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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Paul Antoine Matos
La Jornada Maya

Miércoles 1º de junio, 2016

En la era de Galileo, no el astrónomo sino el sistema de espionaje, llama la atención la presencia de “orejas” en diversos escenarios de Yucatán. Los “orejas” son personas que ven y reportan, por lo general a funcionarios de gobierno; son una especie de agentes de una policía secreta devaluada. [i]Correveydiles[/i] profesionales, mercenarios de la batea. Diversos reportes, entre ellos el que se publicó en La Jornada Maya, los ubicaron en la marcha que se realizó el domingo pasado, en la que se protestó contra la violencia ejercida por los taxistas del FUTV. Teniendo en cuenta la pobre convocatoria de la misma, es muy probable que destacara ese grupo de espías de poca monta. Así, con este triste batallón del chisme, la vigilancia a la que estamos expuestos es a la vez de última tecnología y de vieja guardia. ¿A qué le tiene miedo el poder? A la libertad y a la inteligencia. Así ha sido siempre. Llámense agentes de la KGB, Stasi, “dígitos” u “orejas”.

Boris Pasternak era uno de los favoritos del régimen. Eso no le perdonaba ser espiado. Al contrario. Sus sombras poco a poco se percataron del desencanto del poeta y comenzaron a seguir sus pasos. Sabían que su lápiz era peligroso, y que lo estaba afilando. Sospechaban que había escrito algo así como una bomba molotov de tinta, que cimbraría los cimientos de la Unión Soviética. La vigilancia, entonces, se convirtió en persecución. Todo el mundo hablaba del incendiario manuscrito del poeta, ese que a golpe de versos podía derrumbar estatuas. Un legajo de diez kilotones.

Pasternak no podía dar un paso sin que el Kremlin lo supiera. Aún así, su obra vio la luz. Cuenta Iván Tolstoi, en el recomendado ensayo [i]La novela blanqueada[/i] (Galaxia Gutenberg), que a finales de otoño de 1956, un avión que cubría el trayecto de Roma a Milán cambió su rumbo por causas “técnicas” y aterrizó en la isla de Malta. Unos hombres entraron en el compartimento de equipajes y de una maleta extrajeron un grueso manuscrito que llevaron a una habitación aislada del aeropuerto.

Los pasajeros fueron conducidos a una sala de espera y al cabo de dos horas regresaron al avión, que prosiguió su camino. Durante este tiempo el manuscrito fue fotografiado página a página y devuelto de nuevo a su maleta. Se trataba del original en ruso de [i]El doctor Zhivago[/i], la novela de Pasternak. La editorial holandesa Mouton publicó una edición pirata de la versión del avión de Malta.

Sin embargo, la operación no se detuvo en este episodio sino que, una vez publicada la novela, había que promover su lectura entre los rusos. En la Exposición Universal de Bruselas de 1958 [i]El doctor Zhivago[/i] se vendía en el pabellón del Vaticano, no por las ideas religiosas de la obra sino porque enfrente estaba el pabellón soviético, al que los turistas rusos acudían en masa y a quienes les era entregada la novela gratuitamente.

En este hecho de la vida real se inspiró Florian Henckel para escribir y dirigir la película [i]La vida de los otros[/i], en la que se narra la férrea vigilancia de la Stasi, la policía secreta de la República Democrática Alemana, a los intelectuales. La historia la protagoniza un dramaturgo, cuya credibilidad al gobierno se erosiona poco a poco, a ritmo de desencanto y traición. Reacciona y se defiende de la única manera que sabe, con su arte. Y comienza a teclear metralla. Detrás de sus paredes todo lo escucha y sabe un ser gris, agente de la Stasi, en esa Alemania moribunda que caería en el noventa. Los “oreja” son denominador común de un sistema que le teme a sus ciudadanos. Más que un símbolo de poder, son expresiones de miedo.

Aquí, en Yucatán, se sientan a tu lado, en la misma mesa. Te acompañan, codo a codo, en las marchas. Hacen guardia frente a palacios o cantinas. Susurran. Gritan. Hacen conjuras y conjeturas. Anacrónicos rescoldos que igual batallan contra el tiempo. En crisis, como ese sistema que se aferra al pasado y se niega a reconocer que ese tipo de tácticas ya son inservibles, que únicamente mantiene a expensas del erario un ejército de zánganos que se nutre del rumor y de la deslealtad. El meteorito de estos dinosaurios son las redes sociales, donde el exhibicionismo reina. Las “orejas” mutan a “ojos”, que en lugar de escuchar están atentos a lo que nosotros compartimos con generosidad y desenfreno. Las sombras se transforman en seguidores, pero se niegan a renunciar al anonimato y a la mezquindad.

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[i]Decapitar[/i]. El pasado siempre regresa. Es como un fantasma inmune al exorcismo. Poco podrá hacer la justificación esgrimida por Carlos Joaquín en relación al video en el que amenaza con decapitar a los traidores. Podrá aducir que lo dijo hace una década y en sentido figurado; que está fuera de contexto y que brota en el marco de una campaña de lodo. El daño ya se hizo. Los cerebros de la guerra sucia se guardaron ese último as bajo la manda, saboreando un plato que, como la venganza, se sirvió frío.

[b][email protected][/b]
[b]Mérida, Yucatán[/b]


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