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Juvenilia, de Eligio Ancona
Litografía de José Dolores Espinosa en [i]La Burla[/i] (1860). Biblioteca Yucatanense
La Jornada Maya

Martes 17 de mayo de 2016

Eligio Ancona es conocido por sus novelas [i]La mestiza[/i] (1861), [i]La cruz y la espada[/i] (1864), [i]El filibustero[/i] (1864), [i]El conde de Peñalva[/i] (1866), [i]Los mártires del Anáhuac[/i] (1870) y [i]Memorias de un alférez[/i] (1904). Las dos primeras han sido reeditadas recientemente por la Sedeculta y el Conaculta; las otras pueden leerse en la Biblioteca Virtual de Yucatán (www.bibliotecavirtualdeyucatan.com.mx). El año pasado se publicaron también [i]Uno de tantos[/i], novela breve de Ancona aparecida originalmente por entregas en el periódico [i]La Burla[/i] entre 1860 y 1861, y dos textos recuperados por su biógrafo Óscar García Solana: el drama en tres actos [i]Valentina[/i] (1858) y la novelita de juventud [i]Rosendo y Luisa o La recompensa de la virtud[/i] (1852).

Esta última y Uno de tantos merecen ser leídas –la segunda sobre todo– como un sabroso aperitivo de la obra narrativa que ha dado al escritor yucateco un lugar en las letras mexicanas del siglo XIX. Con ser obras de juventud, en [i]Rosendo y Luisa[/i] y [i]Uno de tantos[/i] –escritas cuando su autor tenía 15 y 23 años, respectivamente– se reúnen ingredientes que pueden hacerlas interesantes para el lector común y corriente del siglo XXI.

La primera, ciertamente, muestra a un narrador en ciernes que resuelve las situaciones con una truculencia que resta verosimilitud a su historia (improbables encuentros casuales, muertes intempestivas, cambios de parecer repentinos…) y fuertemente influido por el teatro y la narrativa románticos. La segunda pecaría por su evidente finalidad de criticar a los gachupines que venían a hacer la América en Yucatán y de denunciar la venta de indios mayas a Cuba, entre otras bonitas costumbres de la sociedad yucateca de la época. Ambas muestran, sin embargo, a un joven con indudable talento para el oficio, muy hábil en los diálogos y en la composición narrativa.

Estas cualidades, que son las que importarían a un estudioso de la literatura –como antecedente de las obras importantes de Ancona– no son las únicas que harían recomendables las novelitas mencionadas para un lector no especializado, sobre todo si es peninsular.

[i]Rosendo y Luisa[/i], con todo y sus defectillos, resulta atractiva por sus escenarios familiares: Santa Lucía, la Plaza Grande, el convento de Monjas, Sisal... Una Mérida oscura y de calles sin pavimentar, que se acostaba temprano y se llenaba de charcos y lodo con la lluvia; una ciudad que se circunscribía a lo que hoy llamamos centro histórico y que se recorría a pie o en calesa…

Para un lector contemporáneo resultarán igualmente interesantes las costumbres de entonces: los matrimonios arreglados, la comunicación amorosa que incluía el envío de recados y cartas, la sumisión de las hijas a la voluntad de los padres y la autoridad despótica de muchos de estos.

Algo del español de Yucatán también podrá encontrarse en los diálogos, aunque estos siguen más bien las convenciones del teatro de la época, en el cual se utilizaba el “vosotros”. Véase, por ejemplo, este pasaje, en que Luisa se dirige a Rosendo la noche en que se reencuentran: “(…) tengo que entregaros mi manuscrito que os dirá brevemente lo que haya acontecido desde el momento en que salisteis de casa aquel día fatal para nosotros que me quité de Mérida, hasta el día de hoy.”

Ya entrando en la composición literaria, llama la atención en [i]Rosendo y Luisa[/i] –tratándose de la obra de un muchachito de quince años– la utilización de una diversidad de recursos para hacer avanzar la narración: diálogos –principalmente–, un relato interpolado, cartas y recados. Es evidente que el joven Ancona devoraba los libros a su alcance y gustaba sobre todo del teatro.

Por su parte, Uno de tantos muestra a un autor mucho más dueño de sus recursos y con más lecturas. Su intención de denuncia, me parece, no estorba el relato, bien trabado, con mucho diálogo, y ameno de principio a fin. Hay ocho años de distancia entre ambas narraciones y Ancona ya no es el niño de [i]Rosendo y Luisa[/i], sino un joven literato que incluso se mofa de los escritores románticos.

Las costumbres presentadas aquí son los pingües negocios que hacían los españoles al casarse con yucatecas ricas y en el tráfico de indios mayas, la admiración de los yucatecos hacia todo lo extranjero (algo que no ha cambiado tanto), el cortejo, los duelos a pistola, los cambios de gobierno cada dos por tres…

En ambas novelitas resulta entretenida para un peninsular la identificación de rasgos característicos de nuestro español (en [i]Rosendo y Luisa[/i] se menciona la “escarpa”, en tanto que en [i]Uno de tantos[/i] se usa un par de veces el verbo “achocar”), así como elementos culturales típicos: el mecate como unidad de longitud, el chocolate en el desayuno y en la cena…

En fin, creo que bien vale la pena acercarse a estas dos narraciones que pueden ser una puerta para introducirse en el mundo literario de Eligio Ancona, personaje polifacético que ha dejado a Yucatán y el mundo una obra perdurable.

Eligio Ancona, recuperado por Óscar A. García Solana, [i]Rosendo y Luisa o La recompensa de la virtud[/i], Mérida, Sedeculta / Conaculta, 2015.
Eligio Ancona, [i]Uno de tantos[/i], Mérida, Sedeculta / Conaculta, 2015.

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Mérida, Yucatán


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