta ciudadana y prometieron apoyarla. En mediáticos actos, incluso estamparon su firma con la de los cientos de miles de mexicanos que la llevaron al Congreso. Qué oscuros acuerdos, qué bizarras promesas. Porque, reitero, la ausencia de los senadores del PAN en el momento clave es injustificable. Piensan que nos chupamos aún el dedo, que somos una sociedad infantilizada, idiotizada a la que le duele más ese cero a siete contra Chile.

Es en situaciones como la anterior en la que confirmo que en las pasadas elecciones los más grandes perdedores fueron los partidos políticos. Todos, no sólo el PRI, como ha intentado sostener el PAN. Todos. La gente votó por las personas no por los institutos, que parecen empeñarse en su objetivo de cometer suicidio colectivo, el cual, por cierto, sería delicioso. La senadora Dávila, la de la infección urinaria, fue la abanderada de su partido por la gubernatura de Tlaxcala… Y perdió. Desde hace años, son pocos los políticos que representan a los ciudadanos. La iniciativa ciudadana que acaban de desechar es sólo un capítulo más del desdén de esa casta hacia quienes se supone sirve. De nosotros, los ciudadanos, depende si este episodio se convierte en el esperado epílogo de esta moribunda partidocracia.

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Mérida, Yucatán


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