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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Comunicación Gobierno del estado
La Jornada Maya

21 de enero, 2016

Ensimismados en nuestras insignificancias, no nos damos cuenta de los extraordinarios hechos que suceden a nuestro alrededor. No nos percatamos, por ejemplo, de la gran lección de poder ciudadano que nos acaban de dar los vecinos de la Colonia México, que con la barricada de su unión lograron que la autoridad municipal respetara sus deseos.

Mucho menos nos hemos dado cuenta de la peligrosa semilla de odio que el gobernador de Quintana Roo, Roberto Borge Angulo, está regando, cultivando con esmero, y cuyos frutos pueden ser perjudiciales para Yucatán y las personas que vivimos aquí.

Ya en el ocaso de su administración, el mandatario Borge Angulo está mandando señales preocupantes. El reciente ecocidio en Tajamar, donde fuera de toda lógica se permitió la devastación de manglares, es sólo uno de muchos.

En materia institucional, Borge Angulo ha demostrado un creciente desdén a su investidura. Por ejemplo, fue uno de los principales ausentes al III Informe de gobierno de su colega yucateco, Rolando Zapata Bello; tampoco asistió a la reunión de mandatarios del Sur Sureste con la procuradora general, donde se plantearon importantes temas de seguridad para la región.

En Oaxaca se dieron cita los mandatarios de Oaxaca, Gabino Cué Monteagudo; Campeche, Alejandro Moreno Cárdenas; Chiapas, Manuel Velasco Coello; Tabasco, Arturo Núñez Jiménez; Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, y Yucatán, Rolando Zapata Bello. La reunión fue presidida por el secretario de Gobierno, Miguel Ángel Osorio Chong; el secretario de la Defensa Nacional, general de División Salvador Cienfuegos Zepeda, y la procuradora Arely Gómez González. La seguridad es un tema prioritario. La inasistencia a este evento del quintanarroense no sólo es llamativa, sino incluso irresponsable.

Una de las razones de este ostracismo puede ser el tema de la sucesión; en estos momentos se está librando en el vecino Quintana Roo una cruenta lucha por la candidatura priísta al gobierno del estado; el Caribe turquesa está bravío.

Uno de los ingredientes de esa contienda, que amenaza en convertirse en lodazal, es la “quintanarroeidad”, trabalenguas esgrimido por el propio Borge Angulo. Con el objetivo de apuntalar a sus apuestas, el mandatario emprende una campaña con tintes xenófobos, que no sólo afecta al rival directamente involucrado, sino a todos los que vivimos en Yucatán… Y a todos los yucatecos que viven en Quintana Roo.

Un parricidio insólito, un cainismo temerario, teniendo en cuenta que aproximadamente la emigración yucateca al vecino estado asciende a doscientos mil personas, sin contar con los pioneros con sangre de aquí que con sus manos y sudor levantaron ese estado.

Quintana Roo siempre ha sido una tierra hospitalaria, de oportunidades. Sin embargo, la “quintanarroeidad” enarbolada por el gobernador puede escalar en un discurso incluso racista, como el del impresentable Donald Trump; el sueño tornado en pesadilla. Con objetivos políticos, el yucateco se torna para sus hermanos quintanarroenses en el otro.

Hay un librito exquisito de Umberto Eco que se llama Construir al enemigo. Sobre este tema, el autor italiano ha dado incluso conferencias. En una de ellas, señaló que había descubierto que, a menudo, “para definir la propia identidad” hace falta “tener un enemigo”. O varios.

El que duda de su identidad “elige como enemigo a cualquiera que no pertenezca a su grupo con tal de reconocerse a sí mismo”. Es por eso que “cuando el enemigo no existe”, le resulta imperioso “construirlo”. Con esa mentalidad, Borge Angulo no sólo relega a los políticos que nacieron en Yucatán que aspiran a sucederlo, sino que crea una falsa sensación de unidad. “Los enemigos no sólo proveen una entidad sino que permiten galvanizar a los partidarios, porque es más fácil luchar contra un demonio que defender proyectos”, sentencia Eco, con una certeza como lápida.

En contraste, tal vez el mandatario vecino tenga razón al señalar que ya es momento de que alguien nacido en Quintana Roo lo gobierne; los hijos de los pioneros son ahora los capitanes de ese joven navío que destaca en el país y en el mundo; referencia de nuestra península. Sin embargo, no es válido promoverlo —incitarlo, más bien— a costa de los de a lado, de sus vecinos, que también son padres, hermanos, primos…

Esta rupestre estrategia política ha tornado al yucateco en el otro, en el extraño en una tierra que sentía suya, en un palestino de facciones mayas. Y tal vez nos lo merecemos, y no por las infantiles razones expuestas —“¡Nos toca!”—, sino por el recelo histórico que hemos demostrado hacia los [i]huaches[/i]. Estamos tomando una sopa de nuestro propio chocolate… Y sabe pésimo.


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