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del

Bernardo Barranco
Foto: Afp
La Jornada Maya

Miércoles 15 de Junio, 2016

Aventurado y exagerado afirmar que la Iglesia incidió en la caída PRI en las pasadas elecciones del 5 de junio. Actores religiosos, como obispos e intelectuales clericales, pretenden de manera oportunista, señalar que existe el sufragio católico, y más aún, festejan un supuesto voto de castigo contra la iniciativa de ley del presidente Enrique Peña Nieto para legalizar los matrimonios del mismo sexo. Efectivamente, los ciudadanos emitieron un voto que castigó la corrupción, los continuos escándalos de los gobernadores, la falta de desarrollo e inseguridad acechante en las entidades; en suma, se votó contra la hipocresía plagada de impunidad con que se maneja la clase política. En este contexto afirmar que la Iglesia fue un factor detonante en la derrota del PRI es una aseveración sin fundamento, muestra blofeo político barato y pretende sacar raja de un acontecimiento ciudadano relevante. Hacer leña del árbol caído es una actitud utilitaria reprobable, y enarbolada con cierto triunfalismo por el clero es poco evangélica.

En cambio, hay hechos contundentes que contradicen su blofeo. Por ejemplo, el obispo de Veracruz Luis Felipe Gallardo, aseguró que la iniciativa de Peña provocó la derrota del PRI. Sin embargo, la encuesta elaborada por el Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE) recoge que 77 por ciento en la entidad veracruzana votó contra la corrupción; 6.7 por el mal gobierno, y sólo 4 por ciento por los matrimonios igualitarios. En ese sentido otras encuestas señalan que apenas 11 por ciento de la población mexicana estaba enterada de la iniciativa del presidente Peña sobre las bodas gay. Cabría preguntarse por qué el obispo veracruzano cambió de opinión, pues hasta 2014 Gallardo juzgaba como “bueno el trabajo del gobernador Duarte” y lo defendía de las críticas por haber consagrado la entidad al Sagrado Corazón de Jesús en 2013. Por su parte, Francisco Labastida aseguró en entrevista radiofónica que la caída del PRI fue fruto de esta iniciativa. Habría que contextualizar a Labastida, quien quedó exorcizado, pues cuando fue candidato presidencial por el PRI no entendió la correlación existente dentro de la jerarquía y optó por aliarse con el entonces cártel de Norberto Rivera, a quien llamaba “mi cardenal”, y no tomó en cuenta que la mayoría de los obispos se inclinaban en 2000 por la alternancia. El ex senador sigue aún sin entender a la Iglesia, pues ahora sobrestima el peso electoral de la jerarquía, cuando se han operado cambios importantes de la relación de la Iglesia católica con la sociedad. Hoy, en contraparte, la Iglesia es más heterogénea, los obispos han privilegiado su relación con los actores del poder y han descuidado su ascendencia con los tejidos sociales; por tanto, han perdido liderazgo y gravitación entre su propia feligresía, ahí hay que situar el reproche del papa Francisco en febrero en Catedral. Salvo algunas diócesis, no se percibió una acción masiva ni operación orquestada que indicara una inducción católica del voto. Otro caso que contradice esta jactancia clerical es el mismo debate sobre matrimonios igualitarios en la Ciudad de México entre 2009 y 2011. Como se recordará, el entonces jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, envió la misma iniciativa a la Asamblea Legislativa del entonces DF y levantó un intenso debate cargado de descalificaciones por parte de los sectores conservadores del PAN, incluido Felipe Calderón y miembros del clero. Juan Sandoval tildó de “mariquitas” a los homosexuales, Norberto convocó a la desobediencia civil y a una fallida manifestación callejera, y Hugo Valdemar amenazó al PRD de un supuesto castigo electoral y convocó a los católicos a votar en contra. El resultado electoral de 2012 fue una aplastante victoria de la coalición encabezada por el PRD, con 64 por ciento de los votos, que llevó a Mancera al triunfo, muy adelante del segundo lugar, 19.7 del PRI-PVEM. Ahí no sólo no hubo voto de castigo, sino que el PAN se fue a un lejano tercer lugar, con tan sólo 13 por ciento de los votos.

Pero vamos a suponer que el que escribe se equivoca. Y que efectivamente la Iglesia católica y la jerarquía indujeron el voto ciudadano para provocar la peor debacle del PRI en los lustros recientes. En ese caso, los actores eclesiásticos habrían violado no sólo la Constitución, el artículo 130, sino la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales, así como la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, que en su artículo 29 prohíbe a las iglesias “asociarse con fines políticos, así como realizar proselitismo o propaganda de cualquier tipo en favor o en contra de candidato, partido o asociación política algunos”. De ser cierta la jactancia electoral de los católicos, la Iglesia habría incurrido en quebrantos normativos y tanto el INE como la Secretaría de Gobernación deberían intervenir y en su caso sancionar las transgresiones. Como lo hizo en su momento, aplicó un “apercibimiento” en 2011 al vocero Hugo Valdemar. He evitado en este debate a los grupos evangélicos, porque merecen un análisis aparte, tienen características muy diferentes a las católicas; entre más pequeñas son las iglesias, las lógicas societales son distintitas: el voto puede tender a ser homogéneo y hasta corporativo.

Está a prueba el carácter del Estado laico en México. Por un lado, debe salvaguardar el régimen de libertades y las iglesias están en todo su derecho a debatir los matrimonios igualitarios, pero al mismo tiempo el Estado tiene la obligación constitucional de amparar los derechos de las minorías de aquellas personas con preferencias sexuales diferentes. La terrible tragedia de Orlando, donde se entrecruzan odio homofóbico y fanatismo religioso, debe conducirnos a debatir con altura y civilidad. En especial cuando en México organismos internacionales han registrado mil 310 asesinatos por odio homofóbico cometidos entre 1995 y 2015. Por ello, hay que reprobar la homilía del obispo de Culiacán, Jonás Guerrero, en que se pregunta si el presidente Peña “anda buscando gavioto en vez de gaviota”. Esas vulgaridades no abonan a una discusión republicana y madura. Estas bravuconadas de obispos retrógrados polarizan visiones y minan el clima de laicidad que se requiere. La espantosa matanza de Orlando es una clara señal de alerta.


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