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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Neil Leifer
La Jornada Maya

Miércoles 6 de junio, 2016

En realidad, “¡Levántate y pelea, cabrón!”. Ahí está Muhammad Ali, gritándolo; en la lona, Sonny Liston. Un fiambre. Ese instante fue captado en 1965 por el fotógrafo Neil Leifer, e ilustró la gran mayoría de obituarios del campeón que en días pasados se publicaron. Esa fotografía que retrata mucho más que una pelea fue captada ese 25 de mayo, en el pueblito de Lewiston. Ese mítico encuentro sigue siendo la lucha por el título con menos espectadores de la historia: sólo 2 mil 434. También, de las más cortas: dos minutos y doce segundos: un inesperado golpe de Ali tumbó a Liston, que no tuvo tiempo de levantarse. A pesar de las bélicas súplicas de su oponente.

Y como a Liston, la vida nos apalea. Implacable, Ali nos tunde a uppercuts, a jabs. Se burla de nosotros. Baila. Se dice mariposa, pero duele como aguijón. Vencidos, escuchamos a lo lejos, como un etéreo sueño, ¡levántate y pelea!, ¡levántate y pelea!, ¡levántate y pelea! La fotografía no sólo retrata al campeón en su plenitud, sino que es una metáfora de la existencia. De la mía y la tuya. Me imagino, entonces, a mi padre en el hospital, noqueado por los años y los sedantes, muchos más potentes que los ganchos de Ali; adolorido por las infecciones, escuchando a lo lejos ese grito de guerra: Aún te hace falta mucho, viejo. Danos un poco de más pelea. Y él, postrado, intentando levantarse, ponerse de pie, antes de que suene la campana y se le acabe, irremediablemente, el tiempo. Ese paréntesis, para algunos cortos, para otros largos, en el que nacemos, luchamos y morimos.

La vida como combate. Durísimo. Lleno de dolor. De golpes bajos. De calambres. En el que no sólo combates contra un oponente, sino también contra ti mismo y contra el tiempo. Contra el invencible tiempo, que al final es el único ganador. Sangre. Lágrimas. Sudor. Pero vale la pena. Ya sea si ganes o pierdas. Lo peor que puede pasar es que te quedes en el piso, como Liston, sin poder liarte de nuevo a golpes y buscar la gloria, en sentido figurado y literal.

Los grandes hombres y mujeres son los que ponen todo su empeño y resisten. Los que, medio en pie, esperan la decisión de los jueces. El oponente en ocasiones lleva piedras en los guantes, y ahí nada se puede hacer; sólo esperar que la lona esté tibia y acolchada. Pero, quitando esa excepción, ese ¡levántate y pelea! que suena a bíblico, es al final de cuentas el objetivo de toda vida. El mismo Ali lo sufrió en carne propia. El enemigo más brutal al que se enfrentó no lo tuvo frente a frente, en un ring, sino que éste se incubó dentro de su cuerpo. Una enfermedad que lo devastó por completo, que lo transformó en piltrafa. Ese joven irreverente que pegaba como mazo y que se burlaba de sus oponentes escuchó la campana final convertido en una ruina.

Varias veces la vida lo tiró al suelo. Y varias veces más se levantó. Una y otra vez. Terco, ponía el mentón con una sonrisa para que las circunstancias se la volvieran a borrar. A golpes. Y cada vez más fuertes. Y cada vez más duros. Así hasta que el falleció el 3 de junio pasado. Ali nos lega una inspiradora historia de superación, en la que a fuerza de constancia y de talento se muestra que se es posible derrotar casi todos los obstáculos, incluso el de la discriminación. Casi todos, ya que hay enfermedades invencibles, como esa que dejó al boxeador tendido, tal y como él lo hiciera con Liston.

Esta foto, que en lo personal a mí me recuerda el duro combate que atraviesa en estos momentos mi padre, sirve igual para la coyuntura. Ayer fue Día de la Libertad de Expresión, y muchos periodistas se encuentran emulando al rival de Ali. Vencidos, ya sea por el miedo o por la codicia, ven postrados cómo el romanticismo de su profesión se pierde ante las amenazas o ante sobres manila con billetes. Prostituidos, con sus valores en fuga, se resignan pensando que todos sus colegas se encuentran en la lona. Y es ahí cuando más falta hace una voz barriobajera que los rete y les diga: “¡Levántate y pelea, cabrón!”. Levántate y escribe el mejor reportaje de tu vida. Pelea y dispara la pregunta más incisiva que hayas hecho en una entrevista, la que ponga a sudar al político, la que le provoque escalofríos y le quite el sueño; esquiva las amenazas y los elogios, tan demoledores para tu pluma como esa mítica izquierda de Ali.

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[b]Mérida, Yucatán[/b]


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