de

del

Gastón Ramírez Cuevas
Foto: Notimex
La Jornada Maya

29 de marzo, 2016

Toros: Seis de Domingo Hernández y uno de Garcigrande (tercero bis), desiguales en presentación y juego. El mejor fue el segundo de la tarde, que embistió con cierta alegría y nobleza. El tercero fue devuelto a los corrales por inválido y el cuarto tuvo que ser despachado por el puntillero de la plaza después de que a Morante le pitaron los tres avisos.

Toreros: Morante de la Puebla, al que abrió plaza lo despachó de una entera: palmas. El segundo de su lote se le fue vivo después de una casi entera muy defectuosa e incontables golpes de descabello: al tercio con fuerte división de opiniones.

José María Manzanares, al segundo de la tarde lo mató de una casi entera un poco contraria: leves palmas. Al quinto se lo quitó de enfrente con una estocada entera bastante trasera: silencio.

Alejandro Talavante, al tercero bis lo pasaportó de gran estocada entera, haciendo la suerte con reposo y temple: oreja. Al que cerró plaza lo pinchó una vez y luego le asestó una entera tendida y trasera; al tercio.

Entrada: lleno hasta la bandera.

Incidencias: Antonio Jiménez [i]El Lili[/i], banderillero de la cuadrilla de Morante, fue herido en el muslo izquierdo al salir del tercer par durante la vida del cuarto de la tarde.  

Mucho se hablará de la corrida del domingo por el hecho de que a Morante le sonaron los tres avisos cuando falló de manera estrepitosa con los aceros en el cuarto del festejo, pero aun así fue sacado a saludar en el tercio por gran parte de la afición sevillana. La gente no olvidará fácilmente la faena a ese toro de Domingo Hernández, ya que nadie esperaba nada de un animal débil y carente de bravura. Pero para eso existen diestros como el de La Puebla del Río. Morante ya había demostrado que venía con ganas de triunfar en ese segundo de su lote. El quite por dos verónicas y una media fue extraordinario. Luego, a base de buscarle las cosquillas al estado y de ajustarse como pocos, José Antonio Morante Camacho dio un recital de bien torear. Estuvo colosal en las cortas tandas (por las condiciones del bicho) de muletazos por ambos pitones. El temple, que equivale al poder, estuvo presente en todo momento. Ahí quedan dos naturales largos y pasándose al morlaco en la faja. Otro momento grande fue cuando para abrochar el trasteo Morante instrumentó dos ayudados por alto que pusieron a la gente de pie.  

El toro se le pasó de faena y se rajó, huyendo hacia la querencia. El carismático torero tardó mucho en tirarse a matar y ya le habían sonado un aviso antes de dejar un espadazo que no hizo efectos. Con el estoque adentro, el animal nunca se dejó descabellar y Morante se desesperó bien y bonito.

Así le cayeron encima los otros dos recados del biombo, y cabizbajo y triste el torero se fue al burladero de matadores mientras unos le pitaban con ganas y muchos le aplaudían con fuerza. Ahí reside la grandeza de toreros con personalidad, en levantar pasiones y emocionar al tendido. La salida al tercio entre una tremebunda división de opiniones fue digna de una estampa antigua. No hay mucho que decir de lo hecho por el primer espada en el que abrió plaza. Salvo un par de lances a la verónica, nada pudo hacer Morante ante el peor cuadrúpedo de la corrida, un rumiante débil y soso.

Pasemos ahora a comentar la labor de José Mari Manzanares. Pues bien, este muchacho anda un poco perdido. No diremos que le tocaron dos toros de bandera, pero sí que sus enemigos se dejaron meter mano, especialmente el primero de su lote, un bicho que pedía a gritos una muleta mandona y templada. El trasteo muletero del consentido del público hispalense careció de limpieza y de ajuste. Pasándose al toro muy prudente distancia y reponiendo mucho el terreno, el coleta no logró ni una tanda digna. Algo similar ocurriría en el quinto, en el que Manzanares anduvo zaragatero y fuera de cacho. ¡Lástima! Ojalá José Mari vuelva pronto por sus fueros.

Talavante cortó la única oreja del festejo. El tercero bis, como dicen ahora, colaboró en cierta medida. A la faena le faltó reposo, pero a la hora de matar Talavante ejecutó la suerte suprema como Dios manda, tirándose con verdad y muy lentamente. La gente pidió una oreja que fue concedida. En el último toro, un cornúpeta deslucido y de regular estilo, el torero extremeño se arrimó con poca elegancia y sin mandar jamás. Pero el público sevillano ya no es el de antes y abundan los villamelones que todo aplauden y todo alaban. Afortunadamente Talavante pinchó y eso nos evitó el bochornoso espectáculo de una o dos orejas de pueblo.

Finalizo citando al escritor de Rota, Felipe Benítez Reyes: “por más vueltas que se le quiera dar, el toreo ha de tener algo que se suele expresar a través de una sinestesia: sabor.” Y en el primer festejo de la temporada taurina de Sevilla, ese sabor lo puso Morante.

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