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Texto y foto: Ricardo E. Tatto
La Jornada Maya

5 de abril, 2016

En el piso cuatro del Gran Museo del Mundo Maya se alberga la exposición [i]Yucatecología aplicada[/i], de Samuel Barrera. La muestra inaugurada hace un par de meses concluye el próximo domingo 10 de abril, por lo que me propuse visitarla. Consistente en 15 piezas pictóricas, la exhibición da cuenta del imaginario fantástico de su autor, que abreva de la mitología y cosmogonía maya en sincretismo con otras culturas del mundo.

Algunas de sus pinturas tienen elementos propios de la flora regional, donde flores y frutos se imbrican orgánicamente dentro de la composición, de tal manera que los flamboyanes, el henequén, la pitahaya y el diente de león aparecen como protagonistas de los lienzos o simplemente como fondo de los mismos, indistintamente. Mención aparte merece el chile habanero dentro de su iconografía, ya que es característico de la producción de Barrera –no por nada ganó el 1er lugar en el Concurso de Pintura de la 6ta Convención Mundial del Chile en 2009-. Los chiles, tanto habanero como xcatic (chile dulce), juegan una parte primordial dentro de la fantasía lúdica de lo yucateco representado en sus pinturas, ya que sirven como vehículo de transporte para aluxes (o duendes): el chile como nave espacial, globo aerostático, helicóptero o carroza. En el caso particular del “habanóptero”, llama la atención que esté influenciado sin duda por el futurista diseño de Da Vinci.

Por otro lado, ciertos marcos se destacan al ser de herrería artística, tal es el caso del díptico donde aparecen un par de tortugas. Los marcos tienen forma de semicírculo y el acabado es rústico, pues el óxido natural les otorga un aire antiguo. Ambas se contraponen en su paleta de colores: una es fría y la otra es cálida. Sus caparazones son lienzos en sí mismos, con diseños que parecen relieves, lo cual les da profundidad compositiva a las pinturas que, en general, a lo largo de toda la muestra carecen de perspectiva, con planos bidimensionales que a través de estos detalles parecen cobrar vida. En otras los marcos fungen como recursos expresivos al dejar de ser meramente decorativos para ser las obras en sí mismas, esculpidas en formatos únicos e inusuales. Como ejemplo, uno redondo de madera que pretende ser un símil del arte sacro en conjunción con lo gráfico, donde el sol y la luna aparecen como iconos religiosos, parados sobre un chile xcatic muy similar a los cuernos lunares del ayate guadalupano de Juan Diego. A la par hay lienzos montados en bastidores de formas caprichosas, como la silueta de dos personas o en un hexágono perfecto cuyos motivos también son geométricos.

Asimismo, en diversas piezas puede constatarse la presencia del viento, dando la sensación de movimiento producto de la brisa ya que -al margen de los transportes aéreos antes mencionados- se vale de recursos gráficos como velas marítimas, banderas, papalotes, nubes y grácil vegetación para dar tal efecto. Hay dos de gran formato donde elementos simbólicos y mitológicos están presentes, ya que asemejan códices mayas, en los cuales una especie de hipogrifo y un Chac Mol se encuentran sobre una profusión de tonos cálidos en contraste con los fondos que asemejan un soporte pictórico de piedra, como emulando los murales prehispánicos. En ellos se pueden encontrar tópicos pertenecientes a otras culturas ancestrales, como la babilónica y la egipcia, en combinación con glifos de números mayas.

Todos los temas en su obra remiten a lo fantástico mexicano y al surrealismo propio del sureste, en una evidente búsqueda de identidad, al presentar el imaginario popular yucateco sin caer en el manido costumbrismo, trampa fácil en la cual han sucumbido gran parte de los pintores locales. Por ello es de reconocer que Samuel Barrera -quien se define orgullosamente como autodidacta- en sus viajes por el mundo haya incorporado una amplia cultura visual a su impronta personal, pero sin dejar de lado lo propio, encontrando alternativas originales para mostrar tales influencias tanto hacia dentro como hacia fuera, en franca tendencia de lo global a lo local, dándole a su obra un carácter universal: justo como debe ser el arte sin importar la geografía donde se ubique.

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