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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Miércoles, 18 de mayo, 2016

El debate sobre la despenalización de la mariguana tiene muchas aristas. Entre ellas están las obvias, esas que omitió el presidente Enrique Peña Nieto al anunciar, en las Naciones Unidas, cambios en la política del país al respecto. Dijo que se abriría la puerta al uso médico de la cannabis y que se aumentaría la dosis permitida para el consumo personal. En este último caso, podremos portar mariguana sin que por ello seamos delincuentes. Pero, ¿quién la va a plantar? ¿quién la va a vender?

Anteanoche asistí a una pequeña reunión. Maestros, alumnos y padres de familia compartimos puntos de vista, en un ambiente de apertura y confianza. Bombardeados por la retórica de cruzados del A favor y del Contra, evangelizadores de su ego, el objetivo fue únicamente platicar, exponer ideas y dudas. Los comentarios de los jóvenes me hicieron comprender la actual situación, en la que la excepción son los que no consumen. Lo escuché de viva voz. Y, aun así, la mayoría de ellos coincidió en que aún no se cuenta con suficiente información para llegar a la conclusión de si la despenalización será benéfica o perjudicial para la sociedad.

Uno de los profesores presentes, médico, puntualizó dos aspectos que me parece importante compartir. El primero, relacionado con el uso médico. Desde su óptica, este tema se debe dejar a un lado en el debate, ya que la industria farmacéutica se rige por sus propias leyes, sin importar fronteras ni legislaciones. Si un medicamento es efectivo, se utiliza; si no, se escupe. Así ha funcionado y así funcionará. Ningún senador o diputado puede adelantar o frenar el mercado mundial de medicamentos.

El otro aspecto que abordó el médico fue el relacionado con su experiencia docente. Según diversos estudios, señaló, la memoria a corto o mediano plazo de un consumidor de mariguana se merma, en algunos casos hasta un cuarenta por ciento. Es decir, un universitario que fuma mariguana no está en igualdad de condiciones que otro que no. Con las mismas capacidades, y estudiando el mismo tiempo, el primero sacaría sesenta y el segundo, cien.

Es verdad, matizó, que no hay estudios que señalen que la cannabis cause adicción. Es decir, un estudiante puede optar por dejar de consumir durante un semestre, “porque está muy duro, muy intenso”, y el día que concluya, ya con sus calificaciones asentadas, tronarse un enorme cigarro de mariguana. Sin embargo, en un debate serio y necesario, ante un auditorio de estudiantes, no hay que dejar pasar por alto los efectos que el consumo de la yerba causa en los estudiantes. En ese aspecto puede sustentarse su futura elección.

¿De qué estaba escribiendo? ¿Qué te estaba contando? Ah, sí: se disertó igual sobre la presión social a los jóvenes para consumir mariguana. Nadie los obliga, pero se ha convertido en un factor de integración; se fuma para formar parte de un grupo, para ser aceptado. Nadie te excluye si no lo haces, puntualizaron, pero tampoco te arropan. Quien no fuma mariguana es el distinto, el diferente. A esta situación se suma el aura que se ha generado en torno a esta droga, en la que consumirla o defender su despenalización es sinónimo de ser progre. Expresar dudas, como las que se transmitieron anteanoche, es algo valiente; es, paradójicamente, ir contracorriente.

Igual se abordaron puntos a favor de que se norme el consumo. Se coincidió en que esta medida sería un buen golpe a los grupos criminales, y que sería mucho más fácil y eficaz su control. También se criticó a la política prohibicionista y su expresión más sanguinaria: la guerra contra los cárteles, que ha sembrado de muertos el macabro campo en el que se ha convertido el país. Los frutos de esa trágica siembra no son sino una incredulidad total, un desdén hacia las autoridades, que muerto a muerto dilapidan la poca fe que aún tenemos en ellos.

La despenalización ¿será benéfica o perjudicial para la sociedad? Esa respuesta no se pudo contestar anteanoche. La única certeza de ese conversatorio improvisado fue socrática. Únicamente sabemos que no sabemos nada. Y, ante esto, nos hace falta información puntual. Sin apasionamientos, sin iluminados, sin demagogia. Sin campeones del Sí o del No. Datos. Datos. Datos. Únicamente, datos.

Si hace veinticinco años se hubieran implementado las políticas de información respecto al tabaco, es muy probable que hoy no fumara. Recuerdo cuando fui a consultar a un médico, de niño, y éste se la pasó fumando en mi cara. O cuando doné sangre por primera vez y me preguntaron si era fumador; al decir que sí me respondieron ¡qué bueno! tu sangre está más oxigenada. En este asunto, el de las adicciones, lo único que debe de estar prohibido es la ignorancia. Que no se nos olvide.

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[b]Mérida, Yucatán[/b]


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