Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Ap
La Jornada Maya
7 de marzo, 2016
El espectáculo de burlesque en el que se ha convertido la campaña interna del Partido Republicano estadounidense llegó a su clímax —ese es el término apropiado— cuando en el debate irrumpió el pene de Donald Trump. Sí, su pene. Uno de sus rivales, Marco Rubio, en el fragor de ese ridículo proceso primario, hizo burla en un debate de las pequeñas manos de Trump. El magnate mide 1.86 metros, y, efectivamente, tiene unas pequeñas manitas de lechón. Esa desproporción, consideró Rubio, podría ser evidencia de un problema de tamaño en otra parte del cuerpo. Trump, herido en su hombría, reaccionó como onanista adolescente, agitando las manos en otro debate. “Mírenlas, ¿son pequeñas?”, clamó Trump mostrándolas. “Mi oponente dijo que si mis manos son pequeñas algo más podría ser pequeño, pero les garantizo que no hay problema con eso, se los garantizo”, enfatizó.
Algo parecido sucedió meses atrás, cuando el tema a debatir era el gallináceo cabello del empresario; él, para demostrar que era real y no un peluquín, le pidió a una conductora que diera fe de ello. ¿Le pedirá lo mismo a Rubio? Así, el pene de Trump se ha convertido en el protagonista de este decadente circo. Y no sólo por la mención de su contrincante; también se ha hecho famoso un dibujo con colores pastel, realizado por Illma Gore, del precandidato republicano desnudo exhibiendo un micropene. “No tengo nada pequeño”, ha reiterado Trump, poniendo en duda si se refiere a su miembro o a su cerebro.
Pero ¿cómo se ha puesto sobre la mesa de debate esta insignificancia? Y lo digo, que conste, por lo banal del tema. Habría que remontarnos tres décadas, cuando Graydon Carter, periodista de la revista Spy, publicó que Trump era un “vulgar de dedos cortos”. Carter es ahora editor de [i]Vanity Fair[/i], y desempolvó uno de los peores insultos que se le puede hacer a un neandertal cuando Trump se tomó la delantera en las encuestas. Rubio, cansado de que el puntero se mofara de él por su estatura, hizo propia la afrenta de Carter para restregársela al candidato “buleador”. “Chaparro”, le dijo Trump a Rubio; “Manitas”, le respondió. A este paso, cuando los estadounidenses ya nos demostraron que no se puede caer más bajo, el verdadero rival a vencer de Trump no serán sus rivales republicanos, sino el “negro del Whatsapp”, ese mitológico mandingo omnipresente en todos los grupos de chats de esa aplicación, tal vez uno de los personajes más célebres de esta hueca realidad. Así las cosas, una vergüenza internacional; un lastimero show: a eso se ha reducido el proceso democrático de la nación más poderosa del mundo. Y es algo que tenemos que tomar en serio: Trump tiene el apoyo de un amplio sector de sus compatriotas; hasta el momento, ha recolectado la simpatía de tres millones de personas…
Y sigue sumando. Esto quiere decir que hay una legión de estadounidenses que están de acuerdo con la construcción de un muro en la frontera con nuestro país, que ven a los mexicanos como una amenaza, que piensan que somos violadores y ladrones; que están de acuerdo con restringir la libertad de prensa y con invadir a Irán. Trump hace que personajes del tipo Vicente Fox estén a la altura de Churchill, que parezcan estadistas… Por cierto, también el tamaño del miembro del ex presidente mexicano se convirtió en tema de campaña, cuando en el círculo rojo trascendió la versión que un supuesto infantilismo —vaya, que la tenía subdesarrollada, como la economía del país— había sido la causa de la nulidad eclesiástica del primer matrimonio del guanajuatense. Vemos así como la dictadura del espectáculo, la tiranía del chismorreo tiene un peso determinante y marca la agenda, en donde el morbo hace a un lado lo importante y lo sepulta en temas tan insulsos como quién la tiene más grande.
No, no te rías. El ganador de esta guerra de lodo podrá apretar un botón rojo capaz de destruir la Tierra cientos de veces. También, en sus manos —tal vez regordetas, chiquititas— tendrá el futuro de millones de inmigrantes, entre ellos casi doscientos mil yucatecos, que mandan millones de pesos a sus familiares que se quedaron aquí. No hay que minimizar este surrealista escenario, ya que alrededor del tamaño del pene de Trump orbita el futuro. Así es la democracia del nuevo Imperio, de la Roma actual, que presume de sus libertades y que se ostenta como árbitro moral del mundo; una nación racista y machista, que irónicamente tiene a un afroamericano como presidente —Obama: él sí que se está riendo del minúsculo debate de los republicanos— y una posible candidata a sucederlo. Estos idus de marzo nos demuestran lo idos que están los estadounidense, más pendientes de cuestiones fisiológicas que de su porvenir, que pinta complicado con esas pobres, mínimas opciones.
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