Olga Moguel Pereyra
Foto: Jesús Eduardo López
La Jornada Maya
13 de abril, 2016
[i]“Fuimos nacidos hijos de los días porque cada día tiene una historia y nosotros somos la historia que vivimos. Yo creo, como los mayas, que somos hijos de los días y, por lo [/i][i]tanto, estamos hechos de átomos, pero también de historias.” [/i]Eduardo Galeano
Entre lo maya, Yucatán y Galeano hay hilos inspiradores, algunos evidentes, otros sutiles, siempre persistentes.
Hijo del día, un 13 de abril Galeano nació a otra forma, inauguró otra memoria; aunque nos contó una historia que no hubiéramos querido conocer, la de su muerte.
Hijo también de un día 13 de abril, un suceso cargado de significaciones tuvo lugar en el Mayab, como el mismo Galeano lo relata en su texto [i]No supimos verte[/i] de su libro [i]Los Hijos de los Días[/i]:
“En el año de 2009, en el atrio del convento de Maní de Yucatán, cuarenta y dos frailes franciscanos cumplieron una ceremonia de desagravio a la cultura indígena: -Pedimos perdón al pueblo maya por no haber entendido su cosmovisión, su religión; por negar sus divinidades; por no haber respetado su cultura,... -Cuatro siglos y medio antes, en ese mismo lugar, otro fraile franciscano, Diego de Landa, había quemado los libros mayas que guardaban ocho siglos de memoria colectiva” y códices, figuras, altares, vasijas y hasta muchos indios juzgados por herejía, con sus hondos saberes, todos fueron destruidos.
Esa ceremonia se realizó dos días después de la partida de Galeano de Yucatán; yo le había hecho extensiva la invitación a asistir y le interesó mucho, pero no pudo modificar su itinerario, así que semanas después le envié el conmovedor texto redactado por los franciscanos, fragmento que integra el volumen y uno de los relatos que él mismo leyó durante la primera presentación pública del libro, en el Teatro Solís de Montevideo, en abril de 2012. Por cierto, aquel grupo de franciscanos estaba encabezado por Fray Tomás González, hoy en la cruzada defensora de migrantes desde el Albergue La 72, en Tenosique y figura destacada en el campo de los Derechos Humanos en nuestro país.
El epígrafe, así como el propio título, de su libro [i]Los hijos de los Días[/i]: “Y los días se echaron a caminar./ Y ellos, los días, nos hicieron./ Y así fuimos nacidos nosotros,/ los hijos de los días, los averiguadores,/ los buscadores de la vida ([i]El Génesis[/i], según los mayas)” son otras señales de cuan impregnado estaba Eduardo Galeano de la cosmovisión maya. Con un guiño pícaro, le gustaba decir que “podría deducirse que Einstein era maya...sin saberlo, ya que la ciencia terminó confirmando que el tiempo funda el espacio”
En otros cruces Galeano-Yucatán se encuentran trozos de historia, evocaciones legendarias o referencias del sentir, tal como se revela en su visión 1562. Maní: se equivoca el fuego en Los nacimientos/Memoria del fuego o El tiempo anunciado del 31 de julio de Los hijos de los días, o Endemoniados, o Matando bosques murieron o Tu pasado te condena en espejos, entre otros.
Mucho puede decirse, en realidad, mucho más debe decirse sobre Eduardo Galeano y su espléndida herencia como periodista, como ensayista, crítico, investigador, como creador literario y, germinando en acciones y palabras, su congruencia, la aguda inteligencia, sus pasiones, desde el ejercicio de la memoria crítica hasta el futbol; la capacidad de escuchar y de desnudar paradojas, su espíritu chispeante, gozoso de tanto, curioso por todo, con la opción indeclinable y reiterada de estar del lado de Los Nadie, de los indignados, de la dignidad.
Tengo una tristeza insumisa, profunda, y mi bálsamo es el recuerdo de los momentos compartidos con él y con su luminosa Helena en Yucatán y en Montevideo, sus cartas y cada uno de sus libros, llenos de palabras-faro. Recuerdo bálsamo y también trampolín.
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