Para los antiguos mayas, cuando el Sol -señor del día y de la noche- bajaba al inframundo, el jaguar se introducía en la Tierra para recorrer sus niveles hasta que amaneciera. En maya se denomina balam, en nahua océlotl y fue uno de los animales más importantes dentro de la cosmovisión prehispánica, junto con el águila y la serpiente. Desde tiempos muy remotos los olmecas representaban hombres con rasgos de felinos. Siglos después, en Teotihuacán, este animal fue un motivo muy común en la decoración y en la escultura.
El jaguar, por sus características físicas de piel manchada, era un símil de la bóveda celeste, las manchas representaban las estrellas y por sus hábitos nocturnos de cacería, simbolizaba la noche, el mundo obscuro, el inframundo; pero, sobre todo, era el doble (nagual) por excelencia de los gobernantes o sacerdotes, así como de los hombres vinculados a lo sobrenatural, como los hechiceros.
En el ámbito divino se le relacionaba con Tezcatlipoca ya que en los mitos de creación este numen fue el primer Sol, que -al ser desplazado por Quetzalcóatl- se convirtió en jaguar. Entre los antiguos nahuas al jaguar se le conoció también como tepeyollotli, corazón del monte; esta designación describe su habitad, lugares boscosos y madrigueras que asemejan entradas al inframundo. Asimismo, su instinto de acechar a su presa, camuflajeado por su piel, fueron elementos de admiración y temor que hicieron suyas las órdenes guerreras para representarse con estos atributos en pinturas y bajorrelieves en el mundo maya. En estas latitudes, es común encontrarse con los tronos de jaguar, asiento del gobernante, punto en donde confluye el arriba y el bajo, símbolo de poder por excelencia.
Edición: Laura Espejo
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