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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto:Fabrizio Leòn Diez
La Jornada Maya

Martes 7 de junio, 2016

Soberbia y falta de credibilidad. En ese orden. Las estocadas que sufrió el PRI en las elecciones dominicales se debieron al divorcio de ese partido político con la realidad mexicana. Los políticos priístas pensaron que las viejas fórmulas les iban a dar de nuevo los mismos resultados. Pero no fue así… Vaya que no fue así.

Su constante oposición a los cambios que claman los ciudadanos, como una nueva ley para combatir la corrupción, al final les cobró factura. Aún se escucha la advertencia de la casta empresarial, que harta de la muralla del no en el Congreso de la Unión, anunció lo que se reflejó en las urnas.

Políticos forjados en eras muy distintas, bañados de teflón, sordos y mudos, se negaron a considerar incluso un escenario como el que amanecieron el lunes, con los estados escurriéndoseles de las manos, como resbalosos peces, sin tiempo siquiera para reaccionar de forma digna.

Cegados por su soberbia, incluso se atrevieron a cantar victoria. Los expertos justifican esta temeridad, señalando que así se podrían mantener en la lucha en caso de resultados cerrados. Pero la realidad no fue así. La madrugada fue avanzando y con ella la estupefacción de los priístas.

Veían, en angustioso duermevela, cómo los rivales se separaban del grupo, exhibiéndolos, además como mentirosos. Y aquí es donde abordo el segundo ingrediente del explosivo cóctel que le explotó en las manos al PRI. Al cantar victoria, antes del crepúsculo, el partido político dilapidó la poca credibilidad que tenía.

La verdad siempre sale a la luz, y ésta llegó más rápido que lo que se creía. Con el paso de los minutos y el avance en las capturas de las actas, el triunfalismo se fue revistiendo de acto desesperado, de triquiñuela, de desfasado performance político. Tal vez en los manuales políticos de campaña del pasado, antes del epílogo, se recomendada anunciar la victoria, con o sin datos que la sustentaran. Sin embargo, en estos tiempos de descrédito y de incredulidad, el teatral acto de Manlio Fabio Beltrones fue el tiro en la nuca de una etapa; el otro meteorito con el que se extinguirán los dinosaurios restantes.

En Quintana Roo no ganó el PAN o el PRD. No. Tampoco ganó Carlos Joaquín. Él únicamente representó la opción distinta. Y así se lo exigirán los quintanarroenses. Hartos de andar en círculos —viciosos— los votantes de ese estado optaron por romperlo; por exiliarse de esa espiral ociosa, que siempre los llevaba al mismo destino. El alba del lunes marcó no sólo una nueva semana. Por lo menos, para los quintanarroenses. Para ellos es el día que marca el después de un régimen que derrocaron a golpe de votos.

El ganador, reitero, tiene ante sí grandes expectativas. De él depende pasar a la historia como quien las cumplió o convertirse en una decepción tipo Vicente Fox. A su favor, puedo asegurar que está muy difícil hacerlo peor que su antecesor inmediato, Roberto Borge, pero medirse así sería tener baja autoestima.

¿Fue la elección del domingo un preludio de lo que sucederá en 2018? No lo creo. Este sacudón afecta no sólo al PRI, sino a todos los partidos políticos. Aunque estén en estos momentos embriagados por la victoria, los panistas deben tener algo muy en claro: de los estados que ganaron la elección, únicamente en Chihuahua y Tamaulipas fue gracias a la maquinaria de su partido. En los demás, los ciudadanos votaron más por el candidato, más contra el PRI. El desencanto ciudadano a ellos también les afecta. Y muchísimo.

Yucatán también debe digerir esta elección, principalmente la de la entidad vecina. En la carrera por la sucesión de Rolando Zapata Bello sin lugar a dudas pesará la presencia de Carlos Joaquín, que irradiará la sed de cambio allende las fronteras estatales; por ósmosis, los yucatecos no se querrán quedar atrás. Si ellos pudieron, ¿por qué nosotros no? Eso, en la parte romántica. Siendo más pragmáticos, muchas de las redes que lograron el triunfo del ex subsecretario de Turismo podrían repetir la hazaña que acaban de lograr. Ya demostraron que saben cómo hacerlo, incluso en las condiciones más difíciles y peligrosas.

La única certeza de este proceso es que no hubo tales. Todos, todos se sorprendieron con sus surrealistas resultados. Estoy seguro que los priístas nunca se imaginaron perder tanto, así como tampoco los panistas soñaron con obtener esos números superlativos. Sólo la máxima que señala que lo único constante es el cambio fue la que se respetó en este escenario. La dijo hace siglos Heráclito, pero después de generaciones viviendo y sobreviviendo en las marismas de nuestra política ya se nos había olvidado. Ahora, todo parece distinto: mucho más nítido y brillante.


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