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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 19 de mayo, 2016

El tal Talión. En los últimos días se han registrado tristes, llamativos sucesos que nos remiten al medioevo, o al Medio Oriente. Ciudadanos que, enardecidos, quieren hacerse justicia por su propia mano. A inicios de este mes, habitantes de Chablekal fueron víctimas o testigos de un desalojo que derivó en violencia. Un diálogo de ira, de piedras y gases lacrimógenos. Una batalla campal.

Sin justificar un ápice la caótica, desproporcionada actuación de la policía y de las autoridades judiciales, el saqueo que sufrió la tienda y el hogar del promovente del desalojo aberró a un grupo de personas en una turba vengativa, en un torbellino de sinrazón. Los mismos representantes del grupo Indignación así lo reconocieron en las páginas de este periódico; “nos igualamos a ellos”.

El fin de semana pasado, en la colonia Sambulá, en Mérida, unos vecinos amarraron a un poste a un hombre. Como puerquito. Desnudo de la cintura para arriba, con las muñecas y los tobillos inmovilizados por una soga de nailon. Los vigilantes justificaron esta acción señalando que el individuo ya los tenía cansados. Que los agredía física y verbalmente. Que robaba. Que se drogaba y emborrachaba… Que ya los tenía hartos.

Ayer, en la población de Molas, de nuevo la sociedad se erigió en tribunal y se repitió la imagen. Un hombre, amarrado a un poste, sangrando. En esta ocasión, la sentencia llegó luego de una serie de eventos violentos que se registraron en el marco de la feria de la comisaría. Ahí, dos bandos se enfrentaron, armados de piedras y maderos. La población, cansada, decidió hacerse justicia por su propia mano. Capturó a uno de esos rijosos y le dio un castigo ejemplar.

Tres tristes sucesos de este tipo solamente en este caluroso mayo. Ya no son hechos aislados. Anécdotas. Excepciones. Hay un patrón que vale la pena analizar. ¿Desde cuando los yucatecos prefieren las leyes dictadas por Talión para buscar justicia? ¿Qué orilló a los hombres y mujeres de esas poblaciones a ignorar la legislación actual y recurrir a esas prácticas, tan rudimentarias, tan primitivas, del ojo por ojo, diente por diente?

Vivimos en una coyuntura con características muy específicas. La ciudad de Mérida ha crecido a un ritmo vertiginoso en los últimos años. Algunos cuantifican esa alza en unas 200 mil personas en poco menos de un lustro. Fraccionamientos, que más bien parecen ciudades satélite, con 20 mil, 10 mil, 8 mil viviendas en las que recalan hombres y mujeres provenientes de todo México. Contrasta con ese exponencial crecimiento de la población el número de agentes de policía, que se ha estancado.

En medio de este explosivo aumento demográfico se está implementando el nuevo sistema de justicia penal. Los radicales cambios que genera este nuevo esquema, en donde se presume la inocencia y se le da prioridad a la mediación, han generado una percepción generalizada de impunidad. Los medios de comunicación han contribuido a consolidar, en el imaginario social, la idea de que las leyes ahora son más laxas y los jueces, más permisivos. “Asalta un Oxxo y queda libre”. “Atropella y mata a un motociclista y sigue el proceso en libertad”… Como sociedad, aún no logramos digerir del todo la idea del nuevo sistema.

Más gente. Mismos policías. Menos condenados. Noticias amarillistas. Agítalos y sírvelo. Estos son los ingredientes de un cóctel emponzoñado, que, en exceso, se puede materializar en la transformación de un grupo de ciudadanos en una turba, sedienta de una justicia que en muchas ocasiones se confunde con una irracional venganza. El poder de la sociedad tiene alcances inimaginables. Cuando los ciudadanos deciden actuar por el interés común es muy difícil que cualquier otra fuerza lo pueda detener. Así lo ha registrado la historia, desde la que ha quedado grabada en jeroglíficos hasta la que construye, jornada a jornada, en las páginas de los periódicos.

Todo depende, sin embargo, del combustible que mueva a la sociedad. Éste puede ser la indignación general o la búsqueda de la democracia; la lucha por la igualdad o el desdén al tirano. La gasolina que ha movido a los vecinos de Chablekal, la colonia Sambulá o Molas es el odio y la venganza. Estos hechos de mayo son reflejo de un Yucatán bronco que nos debería asustar a todos, pero más a nuestras autoridades. Hacerse justicia por su propia mano, en estos días, es el último recurso de los que están hartos.

Ese juez como hidra, con decenas, cientos de cabezas, amenaza con seguir impartiendo su impecable ley en nuestro estado. La violencia que ha hecho metástasis en la costa, en donde poblaciones enteras están enfrentadas por el pepino de mar, puede tener nuevos, trágicos episodios. Los compañeros del pescador muerto a balazos en un enfrentamiento en altamar el fin de semana pasado ya juraron vengarlo, y perpetuar así esa espiral de rencores que puede engullir a toda una generación.

Y es aquí donde de nuevo se requiere que veamos todo en perspectiva. Ya no son hechos aislados, reitero; es un patrón. En Yucatán, por varios factores, se está retrocediendo en la impartición de justicia. Si dejamos que más casos sean sentenciados por el temible juez Talión, todos terminaremos ciegos; todos, desdentados.

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[b]Mérida, Yucatán[/b]


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