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Pablo A. Cícero
La Jornada Maya

Lunes 30 de mayo, 2016

Acartonado. Ese es el adjetivo con el que varios reportes describen el debate de candidatos a la gubernatura de Quintana Roo. Este episodio, casi epílogo, de estas extrañas elecciones, se describe más adelante, aquí en [i]La Jornada Maya[/i]. Hablemos, entonces, no de éste, sino de los debates que se han realizado en el país.

Más que una oportunidad para que el ciudadano conozca a los candidatos, este ejercicio se ha convertido en una fábrica de anécdotas, la mayoría vergonzosas. Recordemos, por ejemplo, la trapeada que le dio el [i]Jefe[/i] Diego a sus oponentes para luego desaparecer, o la metralla de Vicente Fox a Francisco Labastida.

Otro singular episodio lo protagonizó no un político, sino una voluptuosa edecán, cuyo candente escote llamó más la atención que las tibias promesas lanzadas por los también estupefactos candidatos. Los debates, en la historia reciente de nuestra democracia, han restado más que sumado. Y el del sábado no fue la excepción. Fuimos testigos de una pasarela en la que sobresalió quien tuvo más tablas y quien lanzó los dardos más ponzoñosos. Sin embargo, ni la elocuencia ni el arrojo te hacen necesariamente un buen gobernante; menos el que Quintana Roo necesita ahora, tras varias administraciones desastrosas.

El debate, bajo las anteriores premisas, fue el surreal broche con el que se cierra esta contienda. Si el intercambio de opiniones sabatino fue acartonado, el proceso en general fue embarazoso. Y no sólo en Quintana Roo: en todo el país. En lugar de propuestas, lo que los ciudadanos recibimos fueron salpicaduras de lodo y estiércol. En las entidades donde se realizarán elecciones hubo acusaciones de todo tipo, desde las generalizadas de corrupción hasta las de pederastia y traiciones. Se arrojaron de todo. Con todo. En esta montaña de escoria es muy difícil encontrar planes de trabajo o iniciativas, ya que nuestra democracia se limitó a la descalificación del otro. Y esta guerra sucia tuvo varios escenarios.

La violencia verbal y las tácticas de desprestigio utilizadas en las campañas demuestran lo atrasado que está nuestro sistema político. En éste, una serie de personajes engendrados en el Olimpo partidista luchan por mantener el poder. Aunque se muestren distintos, arropados por colores y siglas diferentes, son en realidad los mismos. Una casta que, de una u otra forma, siempre nos ha gobernado. Por eso la violencia que atestiguamos debe ser cada vez mayor, ya que lo que también está en juego es la credibilidad de quienes al final votan. En esa performance, se golpea también para enaltecer a quien vota, para desmitificar a esas dinastías que en una cena podrían ponerse de acuerdo y repartirse sus estados.

En lo particular, no creo en los debates. Prefiero otro tipo de ejercicios, mucho más directos con la ciudadanía. Minimicemos la interferencia que provoca el papel de Donald Trump en las primarias estadunidenses y veremos cómo, en cada estado, los precandidatos se enfrentan directamente con sus posibles votantes.

En una especie de rueda de prensa ciudadana, los políticos responden, de viva voz, las preguntas que le hacen hombres y mujeres. No se requiere ser miembro de su partido; incluso, no se requiere ser estadunidense. El precandidato frente a las personas, que expresan sus dudas y externan sus comentarios. Y contra lo que muchos creerían, en este ejercicio de libertad son raras las ocasiones en las que un ciudadano desperdicia su oportunidad insultando o increpando al político. ¿Estarían los políticos mexicanos capacitados para un careo de este tipo? ¿Serían capaces de dar la cara y de responder de manera directa a quienes le piden el voto? ¿Qué le preguntarías tú a los candidatos a gobernar tu estado, en este caso Quintana Roo?

Yo iría más lejos aún: someter a un detector de mentiras a quienes deseen mi voto. ¿Por qué no? Si algo falta en el ejercicio de la política es la verdad. Incluso vemos ahora cómo los políticos frenan una iniciativa ciudadana que fomenta la transparencia. Desde hace décadas, la oscuridad ha alimentado la corrupción en el país; exiliando la honradez de cualquier resquicio. En el debate sabatino vimos la capacidad histriónica de los candidatos. En un ambiente normal, desconoceríamos si nos están diciendo la verdad o no. Después de años en los que he sido decepcionado por los hombres o mujeres por los que he votado, creo que requiero que de una u otra forma me garanticen su palabra. Eso de las promesas ante notario, para mí, no valen, y por eso me inclino por el polígrafo, previa inyección de Pentotal.

Esta prueba no sería necesaria si los medios cumplieran con su labor. Pero ya vimos que no. Aunque sea la mayoría. En todos y cada uno de los debates que se han realizado en las primarias de Estados Unidos, mientras los políticos escupen sus cifras, un equipo de periodistas expertos están corroborando sus datos; segundos después, aparece en la pantalla un semáforo, indicando si lo que han dicho es verdad o mentira. Al final de cuentas, esto es lo que está en juego: elegir a alguien honrado o a un ladrón. Y hasta el momento, yo, tengo pocas herramientas para identificarlos.


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