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del

Tabacón B. Linus
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Lunes 18 de abril, 2016

Pocas fábulas orientales han sido tan manoseadas como la de tirar la vaca al barranco. Ha sido usada en los peores y más baratos libros de auto-superación. El libro más simplón de éxito empresarial la cita. Vamos, hasta Miguel Ángel Cornejo la refiere.

El cuento, para quien no lo conozca y tenga el morbo de conocerlo, va más o menos así. Un viejo sabio acompañado de su discípulo, caminando por un bosque encuentra -a la orilla de un barranco- una casa muy humilde y deciden tocar a la puerta para conocer a quienes la habitan. El sabio confirma que en la casa vive una familia muy pobre y se entera que sobreviven en el lugar gracias a una vaca. Sí, una sola vaca que les proporciona leche con la cual producen queso y mantequilla en cantidades ínfimas; sin embargo logran sobrevivir vendiéndola en el poblado más cercano. La familia los invita a pasar la noche y comparte con ellos sus magros alimentos. En la noche, el sabio se despierta y le ordena a su discípulo buscar la vaca que sostiene a la familia y tirarla al barranco. El alumno se aterra de la orden. Matar la vaca es quitarle el sustento a una familia muy pobre que, además, los ha recibido como sus huéspedes. En cualquier caso cumple con la orden.

Años después, el alumno todavía atormentado por lo que hizo, regresa a buscar la humilde choza, y pensando encontrarla abandonada o a la familia en una situación desesperada, descubre –para su asombro- todo lo contrario. La familia ha prosperado, la humilde casucha es ahora una hermosa y amplia casa. Cuando murió la vaca la familia descubrió que el bosque estaba lleno de maderas preciosas, que el terreno al pie del barranco era ideal para cultivo de flores y otras cosas más, y concentrando sus esfuerzos en nuevas alternativas, habían prosperado. La muerte de la vaca había sido un regalo del cielo.

Esa parábola que tanto se usa en el mundo empresarial y de auto-ayuda, aplica de forma más radical a la política pública y a la política social. Cuántas familias viven de la vaquita del gobierno, los subsidios y el grupo político que los regentea, y se quedan en la pobreza viviendo de la vaquita. En realidad, podrían tirar la vaca al barranco –partidos políticos, grupos de interés, el régimen entero- y descubrir nuevos horizontes.

Chichén Itzá es lo mismo. Ya le ratificaron el estatus de Nueva Maravilla del Mundo, entonces que siga el cochinero y el desorden, la misma vaquita de los pocos turistas que generan una derrama ridícula comparada con lo que se podría generar. Que sigan los mismos ambulantes, nada más que en un nuevo y simulado orden, porque con la misma vaquita de sindicatos y mafias de “dizque” artesanos, Chichén sigue dando para que muchos sigan en la pobreza sin futuro, pero no caigan en la miseria abyecta y revoltosa. Que en Chichén sigamos con el parador que ya no da más, con las taquillas dobles, con el monopolio de turisteros que llevan a los visitantes al sitio arqueológico a la peor hora del día, después de escalas en restaurantes malos, que ellos controlan y que les pagan comisión. Que siga la vaquita de un viaje de seis horas, con tres paradas en restaurantes y tiendas de artesanías y sólo 45 minutos para ver Chichén a las carreras. Que siga esa vaquita que hace que Chichén Itzá nos dé para medio seguir atrayendo turismo, que hace que el INAH viva entre la espada y la pared, además de ser el blanco de los ataques de quienes quieren que sólo vivamos de esa vaca, la que ellos piensan ordeñar al máximo.

¿Y por qué no tiramos la vaca al barranco? Sacamos a los ambulantes, a todos. Se construye un parador moderno y se acaba con el monopolio de familias –algunas aristocráticas, otras más mundanas- en venta de aguas y “artesanías” producidas en serie. ¿Por qué no matamos a la vaquita de tantos intereses creados y nos decidimos a que Chichén Itzá sea refundada en busca de nuevos horizontes? ¿Por qué no se expropian las mil 500 hectáreas que de verdad permitirían reordenar Chichén y tener un desarrollo digno y sustentable, y nos dejamos de bromas de 80 hectáreas propiedad del gobierno estatal? Todos sabemos en esta historia quién debería ser el sabio que ordene tirar la vaca al barranco y quién el alumno que la tire. Es cosa de sabiduría y valor.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
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