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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: tomada de la web
La Jornada Maya

Jueves 5 de mayo, 2016

En la península de Yucatán viven aproximadamente 10 mil estadunidenses. Sólo en Yucatán, 4 mil 500. Estas cifras podrían ser mucho más altas, ya que no existe un registro fidedigno, actualizado. Ni de las autoridades estadunidenses ni de las mexicanas. En nuestro estado, la comunidad norteamericana se concentra en el centro de la capital y en la costa. La mayoría son jubilados, que aquí encontraron un paraíso seguro, barato, cálido y hospitalario. También hay jóvenes profesionales, empleados en diversos sectores.

Son huéspedes activos, que se reúnen y hacen vida social. Los que moran en la costa han protagonizado campañas cívicas, de limpieza de playas y de apoyo a la comunidad local. Están interesados en nuestras costumbres y son respetuosos con las mismas. Tienen ansias de conocimiento, tanto de la actualidad como de la historia de su tierra adoptiva. Compran aquí. Contratan a arquitectos, a abogados de aquí. Consultan con médicos de aquí. Les gusta Yucatán. Y por eso han decidido quedarse, al igual que un gran número de canadienses, italianos y cubanos, quizás las comunidades de extranjeros más numerosas en Yucatán.

También hay sirios, venezolanos, argentinos, israelitas, brasileños, españoles, franceses… La mayoría aporta y enriquece, a diferencia de una minoría que viene a escondidas y a escondidas actúa; pero ese es otro tema, mucho más escabroso, más triste, más enfermizo.

A Yucatán se viene por gusto. De Yucatán se va por necesidad. Hace unos días se dio a conocer que durante el primer trimestre de este año los migrantes yucatecos radicados en Estados Unidos enviaron 32.8 millones de dólares en remesas para sus familias, cifra sólo superada por la inversión extranjera, según los más recientes datos del Banco de México. Las remesas de este primer trimestre fueron ligeramente superiores a las del mismo periodo del año pasado, cuando sumaron 32.5 millones de dólares. Presencias y ausencias que mueven la economía del estado. Un dínamo cargado de la energía de migrantes e inmigrantes.

Incluyo a estos dos grupos, tan disímiles, tan distantes, en el sentido metafórico y literal, por la coyuntura. Me gustaría pensar que entre las pocas coincidencias que hay, entre los que vienen y los que se van, está el repudio a Donald Trump. Por un lado, los ciudadanos estadunidenses que han elegido a Yucatán como segundo e, incluso, como primer hogar, son testigos de la hospitalidad de esta tierra y de sus habitantes. No somos los dealers, los violadores que señala con su discurso de odio el inminente candidato republicano.

Los yucatecos que, en contraste, emigran, demuestran que trabajan durísimo para apoyar a sus familias. Cada dólar que envían cambia la dinámica de la población que se vieron obligados a abandonar. Esas remesas son semillas de su trabajo, que con generosidad plantan en la tierra en la que no encontraron oportunidades. Aquí germinará y florecerá. Y de ese fruto se beneficiarán sus hijos, esos a los que abandonaron para garantizarles el futuro.

Y es precisamente ese dinero el que pretende confiscar Trump para construir ese anacrónico muro que a muchos de sus compatriotas hace suspirar de emoción. Un muro soñado, erigido con pesados bloques de intolerancia e ignorancia. Aquí hay que decirlo claro: Trump no es un fenómeno mediático, sino social. Avanza a paso firme en las primarias de su partido no porque sea un producto televisivo, una bizarra estrella de reality show, sino porque cientos de miles de estadunidenses lo apoyan y, junto con él, corean ese enardecido mensaje xenófobo. Apenas anteayer, el magnate rubricó la candidatura, con la renuncia de la contienda interna del proceso republicano de Ted Cruz. Asimismo, se dio a conocer una encuesta en la que se revela que, si las elecciones presidenciales de Estados Unidos fueran hoy, Trump aventajaría por tres puntos a Hillary Clinton. Para quitar el sueño.

¿Sabes qué me encantaría? Ver una marcha de estadunidenses en Mérida manifestándose contra la verborrea de odio de su compatriota Trump. Si no lo han hecho temiendo el artículo 33 de la Constitución, ese que se esgrime para espantarlos en muchas ocasiones, hay que decirles que sólo aplica en cuestiones de política mexicana. Con una muestra de solidaridad de ese tipo, si de mí dependiera, les expediría de inmediato su pasaporte yucateco.

¿Sabes también qué me encantaría? Que nuestros gobernantes, empezando por el presidente Enrique Peña Nieto, respondieran a todos esos señalamientos que nos denigran como país, como mexicanos. Sin embargo, y como ya se ha señalado, paradójicamente es Trump uno de los aliados más providenciales del actual gobierno federal, ya que en él se descarga la ira y la indignación de un pueblo que debería clamar por las injusticias que se registran dentro de sus fronteras. Además, bien sabe Peña Nieto que cualquier crítica al republicano tendrá respuesta de energúmeno. Y ahí Trump tendría de dónde elegir dardos. Un bufé, una barra libre. Saldría perdiendo el presidente mexicano. Lamentablemente, quien debiera ser el defensor del país, al parecer, carece de calidad moral para hacerlo.

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[b]Mérida, Yucatán[/b]


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