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Pablo A. Cicero Alonzo
La Jornada Maya

Miércoles 20 de abril, 2016

Me llama Genny Estrella Vitorín y tiene 30 años. Trabaja como encargada del restaurante del hotel North Cliff, de Fort Bragg, California. Llegó ahí cuando sólo tenía 13 años. Desde entonces, no ha regresado a la ciudad en la que nació. Eso la entristece. Y mucho.

Genny Estrella es originaria de Peto, y cruzó el Río Grande guiada por un pollero, de esos que cobran caro la búsqueda de ese evasivo sueño. Su primera y, hasta ahora, única parada es la ciudad en la que desde hace 17 años trabaja y vive. En otro sitio, la tristeza de no poder regresar a casa sería mucho mayor.

Muy cerca de Fort Bragg hay una playa que en lugar de arena tiene cristales; pequeños, multicolores, redondeados, ásperos, que maravillan en lugar de herir. Esta playa está rodeada de acantilados, de imposibles rocas que descansan en el horizonte.

Fort Bragg igual destaca por su cerveza artesanal Anderson Valley Barney, considerada una de las 10 mejores de Estados Unidos, y por su pujante comunidad migrante, conformada por cientos de hombres y mujeres de Yucatán. De Peto, específicamente. Como Genny Estrella. Ella se casó con un joven que conoció ahí, en Fort Bragg, con quien comparte origen —también es de Peto— y destino. Bienvenido a Petotown. Tiene una población de unas mil 200 personas; 500 tienen raíces aquí, en el Mayab.

La vida es difícil. Hay que romperse el lomo para comer. Pero hay trabajo. Genny Estrella, como los cientos de petuleños que viven en Fort Bragg, se enfrenta a situaciones complicadas. Ella, por ejemplo, tiene que soportar a turistas que en sus maletas empacan prejuicios racistas. Incluso, mexicanos que son más Trump que Trump, no le dirigen la palabra ni la mirada. Como si no existiera.

Pero qué importa. En Fort Bragg los sueños pueden convertirse en realidad. Los dos mejores restaurantes, Silver’s at the Warhf y Point Noyo, son propiedad de migrantes de Yucatán. De Peto, específicamente. Silver Canul, Juan Pablo Canul y Javier Pérez son los propietarios de esos sitios, que sirven platillos típicos californianos de mariscos. ¿Pica?, le preguntan a los meseros los comensales sobre la hombría del habanero. Sólo un poquito, a little bit, responden. Una dulce venganza de Moctezuma, que no se digiere tan mal por lo sabrosa que está la comida.

Recorres en automóvil el trayecto que une a Peto con Teabo en 40 minutos. De Mérida a Cancún, en tres horas y media, un tiempo similar al que se haría manejando de Fort Bragg a San Francisco. Pero ambas ciudades californianas están más lejos de lo que uno se puede imaginar. Tan lejos como pueden estar la vida y la muerte; tan distantes como Genny Estrella Vitorín de Luis Demetrio Góngora Pat. Este migrante originario de Teabo murió en San Francisco. Siete disparos, siete, le quitaron la vida. Luis Demetrio era indigente… Como miles de personas que viven en San Francisco.

En Union Square, la zona comercial más conocida de San Francisco, deambulan decenas de homeless, como el migrante de Teabo; zombies de ese capitalismo suicida, inmisericorde. Ahí, una mujer de edad indefinida, aunque no anciana, con el rostro pintarreajedo —”no como si fuera payasita, sino como cuando se maquillan las niñas, jugando ya a ser mayores…”, nos describen— y las medias rotas, porta todas sus pertenencias en una pequeña mochila. Monologuistas esquizoides, extraviados de la realidad, que recitan, como un mantra, sus tragedias. Cazadores de sombras. Abuelas encorvadas, adolescentes adictos a quién-sabe-qué-tipo-de-droga… Gente muerta en vida, ciudadanos del Armagedón, como lo era Luis Demetrio, quien por blandir un cuchillo de cocina fue sentenciado a muerte por el sargento Nate Steger y el oficial Michael Mellone. Quién sabe. Tal vez en el aguijón de esos siete tiros halló más paz que en la dura vida a la intemperie.

En San Francisco hay 7 mil indigentes, 3 mil de los cuales viven permanentemente en la calle. En todo el condado en el que se encuentra ubicado Fort Bragg hay 7 mil 200 habitantes, casi el mismo número de los sin techo de San Francisco. “La ciudad se está convirtiendo en una villa miseria y, lo peor de todo, es insegura”, alertó, en una ocasión, el joven programador y emprendedor Justin Keller al alcalde Ed Lee.

Estos náufragos del mercado están a la deriva en la segunda ciudad más cara para vivir de Estados Unidos, únicamente después que Nueva York. En la meca de las startups, en el epicentro del Silicon Valley, en promedio, una taza de café cuesta seis dólares, la renta es de casi 3 mil dólares al mes, y el precio de un hogar asciende a 820 mil dólares. A Luis Demetrio no sólo lo mataron las balas de los policías, sino la vorágine de ese sueño americano que nunca fue. A sólo tres horas y media, en Fort Bragg, Genny Estrella cuenta otra historia, arropada por los recuerdos y sus compatriotas.

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[b]Mérida, Yucatán[/b]


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