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del

Nicolás Lizama
La Jornada Maya

Jueves 9 de junio, 2016

Unica, irrepetible, así fue la pasada contienda electoral que vivimos en San Caralampio.

Difícilmente –apuesto la cabeza-, volveremos a ver algo parecido.

Hubo de conjuntarse un cúmulo de circunstancias para que todo saliera como en guión de película en donde el actor principal fue el chico bueno al que le hacen la vida imposible y al final termina imponiéndose a todos los infortunios que la vida puso en su camino.

Hubo drama, romance, comedia. En fin, reunió todos los requisitos para nominar el guión para el Oscar, ya de perdis.

Carlos Joaquín comenzó a sentirse gobernador desde que, a la malagueña, fue eliminado de golpe y porrazo de la contienda. Para colmo, le pusieron al contendiente más ad hoc para ganarle. Le pararon enfrente al rival más vulnerable, al más cuestionado, al más fácil para destazar, al que Radio Bemba ya le cuestionaba hasta la sonrisa acartonada que jamás le abandonaba.

En San Caralampio había un público ávido por hallar al héroe que vendría a componer todos los entuertos. Y lo tuvieron. Curiosamente lo fueron forjando sus mismos acérrimos rivales que querían verlo molido, hecho polvo, resquebrajado en el centro de la lona.

Había un público hastiado, fastidiado de ver a los mismos de siempre en la parte más alta del pedestal. Cansado de mirar a los mismos ricos, a los mismos tipejos mangoneando instancias tan respetables como el mismito Tribunal Superior de Justicia.

Y es que, la verdad, hubo mucha gente que se pasó de la raya. Hubo demasiada gente que no midió las consecuencias e inflaron su fortuna personal a más no poder. Hubo tiempos en que los servidores públicos fueron robinhoddianos y “salpicaban” a los pobres con el dinero que se llevaban. Pero eso fue letra muerta en estos tiempos. Llegó a tal grado la voracidad que ni un peso se les escapaba a los “uñas largas”. Eso fue la gota que derramó el vaso en los hasta antes pacientes, jobianos sancaralampiños.

En la capital, al menos, no hay un solo empresario que no eche pestes por la forma en que le fueron escamoteadas sus ganancias. Hasta los dos o tres favoritos mientan madres a diestra y siniestra ante la imposibilidad que tuvieron luego para cobrar los adeudos. Y los que cobraron tuvieron que mocharse con un 20 por ciento del monto respectivo. Eso independientemente del religioso “diezmo” que habían pagado al momento de la firma del contrato.

Los otrora hombres del dinero fueron arruinados desde el mismito instante en que dos o tres vivales –bien cobijados, por supuesto-, crearon sus respectivas comercializadoras y comenzaron a venderle a las instancias gubernamentales hasta el papel para los baños.
Y si los ricachos de San Caralampio andaban dando tumbos, ya se imaginarán cómo estaba el vulgo, el pueblo, esa gente que ni es burócrata ni tiene un ingreso fijo que le permita algunos “lujos” como el de estrenar al mes una muda de ropa cuando menos. “Estamos hasta la madre”, era la frase más socorrida del sufrido pueblo sancaralampiño.

Y ese “estamos hasta la madre” fue el contundente acicate que este cinco de junio se reflejó en las urnas. La gente dejó todo lo que estaba haciendo (muchos no fueron a la Zona Libre a ingerir cervezas como de costumbre, y con eso les digo todo), para ir y plantarse frente a las urnas, el único sitio en donde su queja podía verse claramente reflejada.

Aquello fue una fiesta. Nunca había visto tanta alegría en una gente que acudía a ejercer un derecho cívico de tan altas magnitudes. En la cara de todos ellos estaba reflejada la confianza de que mandarían a volar todo el pesado lastre que los había colocado a la orilla del desfiladero.

Se vieron hermosas escenas que difícilmente volverán a repetirse. Gente cuidando urnas, gente denunciando hechos vandálicos, gente haciendo suya la elección, gente firmemente convencida del ahora o nunca; ese lema que ha ganado muchas batallas, entre ellas la de tumbar a gobernantes.

De pronto emergió el héroe, que vendría a darle su buena tunda al villanazo. Y de pronto las cosas agarraron tal dimensión que el villanazo y su kryptonita estaban arremetiendo contra todo un pueblo y no solo contra el representante popular.

El villanazo hizo todo lo que pudo. Movió montañas de dinero, movió montañas de influencia. El mismo se puso las botas y fue de calle en calle reforzando alianzas con antiguos aliados a quienes el dinero pone a bailar al son que se les toque.

Lo que el villanazo no había previsto era que ya la población estaba hasta la coronilla de sus fechorías. Que ya la población había decidido mandarlo a la fregada. Había una población hartada, tanto que ya hasta su tumba había cavado.

Y fue así como un 5 de junio de 2016, una población hastiada mandó al villano a la...

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