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Foto: Archivo

Jueves 19 de mayo, 2016

Cuando don Rudesindo Cantarell Jiménez avistó las chapopoteras en un día de actividad normal de pesca en la Sonda de Campeche, pensó que se había sacado la lotería y que por fin olvidaría la pobreza y las penurias que vivía su familia, pero no contó con que el destino le tenía deparada otra suerte, muy distinta a la que pinceló en su imaginación de hombre de mar tosco, maduro y fuerte.

El tiempo inexorable motivó que en los años 70, esas chapopoteras se convirtieran en centro de producción del oro negro; en tanto don Rudesindo, oriundo de Isla Aguada, seguía a la espera de las promesas hechas por ex gobernadores y funcionarios de Pemex que le ofrecieron hasta las perlas de la Virgen por su hallazgo.

Y aunque don Rudesindo murió en la miseria, su nombre adquirió fama, siquiera pasajera, porque aquel brote de grumo fue bautizado como Cantarell, y por muchos años fue el principal campo petrolero ubicado en la Sonda de Campeche, frente a la isla del Carmen. De aquel pozo se extraían diariamente miles de barriles de crudo para exportación.

Con el boom petrolero de hace más de tres décadas, el crecimiento poblacional llegó en cascada a la isla. La expansión urbana fue desordenada e impactó inmediatamente grandes extensiones de manglar, hábitat donde se reproducen infinidad de especies marinas, entre ellas el camarón rosado, que también por muchos años fue columna vertebral en la economía de los campechanos, antes de que Pemex decidiera restringir un área de 10 mil kilómetros cuadrados a la pesca.

La flota camaronera fue agonizando paulatinamente. Las más de 500 embarcaciones que se reunían entre Carmen y Campeche se fueron deteriorando, ante la imposibilidad del sector cooperativo de mantener redituable esta actividad, y finalmente llegó la fase terminal.

Hoy día, de esa flota sólo sobreviven 80 barcos en el puerto de Campeche y 10 en la isla del Carmen. La captura de camarón cayó de 12 mil toneladas a tan solo 2 mil en los tiempos actuales, por factores como el cierre de áreas, la mala administración de las cooperativas y la sobreexplotación del recurso. Habría que sumar el cambio climático a los factores del desplome.

Ya años atrás se había tenido una experiencia semejante con otro recurso natural de Campeche: el palo de tinte, que fue saqueado a gusto por familias que hoy ocupan los lugares privilegiados de eso que llaman sociedad de primer nivel en esta capital, que curiosamente son las mismas que están metiditas las 24 horas del día en la Catedral, aporreándose el pecho en busca del perdón divino.

El saqueo de los recursos naturales ha sido el común denominador en esta tierra pródiga, tal y como ha sucedido con el petróleo, que en su momento fue visto como la base de una mejor calidad de vida para los campechanos; se quedó en un sueño. Presidentes vinieron, pasaron, ofrecieron, juraron y ya en pleno siglo XXI, tristemente se repite la historia de otros momentos, cuando esta riqueza de la madre naturaleza fue acaparada por unos cuantos para hacerse asquerosamente ricos.

Ni expropiaciones, reformas o suplicios de justicia fiscal fueron suficientes para que el gobierno federal virará hacia Campeche para otorgarle lo que por justicia le correspondía, argumentando su baja densidad poblacional. Eso sí, dieron puras migajas, equivalente a un chile habanero y un trozo de tortilla, como hasta el día de hoy.
Con el tiempo se acabaron las exigencias a las que respondieron el eco y las promesas. Mientras, la mina de hidrocarburo fue mermando hasta prácticamente quedar en la nada.

El campo Cantarell se secó y como consecuencia la extracción de crudo necesariamente tuvo que realizarse en aguas más profundas, lo que inevitablemente provocó que se elevaran los costos de producción y la competencia mundial hundió los precios internacionales del barril hasta casi nada, lo que económicamente ya no resultó redituable para las empresas que le trabajaban a la otrora paraestatal.

La debacle petrolera fue inevitable. Su consecuencia fue el desempleo, en una isla cuya población es flotante en más del 50 por ciento, lo que desencadenó lo que hoy se está viviendo: falta de liquidez, cierre de negocios y un notable incremento en la delincuencia.

Según cálculos conservadores, más de 25 mil trabajadores que dependían directa o indirectamente de la actividad petrolera en la isla se quedaron sin trabajo entre 2015 y 2016. De encima, Pemex sufrió una reducción presupuestal de 70 mil millones de pesos, según dio a conocer su consejo administrativo.

La Reforma Energética del presidente Peña Nieto provocó, para algunos analistas, lo inesperado, pero lo cierto es que el petróleo está ya en fase terminal y por ello urgía despetrolizar la economía de Campeche y diversificarla con nuevas alternativas productivas con vocación local, como lo son la actividad turística y la agroindustrial.

La alternativa se llama hoy Programa de Rescate y de Desarrollo Industrial, al cual se le apuesta todo para reactivar lo estancado y buscar por otro lado levantar la economía del estado para no quedar una vez más al garete y como don Rudesindo, terminar en la miseria después de descubrir ríos de oro negro.

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