de

del

Enrique Martín Briceño
Foto: Yucatan.org
La Jornada Maya

21 de enero, 2016

El 12 de enero pasado Ofelia Zapata, la querida [i]Petrona[/i], cumplió cien años. Digo “cumplió” y no “habría cumplido” porque la protagonista de [i]Hipiles y rebozos[/i] (Ildefonso Gómez, 1939) la saga de la familia Chulim (Aristeo Vázquez y otros, 1944-1945) y [i]El rosario de filigrana[/i] (Fernando Mediz Bolio, 1953), entre muchas otras piezas de teatro regional yucateco, vive aún en la memoria de quienes tuvimos la suerte de verla actuar o escucharla cantar o tocar el piano, pero sobre todo en su legado, quizá no tan evidente para los públicos y los teatreros jóvenes, mas no por ello menos valioso.

Sin duda, quienes la vieron en escena, como actriz en obras teatrales, como pareja de Cheto en Tulipanes o La Prosperidad o como pianista y directora de la Orquesta Femenil Copacabana, tendrán –como yo– bien grabada su figura, su voz, su mirada y su formidable dominio de la escena. Y quienes hayan tenido la fortuna de verla en sus papeles más notables tendrán idea exacta de su dimensión en el teatro regional yucateco, que iluminó con su talento desde 1939 –cuando representó a Panchita en [i]Hipiles y rebozos[/i]– hasta los años 80 del siglo pasado. Para ellos, como para muchísimos yucatecos del siglo XX, Ofelia Zapata fue la actriz que hizo de la Pastora de la familia Chulim y la Petrona de [i]El rosario de filigrana[/i] personajes entrañables que se insertaron en la cultura popular regional tanto como las canciones más famosas de nuestra trova o la Sidra Pino.

Pero, ¿qué ha dejado Ofelia Zapata a los yucatecos del siglo XXI, a aquellos que no tuvieron la suerte de verla y escucharla en escena? ¿Por qué digo que Petrona vive en su legado?

Lamentablemente, no contamos con registros audiovisuales de las obras de teatro en que participó. De sus dotes histriónicas solo puede darnos una pálida idea la película [i]Aventuras de un nuevo rico[/i] (Rolando Aguilar, 1950), que llevó a los personajes de [i]La familia Chulim[/i] al cine. En aquel filme, donde Ofelia no representó a Pastora, sino a su mamá (la mamá del personaje, no de la actriz), y los papeles principales correspondieron a dos actores no yucatecos (Mantequilla y Carmelita González), Petrona no estaba realmente en su elemento. En palabras de Antonio Prieto, la cinta “no logró capturar toda la frescura del teatro regional, y más bien convirtió a los personajes yucatecos en estereotipos”. No obstante, vale la pena verla, tan solo por disfrutar de las actuaciones de Ofelia y el Chino Herrera (hay copia en el fondo audiovisual de la Biblioteca Yucatanense).

Para conocer mejor a la artista y su trayectoria es indispensable recurrir a otras fuentes, muchas de ellas reunidas por la misma Ofelia Zapata y resguardadas amorosamente por su sobrina Ofelia Boeta Zapata. El archivo bautizado con el nombre de la actriz –parte de lo que ha heredado a la posteridad– reúne fotografías, grabaciones sonoras, libretos, partituras, textos manuscritos, recortes de periódicos y otros documentos que arrojan luz sobre la carrera de la diva y sobre el teatro regional del siglo pasado. Quien quiera asomarse a estos materiales puede consultar copias en el Centro de Investigaciones Escénicas de Yucatán y en el Centro de Investigación, Documentación y Difusión Musicales Gerónimo Baqueiro Fóster, ambos pertenecientes a la ESAY.

Pero pueden ahorrarse ese trabajo, pues los documentos del archivo Ofelia Zapata, junto con los testimonios de artistas que conocieron a Petrona o trabajaron con ella, fueron bien aprovechados en el libro [i]Ofelia Zapata: una vida dedicada al teatro regional[/i], editado por Antonio Prieto Stambaugh y Óscar Armando García en 2007. Esta publicación, que incluye un DVD realizado por Óscar Urrutia y artículos de los editores, Socorro Merlín, Luis Pérez Sabido, Ana Marrufo, Víctor Salas y Enrique Martín Briceño, así como los testimonios de Cholo, Socorro Cerón, Lía Baeza y Tomás Ceballos, es hoy la mejor manera de acercarse a Petrona y entender por qué decimos que es la más completa e influyente actriz del teatro regional en el siglo XX.

Todos los que la conocieron o trabajaron con ella (Cholo, Socorro Cerón, Zapote, Luis Pérez Sabido) coinciden: Ofelia Zapata forjó a un personaje imperecedero: Petrona, la mestiza de buen ver que no se deja de nadie, y que, por ello, a veces es respondona o peleonera. Este personaje tiene entre sus descendientes –y este es quizá el aspecto más sobresaliente del legado de Ofelia– a la Lela Oxkutzcaba de Wilberth Herrera, la Salma Salomé de Raúl Niño y a las mestizas de Conchi León. Todas ellas son mujeres de pueblo que –como tantas mestizas de carne y hueso– han aprendido en la escuela de la vida a luchar por no ser menos que los hombres, los catrines, la gente de la ciudad o los que tienen más dinero.

Por otro lado –y esto no es poca cosa–, Ofelia Zapata, sin enredarse en teorías o participar en movimientos, contribuyó con su ejemplo a la transformación de la cultura patriarcal yucateca: no sin obstáculos, su participación en el mundo del espectáculo como actriz, pianista acompañante, directora de una orquesta femenina y empresaria hizo realidad algunas de las aspiraciones de aquellas mujeres que hace un siglo –al día siguiente que Ofelia viera la luz primera– se reunieron en en el primer Congreso Feminista de Yucatán, y abrió brecha para aquellas que la siguieron.

Finalmente, Ofelia Zapata, con todos los que han participado en la creación de esa expresión emblemática de la cultura yucateca que es el teatro regional (actores, directores, escritores, músicos, coréografos, escenógrafos, etc.), ha favorecido el aprecio de lo que, en [i]Hipiles y rebozos[/i], la mestiza Panchita descubre al “niño Pepe”, un ts’ulito meridano: “lo voy a invitar a que conozca los campos de su tierra (…) Lo invito a mi casita blanca de pakluum y huano, con su portillo cubierto de xhailes, entre limonarias, tulipanes e xcanloles, y la caricia perfumada de la flor de xcantirix. Se bañará usted con el agua fresca y pura del pozo, capaz de refrescar, no solamente al cuerpo, sino también el alma viciada por las impurezas de la ciudad. En noches de luna (…) jugaremos tantincul detrás de las blancas albarradas. Después iremos a las novenas de la Santa Cruz que entre albahaca, ruda y olorosas flores de mayo, a la hora del [i]tox[/i] se saborea el maja blanco, dulce de ciruela y horchata de arroz (…) Iremos a las vaquerías donde al son de la jarana lucen las lindas mestizas sus ternos de[i] xocbichuy[/i], mientras el típico chic va repartiendo a la concurrencia los [i]dzotobichayes[/i] y el [i]pucbikeyem[/i]. Entonces ya conocerá a las mujeres de hipiles y rebozos (…)”

Gracias, Petrona, mujer de hipil y rebozo, por estos cien años de teatro y de música.

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