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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto tomada de internet
La Jornada Maya

25 de enero, 2016

El dólar rebasa los 19 pesos, y el barril de petróleo cae a menos de 18 dólares. Explosivos ingredientes para un cóctel incierto. El presidente Enrique Peña Nieto se defiende, y asegura que la presión que enfrenta la moneda mexicana es ajena al desempeño de nuestra economía. Es decir, la causa no es la economía.

De pechito. Así se pone para que se le replique, precisamente “es la economía, estúpido”, frase que acuñó James Carville, el estratega de campaña de Bill Clinton, y una de las razones por las que el ninfolepto esposo de Hillary venció a George Bush, padre.

En ese álgido momento, en esa encrucijada que atestiguamos la semana pasada, en la que el dólar subió y el petróleo cayó, no sólo el mandatario federal reaccionó, sino una legión de supuestos expertos, azuzados por los propagandistas del poder, comenzaron un contraataque mediático para consolidar el mensaje de que la culpa no es de las autoridades, sino de la coyuntura mundial. Y puede ser.

Aquí mismo, en Mérida, varias voces del coro adulador entonaron las justificaciones, salidos de un burdo guión de los despachos de los encargados de las (des)políticas económicas de nuestro atribulado país. Escuchamos, por ejemplo, al presidente del Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas, Joaquín Gándara Ruiz Esparza, quien aprovechando la toma de protesta de la nueva dirigente de este gremio en Mérida, “aseguró categóricamente que México no vive un momento de crisis, sino de volatilidad financiera global”.

La misma canción entonó Mario Can Marín, presidente local de los industriales. El líder de la Canacintra minimizó la tormenta, calificándola de simple marejada; la caída del precio del petróleo no nos afectará mucho, ya que se contrató un seguro para esa contingencia. La armadora del Titánic, asumimos, también contrató un seguro por si, por ejemplo, el trasatlántico chocaba con un desorientado iceberg. La naviera habrá recibido una buena cantidad de dinero.

Lo del seguro, además, es una falacia. La cobertura contratada por México sólo abarca doscientos doce millones de barriles, cuando de nuestros pozos se extraen dos y medio de barriles diarios. Hasta con un ábaco se puede hacer el cálculo: únicamente se aseguró a un precio aceptable la producción de 95 días, un poco más de un cuarto de la producción anual. El hundimiento es inevitable, tal y como nos lo anuncia el exquisito repertorio que está tocando la orquesta.

Esta difícil situación tendrá repercusiones en todos los ámbitos. En el familiar, por ejemplo, ya se comenzó a resentir, con el aumento generalizado de los productos de la canasta básica. El kilo de tortilla, ¿a 20 pesos? Globalizando, rayando el dólar. Ante los bolsillos vacíos, las arcas disminuyen, lo que obligará al gobierno a tomar medidas de austeridad.

La mejor manera de encarar una crisis es preparándose para ella, no negándola o desviando la atención con otros temas. Parecen nuevos. Además, esta situación no nos es ajena, ya hemos sorteado peores. Sin embargo, amnésicos, seguimos asintiendo ante las irrisorias justificaciones.

Por ejemplo, a inicios de esta administración federal, cuando el espejismo aún era creíble, se tomaron diversas medidas, que a la postre resultaron providencias. Ante un escenario escarpado, el gobierno abortó ese engendro llamado tren rápido, con el que se planeaba conectar a Mérida con Cancún. En un escenario como el que ya se adivina, fácilmente las grandes obras de infraestructura anunciadas por el gobernador Rolando Zapata Bello igual están en riesgo. ¿La razón? Los cimientos —y los muros, y los acabados, y el mobiliario…– se realizarán con recursos federales. Asimismo, ante una situación económica complicada, las empresas que anunciaron su llegada fácilmente podrían dar marcha atrás. Ellas, al fin y a cabo, no pierden.

Así, todo lo que se nos ha venido contando es ficción, una novela. “Ya que son niños, háblales de batallas y de reyes, de caballos, de diablos, de elefantes y de ángeles, pero no dejes de hablarles de amor y de cosas semejantes”. Lo anterior lo aconsejaba a los cuentacuentos Rudyard Kipling, pero bien igual podría convertirse en una directriz a políticos.

Castillos en el aire, palacios de música. Precisamente, el novelista francés Mathias Enard utilizó la directriz de Kipling para narrar, en la novela “Háblales de batallas, de reyes y elefantes”, cómo los problemas financieros del papa Julio II y la consecuencia deuda proveedores, obligó a Miguel Ángel a buscarse el pan en otro imperio, allende las fronteras del cristianismo. En una hermosa fábula, Enard narra el periplo de Buonarroti hasta Constantinopla, donde el sultán Beyazid le encarga crear un puente sobre el Cuerno de Oro, misión para la que se ha rechazado el proyecto, precisamente, de Leonardo Da Vinci. Obviamente, al final, ni el sultán paga ni el puente se edifica.

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