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Pablo A. Cicero Alonzo
La Jornada Maya

En su ruido ensordecedor. En especial, cuando la máquina arranca, una bestia, por lo general azul, que se despierta con rítmicos rugidos, que da a luz papel. Trum, trum, trum. Como un latido mecánico, aceitado por silenciosos y eficaces técnicos que hojean, de vez en vez, esos lánguidos frutos de su vientre. El papel aún está húmedo y la tinta, más fresca que nunca, se queda en los dedos. Este suceso suele ocurrir por las madrugadas, mientras todos duermen, con excepción de ese leviatán de hierro en donde se imprimen las noticias.

La impresión de un periódico provoca, en algunos, un éxtasis extraño. Ese es mi caso. Lo sentí por primera vez cuando tenía veinte años, y el virus del periodismo ya se había inoculado en mi interior; ese bichito extraño, de napalm, que incendia tu curiosidad y te provoca escozor en los dedos. Trum, trum, trum. Ese ronquido tranquilizador me despedía todos las noches, cuando a regañadientes abandonaba la redacción y me dirigía a mi casa, a esperar un nuevo día.

La emoción era mayor cuando de ese monstruo salían ejemplares con noticias firmadas por mí. Entonces, no sólo me asombraba la perfección con la que funcionaba la imprenta sino que me sentía afortunado de ser periodista, un trabajo en el que todos los días puedes llevarte a casa el fruto de tu trabajo. Una carrera contrarreloj, todos los días, con el único objetivo de emocionar, inquietar y hacer pensar. Parece un fetichismo anacrónico ese que tengo por el periódico, sobre todo en el imperio del bit y el byte. Pero no, el periodismo impreso está más vivo que nunca. Y lo demuestran, precisamente, los cambios que está experimentando. Este ejemplar que tienes en tus manos es la mejor muestra del excelente estado de salud de un medio veterano que ha informado a generaciones.

Los que escribimos aquí, y vemos todos los días nuestro trabajo en papel, no somos dinosaurios. Y así lo demuestran Paul Antoine Matos González y Rodrigo Díaz Guzmán, que acaban de ganar el Premio Estatal de Periodismo, que otorga el Consejo Coordinador Empresarial y la Asociación de Periodistas y Comunicadoras de Yucatán A.C. A ambos los conozco y los admiro. Ese bichito de napalm ha encontrado en ellos un festín, incendiándolos todos los días, moviéndolos a superarse y a sorprendernos. Paul Antoine y Rodrigo son jóvenes, muy jóvenes. Tanto, que da envidia. Sin embargo, su trabajo nos demuestra que una de las ventajas de esta profesión es que no importa la edad, sólo el tesón… Y una buena dirección.

Como en todos los gremios, en el periodismo no hace falta la envidia. Muchos se guardan sus secretos, incapaces de demostrar generosidad en la formación de nuevas generaciones.

En [i]La Jornada Maya[/i], estos dos periodistas, uno reportero y el otro fotógrafo, han encontrado una buena escuela… Rodeados de buenos maestros, dirigidos excepcionalmente, han sabido, al mismo tiempo, tener la humildad de ser buenos alumnos. El premio que recibieron, sin lugar a dudas, los marcará. Y conociéndolos, más que presumirlo los obligará a ser aún mejores. Creo con firmeza que ambos ponen muy en alto el listón para ediciones posteriores.

El trabajo con el que ganaron no sólo es impecable en su hechura, sino que cumple con la vocación social del periodismo, pues denuncia irregularidades ocasionadas por una empresa que pone en riesgo el medio ambiente de Yucatán. David contra Goliat. Sin embargo, en esta ocasión, en lugar de honda esos pequeños davides sólo tienen una libreta, una pluma y una cámara. Y ese mastodóntico Goliat no cae… Aún. Los periodistas solemos ser muy duros con la profesión. Entre nosotros bromeamos y decimos, por ejemplo, que cuando nuestra madre nos pregunta a qué nos dedicamos mentimos y preferimos decir que somos pianistas en un burdel.

Cuando conocí el resultado de este premio, en contraste, me sentí más que nunca orgulloso del oficio. En el trabajo realizado por Paul Antoine y Rodrigo se refleja mucho de los atributos por los qué estoy enamorado de mi profesión, del por qué todos los días intento escribir algo mejor que el anterior. Yo, ya en la mitad del camino, les deseo todo el éxito a estos dos ganadores, que todavía están al inicio. Su trabajo representa un soplo de aire fresco en el enviciado ambiente que en ocasiones define a las actuales redacciones. Es una alegría ser vecino del trabajo de estos aprendices, como todos. Una alegría y una responsabilidad, ya que en esta coincidencia de talentos que es [i]La Jornada Maya[/i] el trabajo mediocre desentona y chirría; descarrila esa máquina mágica en la que todas las noches se imprime, negro sobre blanco, la suma de los esfuerzos de un equipo comprometido y brillante. Felicidades, Paul Antoine y Rodrigo. Han demostrado que el periodismo no es un oficio de viejos. Que el periodismo está más vivo que nunca y tiene un prometedor futuro.

Jueves 9 de junio, 2016

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