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Saúl I. Hernández*
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

28 de enero, 2016

La semana pasada estuve por primera vez en la blanca Mérida y sus alrededores. Era tanta mi curiosidad y expectativa acerca de lo que iba a ver y oler en la mítica Península. Fueron días recorriendo calles, pueblos y playas. Once días respirando el hegemónico concepto de lo que significa ser maya. Sin embargo, sale sobrando hablar de las tan conocidas ruinas de Chiche Itzá y Uxmal, por ello, solo me quiero centrar en los primeros dos días de mi estancia, en los detalles particulares y relevantes que un simple viajero como yo encontró. Encontré dos grandes elefantes.

El primer Elefante en Mérida. La esquina de “El Elefante” se encuentra en las calles 46 y 65 y fue llamada así por el paquidermo de metal que el dueño de la casa de esa esquina decidió poner justo arriba, ahora se le ve viejo por el evidente paso del tiempo. Pero no es de extrañar, ya que si algo caracteriza al centro histórico meridano son algunas esquinas con nombres de animales. Cabe señalar, que este particular descubrimiento fue en el primer día de visita del largo recorrido.

Por otra parte, el segundo día decidí conocer el “Gran Museo de la Cultura Maya”, así que tuve que dirigirme a la calle 60 norte para encontrarme con ese prometedor repositorio de bellezas extraordinarias, de otro mundo –como algunos han sugerido-. Bajé del transporte público y lo primero que vi fue una gran construcción arquitectónica, espectacular, que de inmediato me recordó “El Nido del Pájaro”, aquel mítico estadio de los juegos olímpicos de Beijing 2008, con la diferencia que este está pintado con una gama de colores verdes, ahí inmóvil construido en las alturas como en una especie de Olimpo maya. Antes de entrar, pensaba que aquel museo estaba haciendo honor con su grandeza a esa misma magnificencia de la cultura maya pero poco a poco, esa sugerida grandeza se fue perdiendo.

A manera de diario de viajero, narraré un poco de los detalles con los que me encontré. En la taquilla, la cordialidad que caracteriza a los meridanos, y yo aprovechándome de los beneficios de ser un estudiante eterno ingresé de forma libre a ver los que estaba expuesto. Ya dentro, lo primero con lo que me encontré fue con un audiovisual que contaba todos aquellos hechos que modificaron la vida cotidiana de los habitantes de la Península con el impacto del meteorito, los dinosaurios y su extinción. De inmediato me emocioné, ya que esa introducción me llevaría a entender la evolución geológica, cultural, social y religiosa de los habitantes de la península de Yucatán, pensaba que no podía haber mejor forma de hacerlo, definitivamente, los museógrafos hicieron muy bien su trabajo. Sin embargo, -aunque me he proclamado fan de Darwin- me encontré con una primera sala de la evolución geológica en la tierra y de las especies; falsos fósiles de dinosaurios de los que no recuerdo ni siquiera de cuáles especies eran y unos atiborrados muros con fotografías de especies mitológicas griegas y por si fuera poco, unos jarrones chinos, seguro que todos esos elementos me explicarían claramente la grandeza de la cultura maya.

La segunda sala no fue menos decepcionante, se me explicó que el recorrido comenzaría, de lo contemporáneo hasta los orígenes de los mayas en aquellas tierras. Esa segunda estancia trataba –y digo trataba- de explicar sobre lo viva que la cultura maya permanecía en los territorios yucatecos. Pero nada me explicaron, ni un montón de fotografías y unos trajes típicos mal expuestos, ni tampoco la riqueza de su gastronomía, o a usted querido lector ¿le explica algo una vasija con unos panuchos falsos?, yo creo que no. Y como seguía avanzando el recorrido con ese cliché de lo más actual a lo más antiguo, tuve que recetarme la conquista con un audiovisual con el trillado discurso de “somos víctimas” de los peligrosos españoles. No se resaltó en ningún momento el legado cultural que se dio entre esas dos grandes civilizaciones. Lo mismo pasó con el recorrido por el difícil siglo XIX. Pensaba que no había sido políticamente correcto hablar sin tapujos de la Guerra de Castas, desconocida en el resto de la República Mexicana. Caminaba por esas grandes salas llenas de espacios y muros repletos de vacíos históricos.

El agobio y la decepción se iban incrementando y solo esperaba llegar al final donde me mostrarían aquello que todas nuestras mentes occidentales nos gusta ver, las ruinas de lo que fue, el legado del indígena muerto, del indígena maya. Lo que se pudo observar no fue eso que los viajeros curiosos aficionados a los museos nos gusta encontrar, piezas únicas y originales que expliquen de algún modo como fue aquello. Por el contrario, los espacios vacíos prevalecieron, y si las piezas no decían nada, mucho menos lo hicieron las cédulas. Por otro lado, tengo que señalar que lo más rescatable del recorrido fueron las explicaciones audiovisuales, que más o menos se acercaron a ofrecer al espectador una aproximación a la grandeza de la cultura maya.

Terminado el recorrido solo faltaba ver unas fotos de los puntos turísticos más representativos de Yucatán, y que se quedaban solo en eso, en unas fotografías de aficionado, panorámicas y “bonitas” como para adornar una buena agencia de viajes. Eso fue lo más decepcionante, ya que el nido del pájaro verde se veía en las alturas, ahí donde pensaba que estaría albergada la muestra de la grandeza de la cultura maya. Mi sorpresa fue que me dijeron que se utiliza por oficinas y unas salas de cine. Burocracia y Hollywood estaban por encima de lo que ha representado por siglos a la región de la península de Yucatán, el mundo maya. Incrédulo, subí a cerciorarme que aquello era verdad, y si, efectivamente, había inaccesibles oficinas y en cartelera la malformada nueva versión del Principito.

El Gran Museo de la Gran Cultura Maya es didáctico, perfecto para una buena excursión escolar, pero creo que su problema es que no explica y muestra lo que realmente es la cultura maya, deja medio informado a un escolapio y de esa manera se corre el riesgo de seguir transmitiendo información errónea y manipulada en demasía. No sé quien lo construyó ni me interesa, ya que el único honor que hicieron fue a Jacques Herzog y a Pierre Meuron, los extraordinarios arquitectos suizos que diseñaron el nido en Beijing. Un museo de esta naturaleza debe de resaltar las gestas, los hechos y los productos históricos que arrojan, es decir, que se debe de poner énfasis en las dos caras de la moneda, la manera en que la gran cultura maya es lo que es ahora producto de la resistencia, pero también de los aportes que recibió del mundo occidental. El Gran Museo de la Cultura Maya trata de museificar la vida social y cultural maya de lo contemporáneo a los años más lejanos, pero no lo logra. Hacer un museo no significa solo exponer, es tratar de crear un discurso coherente que muestre la mayor parte de los ángulos de esa historia que pretende relatar, entendible para grandes y chicos, expertos o no, y si el pasado está de moda, el discurso museográfico del Gran Museo Maya es una prenda que pocos se van a querer poner.

Fue triste darme cuenta que en el siglo XXI aún permanece la burocracia estatal y la hegemonía de Hollywood por encima de la gran cultura maya, relegada en un montón de objetos indescifrables que solo tienen sentido y significado para los turistas extranjeros y alguno que otro incauto. El Gran Museo de la Cultura Maya es un gran elefante blanco, que cuesta mucho mantener y que su utilidad –por lo menos en lo cultural- es escasa. De esa manera encontré al segundo elefante en Mérida.

*Estudiante del doctorado en historia en el Colegio de México.

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