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Nicolás Lizama
La Jornada Maya

Lunes 30 de mayo, 2016

En San Caralampio, antes del sábado, la rumorología era la que reinaba (que si va en primer lugar fulano, que si va en primer lugar zutano).

Se pensaba que el debate, tras cruenta batalla de toma y daca, ayudaría a quienes todavía estaban indecisos a definir el sentido de su voto.

Hoy la incertidumbre es huésped imprevista. Llegó quitada de la pena, muy campante, tomada de la mano del debate.

¿Sirvió para algo “enfrentar” a los cinco candidatos?, es la pregunta que mucha gente se hace.

Unos dicen que fue debate. Otros que fue debacle. Y los más pragmáticos dicen que ni fue debate ni debacle, que fue un somnífero porque fueron infinidad de espectadores los que se durmieron.

Unos dicen que el voto ya está ampliamente definido. Otros, que por el contrario, hay que pelear hasta con las uñas cada voto de aquí al próximo domingo. ¿Las encuestas? Ni pensarlo. No cuentan. Aquí tienen fama de ser las prostitutas más baratas que pudiera encontrarse a la vuelta de una esquina en la penumbra de la noche.

Doña Pastora, la de las marquesitas, la que renta un espacio de pavimento en el boulevard Bahía, la que interactúa con su gran clientela noche a noche, no sabía del evento. No se habría enterado de no ser porque un par de clientes –también sacados de onda-, se acercan mientras uno le dice al otro: ¿hoy era el debate?.

Y es que la comerciante no sabe que es materia prima entre los candidatos. Ignora que es la hipotética beneficiaria, la suertuda a la que la vida está a punto de darle un giro de 180 grados (je, je). No sabe que todos los candidatos han prometido que, ahora sí, de ganar, su futuro estará casi asegurado. Habrá becas para sus hijos, facilidades para que estudie inglés cualquiera de los integrantes de su familia, viajes a sitios recreativos, se dará el gusto de ver a los uñas largas en la cárcel, en fin, su vida ya no será el infierno en el que generalmente se convierte.

Son pasadas las ocho de la noche. Frente al changarro de doña Pastora el flujo vehicular es intenso. Carros van y carros vienen. En uno de esos va Carolina, una chica que estudia en la escuela Eva Sámano. Como cada fin de semana, se reúne con varias de sus amigas y se van de juerga. Platican de todo menos del ejercicio democrático de ese día. Todas rondan los 19 años y por lo tanto podrían ser la tan mencionada generación del cambio. A ellas, sin embargo, les vale un soberano cacahuate su futuro, cuantimás el dichoso debate entre cinco individuos de los cuales uno será su próximo gobernante.

En un sitio donde uno de los candidatos ha colocado una especie de cuartel de guerra, con televisión y toda la cosa, sus fans no pierden detalle de lo que sucede.

En la pantalla aparece Rogelio Márquez Valdivia, al que nadie le avisó que el evento era un debate con rumbo a la gubernatura y no un púlpito para hablar de moral y buenas costumbres. Es un pan de dulce el tipo. Habla de la familia y de su esfuerzo -¡snif!-, por llegar a ser alguien en esta vida.

Varios de los espectadores, con justa razón –ya se habían tardado-, sueltan un bostezo. El buen hombre ni de relajo se atreve a lanzar una mirada recriminatoria al resto de los contendientes. Para colmo, su hablar es balbuceante, tanto que da la impresión de que jamás pasaría  a la segunda ronda en un concurso de oratoria.

Alejandro Alvarado Muro es de la misma línea. Pareciera que va solo con rumbo a la gubernatura. Pareciera que no hay otros candidatos. Pareciera que no tuviera adversarios a quienes lanzarles un gancho al hígado cuando menos.

Más bostezos. Incluso se escucha por allí algún ronquido.

De pronto -¡uff, ya era hora!-, cambia el panorama, asoma un voluntarioso y combativo José Luis Pech, quien no pierde tiempo en colocarse los guantes de boxeo. Sabe que su mejor defensa es el ataque. Sabe que el que pega primero, pega dos veces. Está metidísimo en su papel de contrincante.

Su objetivo son dos personas, los demás no cuentan: Mauricio y Carlos. Los otros dos, Alejandro y Rogelio, son minucia. Son caza menor. Son piezas que no le interesan.  Golpearlos a ellos no da puntos. Ha decidido no gastar su pólvora en infiernitos. Se va a la yugular de los dos principales contendientes. Habla de cárteles, de delincuentes políticos, y de inmediato el moderador –cuya actuación también provoca que Morfeo le guiñe un ojo a los espectadores-, le aplica un jalón de orejas.

Es turno de Mauricio Góngora, que no trae en su script alusiones al punto débil de sus rivales, al principal adversario cuando menos. Se va directo al televidente al que no le pierde la vista e intenta convencerlos de que es parte de ellos, de que si llega –casi lo jura-, detrás de él vendrán todos muy enfiladitos, sin distingos entre quintanarroenses de primera o de segunda. Al final es cuando se olvida del guión y, apenitas de refilón, le da su coscorrón al personaje con el que disputa la gubernatura.

Muy metido en lo suyo, ni siquiera cuando le llueve metralla sale de la trinchera y echa algún balazo. Su evidente estrategia es no meterse en camisa de once varas.

Carlos Joaquín, de entrada, tiene que lidiar con José Luis Pech, quien no pierde oportunidad para picarle las costillas. No tiene de otra más que dividir sus cuestionamientos entre Mauricio y el beligerante  representante de Morena.

Trae desenfundada la pistola. Dispara cada que la oportunidad se le presenta. Apunta a la cabeza. No desperdicia municiones.

Finaliza con un lento, lentísimo, casi deletreado: Habrá castigo para todos los saqueadores.

No bien ha terminado el evento y ya en el “feisbuk”, cuando menos -la red social más popular entre los sancaralampiños- todos resultan ganadores. Hasta Alejandro y Rogelio, todavía somnolientos, todavía sin darse cuenta de que estuvieron en un debate, reciben el aplauso de los cibernautas afines.

El “feisbuk” es el peor sitio para hacerte una idea de quién fue el ganador del debate. Los entusiastas fans buscan -y encuentran-, cualquier detalle que pudieran ponderarle a su gallo. A Mauricio le aplauden por mesurado y a Carlos Joaquín por sus constantes incriminaciones. A José Luis por denostar tan rudamente a quienes antes fueron sus entrañables compañeros. A los dos restantes por ser muy buena onda (uno de ellos les ofreció chamba incluso a sus cuatro debatientes en caso de ganar la gubernatura).

Al final quedó la impresión de que el debate sólo servirá como parte del currículum de los organizadores (léase Ieqroo, léase SQCS). Punto. Porque, de plano, no hubo sustancia, fue un hueso sin tanta carnita que rascarle.

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Chetumal, Quintana Roo


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