Del kínder a la universidad

Víctor Caballero Durán
La Jornada Maya

Al mirar atrás y hacer un recuento de mi trayecto educativo, recuerdo gratamente a mis maestros, a quienes a través de sus enseñanzas y ejemplos, dejaron una huella imborrable en mi formación. Todos, estoy seguro, tenemos fresco en los muros de la memoria a uno o más docentes que nos marcaron de manera positiva en la vida; ya sea por la dinámica de sus clases, su carácter estricto, su amplio conocimiento, sus anécdotas y, sobre todo, por sus sabios consejos. Un buen maestro es aquel que consigue que sus enseñanzas superen la barrera del tiempo. Una cualidad que uno va valorando en mayor medida con el paso del tiempo, cuando otoños después recuerdas -con cierta nostalgia- esa frase que enseña, ese ejemplo que demuestra, ese aprendizaje significativo. Ahí, en su trascendencia, es donde radica el alto valor de los buenos maestros. Maestros de excelencia como los que tenemos por miles en todos los municipios de Yucatán.

Así, sirva este ejercicio de memoria como un sencillo, pero muy cálido y sincero gesto de agradecimiento a todas aquellas maestras y maestros que recuerdo con aprecio, cariño y gratitud. A través de estas estampas, por medio de estas anécdotas, expreso mi más amplio reconocimiento a la incansable e invaluable labor magisterial en el estado. Una labor magistral, en toda la extensión de la palabra.

Lo reitero, Yucatán es tierra de maestros. Y sobre todo, Yucatán es tierra donde se reconoce y se trabaja hombro a hombro con los maestros.

Iniciemos este trayecto evocativo con la maestra Lili, quien estaba a cargo de las clases de canto en el jardín de niños Rodolfo Menéndez de la Peña. La recuerdo muy bien, porque en ese plantel había un piano de cola en la entrada principal. En ese espacio, ella nos reunía a la hora de clase, interpretaba canciones de Cri-Cri y todo el grupo la cantábamos a coro. Tiempo después, la maestra Lili, cuyo nombre completo era Ligia Cámara, alcanzó fama y reconocimiento a nivel nacional como destacada pianista, compositora y cantante. Una tarde, en un concierto la escuché cantar y no asocié, en un primer momento, que la famosa cantante era la misma persona que me dio clases de música en el kínder. Pero ella inmediatamente me reconoció como su alumno cuando me acerqué a saludarla. De mi maestra Lili aprendí que las maestras de preescolar tienen la memoria más nítida del mundo. Recuerdan los rostros de todos sus alumnos.

De primaria tengo muy presente al maestro Aurelio Chi Canul, de tercer año. Un profesor bajo de estatura, pero alto, muy alto, en conocimientos y exigencias. Me acuerdo que los compañeros que pasaban a cuarto grado, se acercaban y nos decían: “¡Maaa! Buena suerte con el maestro Aurelio, tiene su carácter”. Y aunque era estricto, muy estricto, a mí y a muchos de mis compañeros nos inculcó esos valores tan importantes para la vida como lo son la disciplina y el orden. Estoy seguro que muchas generaciones de alumnos lo recordamos gratamente. Del maestro Aurelio aprendí que con disciplina y orden se consiguen buenos resultados.

En secundaria, al docente que más recuerdo es el maestro Juan Granados, quien era uno de los responsables de la banda de guerra. Desde ese entonces me llamaba mucho la atención todo lo relacionado con desfiles cívicos, símbolos patrios, contingentes y la escolta; por todo ello, fue una decisión casi natural inscribirme y participar en las actividades de la banda escolar. Recuerdo que practicábamos, como mínimo, tres veces por semana por las tardes. Él me enseñó a tocar la caja y, sobre todo, me inculcó la disciplina de formar parte de un grupo; un grupo que acompaña a la bandera y que representa a toda una escuela. Del maestro Juan Granados aprendí a colaborar en equipo, una enseñanza que me ha permitido conformar grupos de trabajo en los que cada quien tenga la oportunidad de aportar lo mejor de sí mismos.

Ahora bien, continuando con este recorrido por mi formación académica les comparto que cursé mis estudios de bachillerato en la Prepa 1 de la UADY. De esa etapa escolar tengo muy presente a la profesora Ena Caballero, quien impartía la asignatura de etimologías. Y ciertamente, lo aprendido con la profesora Ena me permitió, tiempo después, una mejor y más rápida comprensión de los conceptos jurídicos al cursar la carrera de derecho. Y es que un amplio porcentaje de los términos propios de la jurisprudencia tienen su punto de origen en raíces griegas y latinas. En ese sentido, conocer el pasado de las palabras me permitió aplicarlas correctamente en mi futuro laboral. De mi maestra Ena aprendí a indagar en las raíces profundas del conocimiento.

En ese sentido, guardo como un tesoro invaluable las enseñanzas de mis maestros y maestras de educación básica y media superior. Una educación de calidad sólo es posible cuando se cuenta con docentes comprometidos y con verdadera vocación. Y por supuesto, ése es justamente el tipo de maestros con los que contamos en Yucatán.

Fernando Savater escribió: “Como educadores sólo podemos ser optimistas. La educación es un acto de coraje”. Y con el coraje de hacer bien las cosas, con el optimismo de saber que nuestra educación está en muy buenas manos, es como vamos a seguir construyendo, hombro a hombro con nuestros maestros, el futuro de Yucatán. Por ello, invito a niños, niñas, jóvenes, padres de familia, a que se sumen al reconocimiento que la Secretaria de Educación está realizando hacia la labor docente. Los invito a que, utilizando el hashtag #DeMiMaestroAprendí, nos compartan en redes sociales aquellas lecciones y consejos que los han marcado. Estoy seguro que nuestras maestras y maestros valorarán este pequeño detalle.

Muchas felicidades a quienes, todos los días, se adelantan al sol para formar a las nuevas generaciones de ciudadanos. ¡Estamos orgullosos de ustedes!

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Mérida, Yucatán
Lunes 16 de mayo, 2016