Reporte 8 am

Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

26 de enero, 2016

La idea no es nuestra; mucho menos, nueva. Ya la utilizó Eduardo Galeano, y de una manera más chorreante y chirreante, en su clásico Las venas abiertas de América Latina. Estas líneas, sin embargo, no aspiran a ser una elegía contra el imperialismo, sino que simplemente pretenden ser un retrato de la actualidad y una llamada de atención.

El corazón de Mérida late con fuerza, con la energía que requiere una ciudad como ésta, en pleno desarrollo y crecimiento. La capital del estado se expande todos los días, recibiendo a cientos de nuevos moradores al mes. Es una ciudad viva, vibrante, que consolida sus servicios y emprende otros.

Sin embargo, y a pesar de ese magnífico músculo cardiaco, de repente la urbe tiene hormigueos, dolores punzantes en el pecho; le falta la respiración, tiene náuseas y suda frío: sus arterias están obstruidas. Y, a partir de aquí, dejando el lastre de la metáfora y recurriendo a la realidad, se pueden señalar varias zonas con tráfico conflictivo.

En la parte norte de Prolongación Paseo de Montejo convergen el museo, el centro de convenciones y supermercados. Ahí, donde ya de por sí la circulación es atípica, se edifica uno de los complejos urbanísticos más ambiciosos de la ciudad. El tráfico que se registra en estos días en ese sector es uno de los más intensos de la ciudad, ya que a los automóviles se han unido vehículos de construcción, que también dejan una estela de contaminación y polvo. Un cardiólogo ubicaría ahí el primer sitio donde este enfermo cardiaco requiere un cateterismo.

En el Norte también se encuentran otras dos zonas altamente caóticas: la encrucijada, también de Prolongación de Paseo de Montejo con la avenida Cámara de Comercio, y la glorieta del Pocito. Las horas pico de esos sitios son ya una constante en el día a día de quienes están obligados a conducir por ahí.

La zona hotelera, en la calle 60, algunos tramos del Periférico y el Centro Histórico son otros sectores donde la afluencia de vehículos a ciertas horas del día provocan arritmias y otros trastornos del ritmo cardiaco, tanto de nuestra ciudad como de quienes manejan por sus arterias.

El problema no se reduce a perjuicios del automovilista. En realidad, esos son los de menos. Por esas arterias obstruidas, coágulos de falta de planeación, transitan las unidades de un sistema de transporte obsoleto, caro e ineficaz. Esta situación ya se detectó, y se ha hecho muy poco por mejorarla.

Día con día, miles de personas se transportan de sus hogares a sus trabajos o escuelas utilizando el medio público, sufriendo los atrasos y la inseguridad de sus transportes. Las autoridades, aseguran, ya tomaron cartas en el asunto, pero los resultados esperados aún están por verse.

Hace meses se implementó la primera etapa del Sistema Integral del Transporte Urbano (Situr), que se reduce a nuevas rutas y unidades. Sin embargo, en lugar de convertirse en un detonante para mejorar el servicio, se confunde hoy con ese sistema que intentó cambiar. Un ejemplo de libro de la teoría de las ventanas rotas.

En 1996, George L. Kelling y Catherine Coles publicaron los resultados de sus estudios en criminología y sociología urbana. Sus descubrimientos se explicaban con su teoría, que señalaba que un desperfecto, si no se arregla, ocasiona muchos otros más, y que incluso puede incitar a las personas a realizarlos.

Situr no solucionó el problema; hasta el momento, el problema se está engullendo a Situr. El error radica en la indolencia en la que se han implementado los cambios. El plan maestro de este sistema contempla no solamente nuevas unidades y rutas, sino un complejo trazado de las calles e incluso la construcción de otras; también abarca la creación de una cooperativa, que erradicaría los privilegios de los actuales barones del status quo sobre ruedas.

Un exceso de cautela, la falta de recursos o el seguimiento estricto del calendario político han hecho que esta necesaria transformación se realice en cámara lenta, paso a pasito, en una sociedad que necesita correr. De todas las anteriores causas, de la poca pólvora de Situr, de su impotencia, la peor sería la política.

El tema del transporte público es una de las prioridades de los habitantes de la ciudad, y ha sido utilizado como bandera de distintos candidatos. El último, Mauricio Vila Dosal, que le supuso, incluso, su pasaje a la alcaldía. A este paso, el Situr se instalará de manera integral en 2018, más que un año, una elección. Los réditos de sus creadores subirían como la espuma. Como siempre, los políticos siempre tienen en mente la próxima elección y no la próxima generación.

Al borde del infarto, la ciudad no necesita aspirinas que le diluyan un poco la circulación; no requiere sólo una sobadita. Es momento de acelerar los cambios, de cristalizar los planes; de una operación a corazón abierto. El objetivo de un buen gobierno debe ser el de responder a las necesidades ciudadanas, no el de garantizar su permanencia en el tiempo. Lo más apremiante, ahora, es un sistema público de transporte acorde a la ciudad que soñamos ser. La situación no espera a 2018.

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